Hola a todos:
Les anexo el texto que vamos a discutir el siguiente jueves.
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El compromiso del tomista actual
Reflexiones sobre el estudio de Santo Tomás en la Orden Dominicana de nuestro tiempo
1. Introducción
La orden dominicana ha cultivado con predilección el tomismo. Pues bien, el tomista en la actualidad tiene una responsabilidad muy grave ante la sociedad y la Iglesia. Tiene el compromiso de adquirir una preparación más fuerte y de una participación más profunda en el ámbito de lo social, a través de las ideas. Ir a la problemática de la sociedad, para obtener fuentes de reflexión, y volver a la sociedad, para hacer que esas ideas regresen a ella, de modo quo la beneficien y la cambien. Sobre esto insiste mucho el Santo Padre en la encíclica Fides et Ratio -la cual tomaremos muy en cuenta para nuestra reflexión-, aludiendo a los retos concretos que tiene en la actualidad el filosofar cristiano. [1]
La llamada “diaconía de la verdad” nos obliga a hacer un denodado esfuerzo para reflexionar sobre los acontecimientos de nuestra historia y para compartir, mediante el diálogo, nuestras reflexiones con otros pensadores contemporáneos que pertenecen a otras escuelas o tradiciones. Reflexión sobre la historia actual y diálogo con los contemporáneos de otras escuelas, esto es lo que toca a al tomista de hoy. A continuación se tratará de hacer esto más explícito.
2. Diálogo con los filósofos actuales
El tomista actual ha de tener información de los principales movimientos de pensamiento de la época, para poder dialogar con ellos. Puede decirse que hay un “lenguaje” en cada corriente, el cual es necesario poseer mínimamente para hacerlo. Y un lenguaje no sólo como palabra, sino como estructura, o estilo. Así, Edith Stein hizo comprensible el tomismo para los fenomenólogos; Cornelio Fabro lo hizo para los existencialistas; Peter Geach, para los analíticos; Maurice Corvez para los estructuralistas, etc. Son tomistas que han hecho comprensible y aceptable el tomismo. Lo han revitalizado con elementos y adquisiciones de otros sistemas e incluso han hecho aportaciones a otros sistemas desde el tomismo.
Aunque no parezca así a primera vista, el mundo actual espera de nosotros que le demos el tomismo mediante el diálogo. Es nuestro legado. Los filósofos actuales no esperan tanto que les hablemos de Frege o de Nietzsche, ni de Quine o Derrida, sino de Santo Tomás; pues a ellos los conocen mejor que nosotros, pero a él no. Y a veces nosotros nos avergonzamos de Santo Tomás y del tomismo. No nos quieren a la moda. Nos quieren con un conocimiento de lo nuevo muy profundo, para que seamos capaces del diálogo; pero no nos van a buscar para preguntarnos sobre eso, sino sobre lo otro, lo nuestro. Y eso nuestro, que es el tomismo, hay que saber contrastarlo con esas nuevas corrientes. Por ello hay que conocerlas muy bien. Mas, sobre todo, tenemos que ser capaces de criticarnos a nosotros mismos y hacer examen de conciencia intelectual al trasluz de nuevos descubrimientos y nuevas teorías. [2] No se puede hablar de Santo Tomás pontificando, con un tono que se oye muchísimo en nuestros centros de estudio. No siempre podemos enseñar a Santo Tomás desde arriba, deductivamente, sino al revés, las más de las veces hay que reconstruir en los oyentes las inducciones que hizo el Aquinate para llegar a lo que llegó. Hasta pedagógicamente así se debe enseñar cualquier autor o doctrina.
Es muy saludable pensar que no se me va a aceptar lo que diga por ser de Santo Tomás, sino que tengo que empezar de cero, incluso con las cosas en contra, pues en las universidades laicas hay siempre prevención y prejuicio. Pero así se tendrá que ir persuadiendo de los principios, demostrando los elementos que se usan, y así se irá construyendo de manera más penosa, pero más firme, el edificio del sistema tomista, ante oyentes que pondrán objeciones, incluso resistencias ocultas, pero que aceptarán al menos partes de él por plena convicción, ya que no tienen que estudiarlo por obligación. Muchos llegan a interesarse en esos contenidos y piden ser acompañados en ello.
