10 jun 2008

La literatura como arte

Rafael Argullol: La diferencia es que en cada momento la máscara literaria va actuando a través de esas metamorfosis.

Delfín Agudelo: Metamorfosis que, por demás, consiste en la condición humana. De allí lo importante y valioso de Todorov en su último libro: le gusta leer porque le hace ser mejor persona, y porque todo lo que ha leído le ha permitido una mejor comprensión de la condición humana. Los clásicos funcionan a manera de una gama de espejos que desde siempre nos han reflejado. Cada día nos encontramos con un tipo de Aquiles, o algún tipo de Héctor.

R.A.: Por eso es tan importante que el escritor no sea conformista. Que sea alguien que entienda la literatura no solamente como una técnica u oficio o manera de ganarse la vida, sino también como un arte. Porque así la literatura, al considerarse también como arte, intentará mantener ese equilibrio entre lo actual y lo atemporal. Expresar lo que siempre ha intentado, que es el claroscuro; pero intentará expresarlo de acuerdo con las señales de cada momento. Para hacer eso se necesita siempre recurrir a la experimentación. De lo contrario, lo que hay es una especie de creación o fabricación de simulacros, que sí pueden servir, por ejemplo, para manifestar lo sociológico de un fenómeno. Pero lo artístico no es solo los sociológico de un fenómeno. Tomemos como ejemplo El Avaro de Molière. Claro que la obra nos ayuda a entender la sociología del inicio del capitalismo, que confirma una figura como la del avaro. Pero también nos ayuda a comprender un movimiento pasional negativo o no, como se quiera, de la condición humana, que es completamente atemporal. Un escritor de nuestros días como lo es Tom Wolfe, escribe La hoguera de las vanidades. No es un favorito mío pero sí es adecuado para comprender un broker de Nueva York a finales del siglo XX. Ahora bien, si uno considera esa novela como arte, al mismo tiempo lo que allí se expresa no tiene que ser solo ese dibujo de la codicia a finales del siglo XX, sino también la expresión de la codicia en un sentido universal. De allí lo importante de continuar reivindicando siempre la literatura como arte frente a aquellos que de una manera más o menos oportunista, demagógica o pragmática quieren reducirla siempre a un oficio, una técnica o algo que se puede aprender pero que no hace falta que asuma riesgos.

Fuente: http://www.elboomeran.com/blog/2/rafael-argullol/

Cómo iniciarse en la filosofía

Estimado F.

Disculpa mi indolencia para responderte. En verdad he tenido tanto trabajo en la oficina que no he tenido casi ningún respiro para mí mismo. Además, sucede que a veces me distraigo un poco y pierdo de vista los correos que debo contestar, como el tuyo. Y si a esto le sumamos que a mí me gusta pensar con detenimiento las preguntas que me hacen -sobre todo si son relevantes- para satisfacer las exigencias de quienes se comunican conmigo y no contestarles “cualquier cosa”, entenderás por qué he guardado silencio hasta ahora.

Tú me has hecho una pregunta “relevante” desde la semana pasada y desde entonces rondan por mi cabeza varias ideas que hoy quisiera compartir contigo, aunque no sea todo lo que tú necesitas por el momento.

I

Uno se inicia en la filosofía profesionalmente yendo a la escuela, de la índole que sea. Yo, por ejemplo, estudié en una Facultad de Filosofía de fuerte orientación “tomista” -esto es, sustentada en el pensamiento de Tomás de Aquino, un importante filósofo medieval- porque la Universidad en la que se encuentra ésta es de las que se denominan a sí mismas de “inspiración cristiana”, aunque esto no pase muchas veces de ser una mera etiqueta publicitaria. Pero mi interés por la filosofía se despertó, en mis tiempos de preparatoriano, en un Bachillerato dominado todo él por profesores de orientación “marxista”, muchos de ellos bastante radicales en sus ideas y miembros activos de partidos de izquierda.

