Jorge L. Navarro
Disonancias
A Luis Ochoa, cordialmente.
Las misas celebradas “de espaldas” parecen inquietar a la “opinión publica”, no a la mexicana que sufre de un extraño cerco informativo, sino a la internacional, la BBC, según nos ilustra el artículo de Luis Ochoa: “La Iglesia de espaldas” publicado en el periódico electrónico de Puebla e-consulta. (16-Ene-08).
Se nos informa que en el portal de la BBC en español se ha abierto un foro en el que se invita a evaluar el comportamiento del Papa Benedicto XVI que “dio la espalda a los feligreses durante parte de la celebración eucarística” el pasado domingo -13 de enero-. El susodicho portal tiene la bondad de recordarnos que esa forma de celebrar corresponde a un ritual antiguo y que el actual Pontífice está interesado en revivir viejos rituales.
Estos hechos motivan el análisis de Luis Ochoa a partir de una cierta distinción entre “tradicionalismo” y “conservadurismo”, para concluir que las “ocurrencias” de Benedicto XVI, le “suenan a tradicionalismo”, quien quiere revivir prácticas del silgo XIX.
A mi me late que la distinción entre tradicionalismo y conservadurismo, que el mismo Luis hace provenir de los politólogos, no es la más afortunada a la hora de encarar el significado de un gesto o ritual de orden religioso. Pero, de entrada cabría la pregunta: ¿cómo se ha de leer el gesto del sacerdote: estar de espaldas al pueblo o de frente al Misterio?, ¿no acaso cuando el sacerdote está de “espaldas” se haya en la misma posición que el resto de la Asamblea, es decir, frente al Misterio?
La iglesia se reúne, quizá sirva recordarlo, no para verse las caras, sino para celebrar los misterios de la redención.
Y parece obvio que este pontífice haya tenido la “ocurrencia” de volver a la tradición de celebrar en latín y de espaldas, porque… ¡es un tradicionalista! Más aún, dudo que Benedicto XVI haya querido regresar a las prácticas del siglo XIX. Me parece que el ritual de la misa anterior a las reformas del Concilio Vaticano II se llama “tridentino” porque proviene de los cánones del Concilio de Trento, o sea, del siglo XV. No es necesario, por ahora, detenerse en esos detalles, pero definitivamente no se trata de algo del siglo XIX.
Un feligrés medianamente informado sabe que en la misa hay dos momentos: uno la celebración de la palabra, en el que se hacen las lecturas y el celebrante explica y aplica la palabra a la vida concreta (homilía); el otro momento es el de la celebración eucarística, en el que lo central es el “memorial” de la pasión y la muerte de Jesús, que se renueva en la consagración del vino y del pan… etc.
Tiene sentido que la celebración de la palabra sea de frente al pueblo, no sé si sea absolutamente exigible que sea de ese modo, en cualquier caso lo importante es “escuchar” la palabra, no ver al que la lee, pero es razonable que el lector y el predicador miren a la Asamblea.
En todo caso el papa Ratzinger, endenates -como se dice en los pueblos-, parece estar conciente de ciertas objeciones y críticas como las que Luis Ochoa formula, me parece un gesto de caballerosidad, escuchar lo que el señalado tiene que decir:
“En nuestra reforma litúrgica [la que ordinariamente se atribuye al Vaticano II] hay una tendencia a mi parecer equivocada, de adaptar completamente la liturgia al mundo moderno: hacerla más breve, hacer desaparecer lo que se considera incomprensible [por ejemplo suprimir el latín], traducirla a un lenguaje más sencillo, más llano. De este modo la esencia de la liturgia y la misma celebración quedan desvirtuadas, porque en liturgia no hay que entender las cosas de forma racional, como se entiende una conferencia, sino de un modo más completo, participando con todos los sentidos y dejándose compenetrar por una celebración que no ha sido inventada por una comisión, sino que nos llega desde la profundidad de los siglos, y, en definitiva, desde la eternidad”.
Y un poco más adelante: “Estos ritos dependen de formas determinadas de vida y, por tanto, no pueden comprenderse superficialmente, sino en su contexto y con la exposición de la historia de la fe, sólo en este marco pueden interpretarse, y no aisladamente. El sacerdote no es un showman al que se le ocurre algo que luego comunica hábilmente a los demás”. O sea, no es precisamente cuestión de ocurrencias.