El que se convence de ello así, lo hará según el modo humano natural que hay para eso. Por la manuducción racional y metodológica que va afrontando difíciles preguntas sin zanjarlas por autoridad o por evasivas timoratas. A los filósofos actuales les gusta que estemos convencidos de algo, que haya algo, una doctrina, que defendamos; pero también y en igual medida, que seamos autocríticos, severos reconocedores de las dificultades que anidan en el tomismo, ya sea por motivos de la época en que se construyó, o por razones intrínsecas al propio sistema: lagunas, cosas poco desarrolladas, respuestas ad hoc y que no convencen, etc.; pues Santo Tomás no pudo hacerlo todo, y nos toca a nosotros, los tomistas actuales, desarrollar sus líneas en el sentido de las exigencias de la filosofía contemporánea, o, más propiamente, de las necesidades del hombre actual.
3. Resultado del diálogo: renovación y puesta al día de la doctrina tomista
Algo en lo que insiste mucho la Fides et Ratio es la recuperación, o conservación, y además la promoción del tomismo. [3] Pero creo que se debe insistir también en la puesta al día del tomismo, cosa que igualmente ha pedido siempre el Magisterio, y que se ha tratado de cumplir desde el neotomismo del s. XIX, como el de Lovaina. Hay que llegar a un tomismo renovado. Un discípulo actual de Santo Tomás no se puede dedicar a repetir fórmulas que pueden sonar vacías, debe hacer que suenen ricas de contenido y aplicables. Es decir, tiene que tratar de hacer comprensible el tomismo para la gente de su tiempo. Hay un doble movimiento aquí, parecido al de la retórica, a saber, de recepción y de transmisión. Por una parte, hay que entender el verdadero espíritu de Santo Tomás, y conservarlo. Pero también tenemos que saber presentarlo al hombre de hoy. Eso implica conocer los intereses filosóficos de los hombres de nuestro tiempo. Para ello hay que conocer los sistemas que tienen más vigencia. Hay que saber acercarlo a ellos. Y un paso más es dialogar con ellos. De esta manera se podrá, no sólo comunicar con ellos y hacerles entender (y hasta aceptar) elementos del tomismo (esenciales o accidentales), sino que además se recibirán aportaciones para el tomismo, y se les harán aportaciones desde el tomismo.
Por eso, lo peor que puede hacer un tomista en la actualidad es quedarse en mero repetidor erudito del Aquinate. Se nos verá como historiadores de la filosofía, no como filósofos. Hay que asumir a Santo Tomás para potenciarlo, para ampliarlo, para extender las cosas que no pudo hacer él, y que ahora nos toca a nosotros realizar. Toda tradición trae la exigencia de ser incorporada, asimilada, aprendida, introyectada, por sus seguidores. Pero también tiene la invitación, la vocación -si no es que también exigencia- de ser ampliada, ensanchada, sobrepujada, al menos en sus bordes, sin pretensiones ni narcisismos, sino para su enriquecimiento. Y esto sólo puede hacerse en el diálogo con los otros pensadores de nuestra época. Sólo tiene cabida cuando vamos a oír al otro y a tratar de responderle. [4]
Es muy distinta la creatividad cuando se hace desde el narcisismo, desde el egoísmo, que cuando se hace desde la generosidad, desde la oblatividad o el afán de servir. Lo primero es ídolo, lo segundo es icono. Lo primero sólo busca originalidad, que es la creatividad brillante pero estéril, sólo busca lo ingenioso y lo “interesante”, que es la categoría que justamente colocaba Kierkegaard en el estadio de la estética, previo al de la ética y al de la religión. Si nosotros nos proclamamos en el estadio religioso, muy mal podríamos colocarnos en el estético, donde impera lo interesante. Lo interesante sólo podría ser, a lo más, un medio, un valor suplementario y supeditado a la verdad, para hacerla brillar más; pero no para quedarse en lo interesante como en un lugar de llegada, de destino.