En la escuela uno aprende, por un lado, las diferentes doctrinas filosóficas que han existido a través de la historia, con sus principales representantes; por el otro, empero, también se aprende con los distintos maestros que la componen formas diversas de “hacer” filosofía o, al menos, de “interpretar” las ideas de los grandes filósofos. Es decir, se aprenden “técnicas” de pensamiento, sin las cuales no se puede abordar ningún sistema filosófico de manera sistemática. En mi Facultad, por ejemplo, aprendí a “leer” los distintos pensadores del pasado con las claves interpretativas de la ontología tomista -acto y potencia, sustancia y accidentes, esencia y existencia, causa y efectos- porque Tomás de Aquino era un importante metafísico (sin entender esta palabra en el sentido “esotérico” de los libros que venden en los grandes supermercados).

Estos maestros, sobre todo si a la vez son investigadores, enseñan a uno a realizar agudas “distinciones” con la inteligencia y a utilizar el pensamiento con “disciplina” y “orden”. En una palabra, educan la mente en el rigor y la crítica, esenciales para llegar a ser un buen filósofo, de lo contrario, sólo se termina aprendiendo “doctrinas filosóficas”, en el mal sentido de la palabra. En la Facultad en la que estudié tuve la fortuna de ser formado por dos excelentes maestros en este sentido. También tuve un profesor que era extraordinario expositor de doctrinas filosóficas -de esos que en las evaluaciones magisteriales obtienen siempre las más altas calificaciones- pero tan mediocre como filósofo que, hasta el momento, después de veinte años, todavía no es capaz de escribir al menos un ensayo sustancioso.

Si uno quiere dedicarse a la filosofía profesionalmente, entonces, es imprescindible estudiar en una escuela, al amparo de profesores que sepan propiciar en uno el discernimiento crítico y el procedimiento riguroso, mientras enseñan las distintas doctrinas filosóficas que ha habido en la historia. Profesores como estos no hacen a uno más inteligente -pues esta es una cuestión de dotes naturales- pero contribuyen como pocos a desarrollar los talentos intelectuales propios.

II

Sin embargo, también es posible introducirse en el mundo de la filosofía, de otra manera: a través de los encuentros ocasionales que se tiene en la vida con grandes pensadores, pero tan decisivos, que se vuelven una compañía estable de uno para siempre. Yo, por ejemplo, me inicié en la filosofía de esta manera: por un encuentro casual con Martin Heidegger -uno de los genios filosóficos más grandes que ha visto nacer la humanidad entera- todavía en mis tiempos de preparatoriano.

Como buen adolescente “ocioso”, me gustaba patear las pequeñas piedras que me encontraba por la calle jugando un futbol imaginario. Aquel día no me encontré ningún guijarro por la calle, así que no puse reparos para patear una hoja de papel periódico que me encontré de pronto. Mas como siempre he sido un ávido lector, en esa ocasión me venció más la curiosidad de leer lo que el periódico decía que la ociosidad de anotar gol en alguna alcantarilla. Tomé entonces el pedazo de periódico, lo extendí por completo y comencé a leer su contenido. En él había un homenaje a este pensador en toda la página -seguramente de la sección cultural de ese periódico- por ocasión del 55º aniversario de la publicación de Ser y tiempo, su obra filosófica más importante. En ella se hablaba del hombre como “ser-ahí”, que tiene como principal característica “ser-en-el-mundo”; como además su ser consiste en “ser-para-la-muerte”, la nota distintiva de su existencia es el “cuidado” o “preocupación”, además de la “angustia” que, sin embargo, no es igual al miedo.