El entonces cardenal Ratzinger hablaba así en una entrevista con el periodista Peter Seewald, (La sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio. Madrid. 1997). Seewald el periodista reconoce a su interlocutor: “Nadie conoce las defecciones y el drama de la Iglesia de nuestro tiempo con mayor dolor que este hombre discreto, de origen sencillo…”
Concluyo con unas notas que pueden provocar la reflexión y el diálogo. Nadie puede poner en el casillero de tradicionalismo o de conservadurismo a un pensador como Nietzsche: Este hombre-dinamita, entre tantas de sus “locuras” ha tenido algunas “ocurrencias” sobre la tradición, la historia y la “memoria” que vienen a cuento:
“Lo que hoy está más profundamente desgastado es el instinto y la voluntad de la tradición: todas las instituciones que deben su origen a este instinto, van contra el gusto del espíritu moderno… En el fondo, no se piensa ni se hace nada que no persiga la finalidad de extirpar de raíz este sentido de lo trasmitido. Se toma la tradición como fatalidad; se la estudia, se la reconoce (como “herencia”), pero no se la quiere…”
“Memoria, dice Nietzsche, no tiene que ver con nervios ni con cerebro. Es una propiedad originaria. Porque el hombre lleva consigo a donde vaya la memoria de todas las generaciones precedentes”
“La historia pertenece… al que conserva y venera, a aquél que con confianza y amor vuelve la mirada hacia el lugar del que procede, en el que él ha sido; mediante esta piedad él paga, por decirlo así, el agradecimiento por su existencia. Tratando con mano cuidadosa lo que ha existido desde antiguo, él quiere conservar las condiciones bajo las cuales él ha nacido, para aquellos que deben nacer después de él – y así presta un servicio a la vida…”
Termino con esta reflexión, ya no de Nietzsche, sobre el cristianismo, de un reconocido teólogo, que no me parece precisamente un conservador, ni tampoco, alinearse en la pléyade de “espíritus progresistas” que Luis Ochoa desea que despierten:
“El cristianismo, en su teología de la historia de las religiones, no se declara a favor del religioso, a favor del conservador, que se atiene a las reglas del juego de las instituciones heredadas por él. El «no» cristiano a los dioses significa, más bien, una opción a favor del rebelde que se atreve a romper con lo habitual porque así lo dicta su conciencia. Tal vez este rasgo revolucionario del cristianismo haya permanecido demasiado oculto bajo ideales conservadores”.
El teólogo se llama Joseph Ratzinger.
Disonancias
A Luis Ochoa, cordialmente.
Las misas celebradas “de espaldas” parecen inquietar a la “opinión publica”, no a la mexicana que sufre de un extraño cerco informativo, sino a la internacional, la BBC, según nos ilustra el artículo de Luis Ochoa: “La Iglesia de espaldas” publicado en el periódico electrónico de Puebla e-consulta. (16-Ene-08).
Se nos informa que en el portal de la BBC en español se ha abierto un foro en el que se invita a evaluar el comportamiento del Papa Benedicto XVI que “dio la espalda a los feligreses durante parte de la celebración eucarística” el pasado domingo -13 de enero-. El susodicho portal tiene la bondad de recordarnos que esa forma de celebrar corresponde a un ritual antiguo y que el actual Pontífice está interesado en revivir viejos rituales.
Estos hechos motivan el análisis de Luis Ochoa a partir de una cierta distinción entre “tradicionalismo” y “conservadurismo”, para concluir que las “ocurrencias” de Benedicto XVI, le “suenan a tradicionalismo”, quien quiere revivir prácticas del silgo XIX.
A mi me late que la distinción entre tradicionalismo y conservadurismo, que el mismo Luis hace provenir de los politólogos, no es la más afortunada a la hora de encarar el significado de un gesto o ritual de orden religioso. Pero, de entrada cabría la pregunta: ¿cómo se ha de leer el gesto del sacerdote: estar de espaldas al pueblo o de frente al Misterio?, ¿no acaso cuando el sacerdote está de “espaldas” se haya en la misma posición que el resto de la Asamblea, es decir, frente al Misterio?
La iglesia se reúne, quizá sirva recordarlo, no para verse las caras, sino para celebrar los misterios de la redención.
Y parece obvio que este pontífice haya tenido la “ocurrencia” de volver a la tradición de celebrar en latín y de espaldas, porque… ¡es un tradicionalista! Más aún, dudo que Benedicto XVI haya querido regresar a las prácticas del siglo XIX. Me parece que el ritual de la misa anterior a las reformas del Concilio Vaticano II se llama “tridentino” porque proviene de los cánones del Concilio de Trento, o sea, del siglo XV. No es necesario, por ahora, detenerse en esos detalles, pero definitivamente no se trata de algo del siglo XIX.