Nuestra aportación al tomismo no puede ser idolátrica, sino icónica. No puede darse por haber hecho del tomismo un ídolo, al cual haya que rendir culto, ni por hacer de nuestra aportación otro ídolo, sino por haber hecho de uno y otra un icono, el cual es un signo que transmite de la mejor manera un mensaje esencial, incluso el del propio tomismo, pero su esencia más profunda. Solamente los que han visto al tomismo como un ídolo, que lo han idolatrado, son los que lo adoran y defienden a mordiscos, y también son los que acaban abominándolo como un monstruo. Para evitar ambas cosas, hay que ver al tomismo como un icono, no como un ídolo; verlo desde la ¿conicidad es amarlo y respetarlo; pero trascenderlo, superarlo y hacerlo avanzar y progresar. [5] Mas esto sólo puede hacerse en el diálogo con los pensadores de la época. Ellos son los que nos van a mostrar los retos y los problemas que nos lanza nuestra cultura, a la que debemos responder. Y no filosofar o hacer teología como si estuviéramos encerrados en la Edad Media o en la Colonia. Tampoco renegando de la formación tomista que hemos recibido, por deficiente que haya sido. Nos toca hacer avanzar nuestra tradición.
En cambio, crear desde el ídolo, desde el narcisismo, lo hacemos si nos quedamos presos del sistema y de la comunidad epistémica de los propios tomistas. No contentarnos con ser meros especialistas en sutilezas y en minucias del propio sistema. Que no me baste ser el gran conocedor, más que los demás, de un pequeño punto que acaba por ser intrascendente. Eso significaría quedar encerrados en el propio narcisismo. Hay que salir, buscar a los demás, para compartir con ellos nuestros hallazgos en el seno de esta gran tradición del Aquinate. No quedarnos en un tomismo univocista, cerrado, condenatorio e intransigente; tampoco en un tomismo equivocista, como el de algunos “tomistas” que difícilmente retienen ese nombre, y ya poco tienen del paradigma original; sino llegar a un tomismo analógico, que nos abra a dialogar con los otros.
4. El tomismo como posibilidad de renovación en la hermenéutica
En la actualidad, la hermenéutica es una de las corrientes que han adquirido más presencia. Pero habría que corregirla en muchos aspectos, y esto es una labor en la que puede ayudarnos mucho el pensamiento tomista, la filosofía de Santo Tomás, que ha vuelto a recomendar el Santo Padre en la Fides et Ratio, y que tiene como un tesoro el pensador actual. De ahí, del tomismo, viene la idea de un discurso analógico, de una racionalidad de la analogía, y de ahí he tomado lo que yo denomino la hermenéutica analógica, que creo que podrá a solucionar muchos callejones sin salida en los que están atrapadas tanto la modernidad como la posmodernidad. [6]
La noción de analogía, de sólida estirpe tomista, nos ayudará a replantear el problema del realismo. Se habla ahora de que no conocemos la realidad en cuanto tal, sino sólo a través de marcos conceptuales, lo que hace que no podamos asegurar ningún realismo, todo es relativismo casi idealista. [7] Pero hay un argumento fuerte contra ese relativismo e idealismo. Es un argumento genético. ¿Cómo surgen o se originan los marcos conceptúales? O son innatos o son adquiridos. Es decir, o son trascendentales o son empíricos. O son a priori o son a posteriori. Decir que son innatos, trascendentales o a priori es muy fuerte, inaceptable, porque naceríamos con la cultura a cuestas, como una mochila; más fuerte que los universales lingüísticos de Chomsky. Por eso sus sostenedores dicen que son productos culturales; es decir, son empíricos, a posteriori, se adquieren, se aprenden por la experiencia y se trasmiten por la instrucción, la enseñanza. Pero, si esto es así, es decir, si son