En aquellos tiempos no entendí nada de cuanto había leído; se trataba de un pensamiento sibilino, bastante oscuro, por no decir que hermético. Pero estas ideas permanecieron mucho tiempo rondando en mi cabeza, hasta el punto en que ya no pude más y dejé la promisoria carrera de literatura -a la que por entonces me inclinaba por temperamento- para comenzar los estudios filosóficos. Huelga decir que después de aquel encuentro aquella obra formó parte de mi incipiente biblioteca y desplazó paulatinamente los libros de Cervantes, Góngora y Quevedo con lo que entonces me entretenía, así como las de Lope de Vega y Calderón de la Barca, a quienes tuve siempre la esperanza de emular un día. Después fueron llegando a mis libreros Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Agustín de Hipona y otros cuyos nombres no recuerdo ahora.

Estos encuentros no hacen “filósofos” a nadie, en el sentido técnico de la palabra, ni preparan tampoco para hacer de la filosofía una profesión, en el primer sentido indicado. Pero ponen en contacto con muchos pensadores -vivos o difuntos- de manera concreta y viva; sus pensamientos, además, se aproximan a nuestras mentes no como “sistemas filosóficos”, sino como interrogaciones individuales sobre muchas cosas, resultados de búsquedas personales quizá de años; sus conclusiones no son principios irrebatibles, sino metas provisionales, abiertas siempre a muchas correcciones. Para nosotros, son nuevas posibilidades de considerar el mundo, potenciación de nuestra mirada restringida, ya sea por hábitos mal adquiridos o por influencia de la mentalidad entorno; entonces es cuando se convierten para nosotros incluso en una auténtica “liberación” de nuestro pensamiento. En el fondo, son una (discreta) compañía en nuestro camino personal hacia el destino, por eso tal vez es muy difícil deshacerse de ellos una vez que se los ha encontrado, aunque no se comparta totalmente su horizonte ideológico.

Puedo decirte que casi todos los autores que conozco han sido resultado de estos encuentros fortuitos pero afortunados. La primera inspiración que tengo para afrontar los contenidos de mis clases proviene de pensadores como estos, aunque profesionalmente no se hayan dedicado a dilucidar estas cuestiones. De muchos, tengo casi todas sus obras en cualquier idioma; de otros, los consulto cotidianamente, aunque no me aporten nada para las cátedras. La mayoría de los trabajos que he realizado han sido con ocasión de los estímulos y sugerencias recibidos de ellos. Los primeros pensadores que suelo buscar en las librerías de ejemplares usados o nuevos son éstos. Algunos, lamentablemente, no se encontrarán quizá en alguna historia de la filosofía, ni sus escritos formarán parte jamás de alguna antología de textos, pero el relevante papel que juegan en mi espíritu es mucho más decisivo que el de otros pensadores “consagrados” académicamente. Por ellos he aprendido otros idiomas y en ocasiones los traduzco con diligencia.

Romano Guardini, Luigi Giussani, Hans Urs von Balthasar, Dietrich von Hildebrand, Edmund Husserl, Platón, Adolf Reinach, Roman Ingarden, Agustín de Hipona, Edith Stein, Hannah Arendt, Karol Wojtyla, Stanislaw Grygiel, José Ortega y Gasset, Manuel García Morente (no el de las Lecciones preliminares de filosofía, sino el de otro tipo de escritos, como Ensayos sobre el progreso, Escritos inéditos y desconocidos, Ensayo sobre la vida privada, entre otros) son, entre otros, algunos autores cuyos nombres puedo mencionarte en este momento. Con ellos, el placer de pensar y contemplar se entremezcla con el estudio disciplinado y serio.