Un feligrés medianamente informado sabe que en la misa hay dos momentos: uno la celebración de la palabra, en el que se hacen las lecturas y el celebrante explica y aplica la palabra a la vida concreta (homilía); el otro momento es el de la celebración eucarística, en el que lo central es el “memorial” de la pasión y la muerte de Jesús, que se renueva en la consagración del vino y del pan… etc.
Tiene sentido que la celebración de la palabra sea de frente al pueblo, no sé si sea absolutamente exigible que sea de ese modo, en cualquier caso lo importante es “escuchar” la palabra, no ver al que la lee, pero es razonable que el lector y el predicador miren a la Asamblea.
En todo caso el papa Ratzinger, endenates -como se dice en los pueblos-, parece estar conciente de ciertas objeciones y críticas como las que Luis Ochoa formula, me parece un gesto de caballerosidad, escuchar lo que el señalado tiene que decir:
“En nuestra reforma litúrgica [la que ordinariamente se atribuye al Vaticano II] hay una tendencia a mi parecer equivocada, de adaptar completamente la liturgia al mundo moderno: hacerla más breve, hacer desaparecer lo que se considera incomprensible [por ejemplo suprimir el latín], traducirla a un lenguaje más sencillo, más llano. De este modo la esencia de la liturgia y la misma celebración quedan desvirtuadas, porque en liturgia no hay que entender las cosas de forma racional, como se entiende una conferencia, sino de un modo más completo, participando con todos los sentidos y dejándose compenetrar por una celebración que no ha sido inventada por una comisión, sino que nos llega desde la profundidad de los siglos, y, en definitiva, desde la eternidad”.
Y un poco más adelante: “Estos ritos dependen de formas determinadas de vida y, por tanto, no pueden comprenderse superficialmente, sino en su contexto y con la exposición de la historia de la fe, sólo en este marco pueden interpretarse, y no aisladamente. El sacerdote no es un showman al que se le ocurre algo que luego comunica hábilmente a los demás”. O sea, no es precisamente cuestión de ocurrencias.
El entonces cardenal Ratzinger hablaba así en una entrevista con el periodista Peter Seewald, (La sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia Católica ante el nuevo milenio. Madrid. 1997). Seewald el periodista reconoce a su interlocutor: “Nadie conoce las defecciones y el drama de la Iglesia de nuestro tiempo con mayor dolor que este hombre discreto, de origen sencillo…”
Concluyo con unas notas que pueden provocar la reflexión y el diálogo. Nadie puede poner en el casillero de tradicionalismo o de conservadurismo a un pensador como Nietzsche: Este hombre-dinamita, entre tantas de sus “locuras” ha tenido algunas “ocurrencias” sobre la tradición, la historia y la “memoria” que vienen a cuento:
“Lo que hoy está más profundamente desgastado es el instinto y la voluntad de la tradición: todas las instituciones que deben su origen a este instinto, van contra el gusto del espíritu moderno… En el fondo, no se piensa ni se hace nada que no persiga la finalidad de extirpar de raíz este sentido de lo trasmitido. Se toma la tradición como fatalidad; se la estudia, se la reconoce (como “herencia”), pero no se la quiere…”
“Memoria, dice Nietzsche, no tiene que ver con nervios ni con cerebro. Es una propiedad originaria. Porque el hombre lleva consigo a donde vaya la memoria de todas las generaciones precedentes”
“La historia pertenece… al que conserva y venera, a aquél que con confianza y amor vuelve la mirada hacia el lugar del que procede, en el que él ha sido; mediante esta piedad él paga, por decirlo así, el agradecimiento por su existencia. Tratando con mano cuidadosa lo que ha existido desde antiguo, él quiere conservar las condiciones bajo las cuales él ha nacido, para aquellos que deben nacer después de él – y así presta un servicio a la vida…”
Termino con esta reflexión, ya no de Nietzsche, sobre el cristianismo, de un reconocido teólogo, que no me parece precisamente un conservador, ni tampoco, alinearse en la pléyade de “espíritus progresistas” que Luis Ochoa desea que despierten:
“El cristianismo, en su teología de la historia de las religiones, no se declara a favor del religioso, a favor del conservador, que se atiene a las reglas del juego de las instituciones heredadas por él. El «no» cristiano a los dioses significa, más bien, una opción a favor del rebelde que se atreve a romper con lo habitual porque así lo dicta su conciencia. Tal vez este rasgo revolucionario del cristianismo haya permanecido demasiado oculto bajo ideales conservadores”.
El teólogo se llama Joseph Ratzinger.
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