adquiridos, aprendidos, hubo un momento en que no estaban construidos, al comienzo del hombre, de la cultura; incluso si se dice que el hombre sólo fue hombre cuando, dejando de ser animal, empezó a tener cultura, es decir, la cultura y el hombre nacieron en el mismo instante. Pero tuvo que haber un momento en que los marcos conceptuales surgieron, y surgieron de algo; no surgieron de la nada, y entonces surgieron de la naturaleza, o mejor, del contacto del hombre con la naturaleza, y justamente la cultura surgió como reacción ante ella, como respuesta a las necesidades de la adaptación y después a las necesidades de bienestar del hombre. Esta consideración es analógica, busca un realismo moderado, una reducción intermedia. La analogía, pues, nos hace plantear el encuentro del hombre con el mundo, del hombre con la naturaleza, y en este encuentro o contacto, surge la cultura; pero tiene su origen, por ello, en la natura. [8]
5. Renovación en epistemología y ontología
Acorde con esto, la encíclica Fides et ratio insiste mucho en la verdad como adecuación y en el realismo, tanto gnoseológico como ontológico, el cual es un depósito que se da a cuidar al estudiante y al profesor católicos. [9] Y, también, por supuesto, al dominico. Pero ¿cómo podemos cumplir con este encargo de la encíclica? Corren malos tiempos para el realismo. El realismo cognoscitivo es visto como ingenuidad, y el realismo ontológico es visto como prepotencia. En cuanto al conocimiento, hace falta recuperar, apoyar bien y fomentar el realismo epistemológico, pues el racionalismo y el empirismo modernos han llevado a un escepticismo muy grande, el cual también se veía encerrado en el idealismo, a pesar de su apariencia de absolutización del conocimiento. Siempre es por perder la atadura de lo real, el afianzamiento en la realidad. En filosofía del lenguaje lo vemos como la aceptación del solo sentido y la negación de la referencia. Eso ha llevado al relativismo de las culturas. Todas dan una respuesta válida a la realidad, todas tienen una moral que les resulta adaptada y conveniente, y, por lo tanto, no puede haber diálogo de ninguna manera. Y este relativismo alcanza ya el plano de los individuos.
Eso ha repercutido hasta en la ontología, pues se dice que no es válido ya hablar de esencias, de estructuras de ser con alguna firmeza, sino que todas se diluyen en el vacío del relativismo y desaparecen en el nihilismo. [10] La nueva ontología es nihilista. Por eso es cuando más urge recuperar el sentido del ser, de la esencia y de la existencia según las proporciones que a cada uno le competen, y revivir esa analogía de la ontología tomista. Una metafísica analógica es urgente, pues se ha olvidado, y todo el debate se mueve desde el univocismo hasta el equivocismo, y parece no tener salida. Ojalá que en la actualidad sepa cultivarse esta ontología, esta metafísica, que verdaderamente recupere la analogicidad del ser, de la realidad. [11]
6. En la ética
El tomista, además, tiene que hacer una crítica social desde la ética. En efecto, hay principios morales que son imperecederos, y que la gente de hoy no quiere ver. Están frente a ellos, y cierran sus ojos para no verlos. En la Fides et Ratio, el Santo Padre insiste en la conservación y profundización de la ley natural; [12] es lo que se ha llamado iusnaturalismo en la filosofía del derecho, y que es una iusfilosofía basada en el estudio de la naturaleza del hombre para ver qué leyes y derechos le son convenientes, porque surgen de ella. Ha sido muy rechazada y combatida por juristas y filósofos, pues da la impresión de que, más que una teoría jurídica, es una teoría ética. De hecho sostiene valores morales inmutables y universales, que han de plasmarse en las legislaciones.