III

Volviendo ahora a tu pregunta de partida te diría que, ya que tu interés primario no es volverte un “profesional” de la filosofía, debes abocarte entonces a estudiar a los filósofos que por alguna razón te encuentres en tu camino vital personal. Sólo los profesionales de la filosofía, en efecto, están preocupados por estudiar concepciones filosóficas o tratan de encuadrar en un sistema filosófico las ideas desarrolladas por muchos pensadores a lo largo de su vida, especialmente si esos profesionales de la filosofía son “profesores” o “catedráticos” de algún colegio; en ellos, la tendencia a encuadrar en sistemas filosóficos está siempre operante más que nada por pretensiones pedagógicas de “hacer entender” a un pensador y “hacer recordar” sus opiniones a otras personas. Pero yo no creo que tú quieras invertir tu vida en “comparar” sistemas filosóficos y en “resumir” sus principales ideas a través de cuadros sinópticos o mapas mentales; tampoco a clasificarlos históricamente por etapas o periodos. Mucho menos creo que quieras repasar por entero la historia de la filosofía, desde sus orígenes en la antigüedad griega, pasando por el largo periodo del medievo, hasta llegar desde comienzos de la modernidad hasta nuestros días. Yo tuve que hacer eso cuando impartí alguna vez historia de la filosofía, pero nunca se me ocurriría hacerlo por motivos personales.

Por eso te recomiendo que leas, sin otro afán más que de embeberte en sus pensamientos, a determinados filósofos que, por la razón que sea, han capturado tu pensamiento y han enriquecido tu humanidad. Especialmente a aquellos que han llegado a tu vida inesperadamente, de manera sorpresiva, a través de encuentros fortuitos. Muchos de ellos te exigirán considerarlos con detenimiento, evitando hacer de ellos lecturas “rápidas” y superficiales; otros pondrán a prueba tu pensamiento, tus aptitudes lógicas, tus capacidades intuitivas, tu atención y tu paciencia; algunos más te llevarán a seguirlos por mucho tiempo, a través de todos sus escritos quizá, para llegar a entenderlos un poco.

El único criterio que yo te pondría sería éste: atiende a aquellos que “tocan” tu humanidad con sus ideas o te “hacen ver” algún aspecto relevante de la arquitectura del mundo, compleja y profunda. Si uno leyera un poeta sólo porque es “divertido” o porque sus palabras son siempre “melífluas” terminará a la larga por perder el tiempo; si uno estudia sus poemas para ver qué nuevas estructuras lingüísticas pone en acto o qué nuevas palabras inventa terminará al final de cuentas sólo disecando versos. Pero si uno se acerca a un gran poeta porque entre sus versos asoma de alguna manera la naturaleza del hombre y el destino del hombre, entonces creo que siempre saldrá enriquecido. Lo mismo pienso de los filósofos.

IV

Espero que estas rápidas indicaciones sean de alguna utilidad para acercarte a la filosofía. Espero también no haber defraudado tu empeño de atender a mis consejos. Agradezco en verdad el acto de confianza que has tenido para conmigo y me encantaría como nunca poder mantener el intercambio de pensamientos y conversaciones contigo, sea por este medio o sea también en persona, como hago con mis amigos. Aun no me has dicho si eres de la ciudad de Puebla y tampoco cómo es que has dado conmigo, es decir, cómo supiste de mi existencia. Si en algo te interesa, tengo en línea una página personal (blog) donde se encuentran algunos escritos que he elaborado en mi largo trabajo intelectual y con los cuales también podrías introducirte a la filosofía en algunos de sus problemas (estética, filosofía del hombre, teoría del conocimiento).

Espero tu respuesta.
José R

Fuente: http://diazolguin.wordpress.com/

Platón "Low Cost"

El otro día un profesor de filosofía me comentó que proyectaba fragmentos de los Diálogos de Platón en la pantalla, a través del power point, con el propósito de que los estudiantes, confundiéndolos con imágenes, se entretuvieran leyéndolos. El pobre profesor, disculpándose, justificó el método: "Sólo se fijan en las imágenes". Naturalmente a él mismo le parecía aberrante. Primero, porque así se descartaba la lectura directa de los libros y, en segundo lugar, porque como profesor de filosofía sabía a la perfección que si algo iba directamente en contra del pensamiento platónico era la desecación de los conceptos en imágenes.

No tenía, por tanto, duda dicho profesor de que un redivivo Platón se pondría las manos en la cabeza al ver sus clases, si es que no la emprendía a bastonazos con el proyector de ídolos. De todos modos, hablando con más calma de esta innovadora didáctica, quedó claro que había otras razones que impulsaban al profesor, además de la confesa idolatría de los estudiantes, que no hacen si no trasladar a la Universidad la idolatría general.

Este profesor, joven y necesitado de promoción profesional, había advertido que su método encajaba con las tendencias y requisitos de la universidad actual. Me dio detalladas explicaciones que ayudan a comprender el perfil del profesor en el inmediato futuro. Me enseñó, por ejemplo, unos formularios dedicados a la evaluación del profesorado en los que aparentemente el mérito mayor radicaba en la capacidad del docente para la renovación tecnológica, sin que la publicación de libros, y cosas así, pareciera tener la menor importancia. Nuestro profesor se había renovado tecnológicamente y soltaba pedazos del Fedro en la pantalla para ver si pillaba a los estudiantes.

Pero era evidente que, para sobrevivir en la universidad, además de la renovación tecnológica, era necesario acumular grandes conocimientos sobre el lenguaje administrativo. La comprensión de los requisitos exigidos por las distintas administraciones -estatales, autonómicas y universitarias- ofrecía más obstáculos que los textos de Kant o Heidegger. Ningún ser ajeno a la universidad podría entender el galimatías de validaciones, acreditaciones, habilitaciones y demás jerga que forma parte del universo mental del profesorado.

Supongo que obligado por las circunstancias el profesor de filosofía había luchado con los sucesivos boletines oficiales y se había convertido en un gran experto en galimatías. No sé si esta lucha a brazo partido con los textos sagrados de la burocracia había ido en detrimento de sus obligaciones para con Aristóteles o Nietzsche. Ni siquiera tuve que preguntárselo porque enseguida me aclaró que en el momento de ser valorados sus méritos el saber burocrático tendría tanta importancia, si no más, que el saber intelectual. Él no estaba de acuerdo pero "las cosas eran así".

Tampoco era un gran amante de las reuniones y sin embargo iba a todas -"a todas", remarcaba- porque no podía permitirse el lujo de quedarse al margen del engranaje. Cierto que había un exceso de las reuniones en las que a menudo las disquisiciones eran mucho más oscuras y complejas que las de las teologías bizantinas. Pero no había más remedio que asistir porque las cosas eran así y, además, podían contar para el currículum.

No se detenían aquí las tribulaciones del joven profesor de filosofía, quien tenía poco tiempo para adentrarse en los vericuetos de Hegel o Kierkegaard porque tenía que buscar afanosamente revistas de impacto donde publicar papers. ¿Qué diablos es todo eso?, preguntarán las almas poco avezadas en el actual espíritu universitario. Un paper es un escrito -valioso o no, depende- que un profesor escribe para que lo lean cuatro gatos de su gremio y, si puede ser, nadie más. Una revista de impacto es una revista especializada que puede tener o no valor científico -depende- y que con frecuencia, sobre todo en el ámbito de las humanidades, es un puro portavoz gremial. Publicar papers en revistas de impacto es el paraíso de quien aspira a hacer carrera universitaria. El aludido profesor de filosofía proclama que le gustaría escribir ensayos de otro tipo, más creativos, pero éstos contarían escasamente para el currículum. "Las cosas son así".

Como en los mejores relatos kafkianos hay algo fatal en esta afirmación. ¿Quiénes son los que hacen que las cosas sean así? ¿Los políticos?, ¿los pedagogos? ¿Cerebros perezosos y agazapados bajo el no menos kafkiano Proceso Bolonia? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Y menos este esforzado profesor de filosofía que corre inquieto de un lado para otro sin horas para dedicar a sus filósofos. Ahora una reunión; ahora un análisis hermenéutico del boletín oficial; ahora la persecución de revistas de impacto; ahora un toque de renovación tecnológica. Y al llegar a clase se pondrá a explicar el mito de la caverna con el power point, a sabiendas de que Platón lo hubiera suspendido sólo con verle hacer eso.


Rafael Argullol
El País, 03/05/2008

Escribir bien, escribir mail

por Alejandro Rossi

John King, profesor de la Universidad de Warwick, ha publicado un valioso libro con un título muy largo: The Role of Mexico’s Plural in Latin American Literary and Political Culture. From Tlatelolco to the “Philanthropic Ogre”. Se trata de un trabajo más sensible a la crítica ideológico-política que a la literatura o la filosofía, nunca menciona, por ejemplo, los notables escritos de Hugo Margáin. En el último número de Letras Libres (Abril 2008) apareció casi completa la primera sección –“Developments in México”– del tercer capítulo “Politics in Plural, 1971-76”. El texto en Letras Libres concluye con este párrafo: “Sin embargo, Plural nunca fue una revista apuntalada en la comunidad académica: muchos miembros de la revista compartían la opinión de Zaid, quien afirmaba que quienes podían escribir, escribían ensayos, y quienes no podían escribir, trabajaban en la academia.” Sobre lo anterior, quisiera comentar lo siguiente:

a) Colaboré en Plural con una columna mensual, Manual del Distraído, y tomé parte en diversas tareas de la revista. Por ejemplo, pertenecí al Consejo de Redacción. Pero a la vez trabajaba en la “academia”, era miembro muy activo del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, daba clases y escribía artículos académicos. Ahora bien, esos artículos tenían –perdóneseme la pedantería– tanta “voluntad estilística” como los considerados más literarios, los que escribía para la columna Manual del Distraído. Tan mal o bien escritos los unos como los otros. Por otro lado, ¿por qué no llamar “ensayos” a mis artículos “académicos”? ¿cómo deben ser los “ensayos” filosóficos? Aquí está, pues, el caso de una persona que trabajaba en la academia, escribía ensayos literarios y también artículos académicos.

b) Como analista de Plural, el Profesor King no debería olvidar que otros muchos colaboradores de la Revista también trabajaban en el mundo académico, la UNAM y El Colegio de México, principalmente. Y resulta –¡caramba!– que sí podían escribir, salvo que se maneje una definición secreta de “escribir”. ¿Acaso Luis Villoro no “escribía”? ¿Tampoco Rafael Segovia? ¿O es que, tal vez, sólo “escribían” cuando publicaban en Plural y en Vuelta? El Profesor King tampoco debería pasar por alto que incluso varios miembros del Consejo de Redacción –¡nada menos!–, aunque fueran esencialmente “literatos”, estaban adscritos a instituciones académicas. Estoy seguro de que el Profesor King convendrá en que el asunto es más complejo.

Espero que el Profesor King no caiga –o resbale– en la tentación de echarle todas las culpas culturales del país a la UNAM y convertirla así en el villano de la obra. La idea sería, según esta fantasía rústica, que la creatividad, la chispa, la ocurrencia, la brillantez, la imaginación, la originalidad, etc., etc., sólo se encuentran en los francotiradores, en los maravillosos Peras Locas que ejercen sus talentos fuera de las instituciones académicas, masacradoras del talento individual. Toda esa abundancia se confronta, supongo, con la visión de unos profesores e investigadores burocratizados, los que a falta de “genes creativos” se refugian en la UNAM, donde sobreviven produciendo artículos y libros mediocres. Confieso que al escribir esto también defiendo mi vida, pues imagínese usted, Profesor King, que el 16 de marzo pasado cumplí cincuenta años de antigüedad en el Instituto de Investigaciones Filosóficas, del cual ahora soy –por méritos biológicos, quede claro– el orgulloso Decano. Amén.

Fuente: http://www.letraslibres.com/index.php?art=12897

Constelaciones filosóficas

La Mtra. Socorro nos extiende la siguiente invitación:

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