Y es ahora cuando más urge volver a esa antigua idea de una naturaleza humana y una moral y un derecho surgidos de ella. Pues sin esa normatividad de la naturaleza humana, implícita en el ser, de modo que no se extraiga de él de manera indebida (la llamada falacia naturalista), sino que sea reflejo de lo que el mismo ser impone como deber ser, todo se vale. Sin esa dirección, no hay rumbo fijo, y se puede imponer, e incluso acordar mediante el consenso cosas injustas o que por lo menos no son convenientes ni adecuadas para el ser humano. Ese iusnaturalismo está implícito en las diversas declaraciones de los derechos humanos. Por más que se consideren ya positivados dichos derechos, si no se les concede más base que la positivación, y no un arraigo en la naturaleza misma, pueden ser válidamente despositivados y anulados. Y los derechos humanos que todavía no han sido reconocidos, pueden llegar a serlo de la misma manera, sujetos al arbitrio de los hombres, o supeditados al acuerdo, o gratuitamente aceptados o rechazados. [13] No en balde hace tanta falta (como insiste tanto la encíclica) recuperar y renovar la noción de naturaleza humana, para apoyar en ella la ética y el derecho.
7. Evitar el encerramiento y ejercer la autocrítica
El narcisismo se da sobre todo entre iguales. Aquí, se daría entre tomistas. Sería competir para ver quién repite mejor a Tomás, quién sabe de memoria párrafos más largos. Esto no agradaría al Aquinate. Y esto no basta, pues no ha ayudado a la promoción del tomismo. Antes bien, es lo que lo ha frenado, detenido y anquilosado. Lo que ha promovido, difundido y ensanchado el tomismo ha sido el estudio, humilde y rico a la vez, del dar con generosidad, del no encerrarnos con otros tomistas y pelear con ellos, no quedarnos en luchas internas de sutilezas, sino salir fiados en Dios a entregar nuestro mensaje y a compartir con los necesitados ese tesoro, y los primeros necesitados que acudirán a nosotros serán los mismos intelectuales.
En efecto, el estudio encerrado en una misma tradición corre el riesgo de caer en posturas narcisistas. Se contempla a sí mismo, y quiere verse en los otros como en un espejo. Que lo reproduzcan a él, que lo repitan indefinidamente. Es como la serpiente de los alquimistas, que, vuelta sobre sí misma, se mordía la cola, y así se revolvía sin término; no en balde quedó como símbolo del infinito. Infinitamente vuelta sobre sí misma, contempladora de su propia vacuidad, la escolástica, entendida en sentido peyorativo, en todos los tiempos se ha adorado a sí misma y su tradición, su escuela y sus escolarcas. Desde los griegos, cuyas sectas comenzaron bien esa autoadoración y ese menosprecio de los otros, de lo diferente. Pasando por los escolásticos, medievales y postmedie-vales, que ganaron a pulso ese mote y esa caracterización proverbial. Pero también llegando a los modernos y a los nuevos posmodernos. Todos ellos juran por las palabras de la autoridad que eligieron, adoradores de sus escuelas, y de sus líderes, lo cual viene otra vez a ser adoración de ellos mismos. Narcisismo hubo en los marxistas, en los estructuralistas y en los analíticos. Y ahora lo hay en los nuevos, los posmodernos: foucaultianos, deleuzianos, derridianos y pájaros de todos esos plumajes. “Escolásticos” todos ellos, en el más bajo sentido, de la peor ralea, por incapaces de autocrítica y de esfuerzo por comprender a los demás, ellos mismos sostenedores y defensores de la diferencia hasta el cansancio, pero incapaces de aplicarla al vecino.
La autocrítica comienza por reconocer que se puede estar en el error, o por lo menos que se pueden tener errores muy crasos junto con el grano bueno de las verdades. Eso lleva a reconocer que de los otros recibimos enseñanzas; no sólo críticas y objeciones, que casi siempre suponemos son por maldad o por envidia, sino auténticas lecciones y verdaderas aportaciones que pueden corregir o enriquecer nuestros puntos de vista. De ahí se puede pasar por lo menos a la tolerancia, y a buscar buena voluntad en los errores o incluso buenas verdades nacidas de esa misma recta intención que se supone o se concede al otro. Y aun se puede pasar a reconocer que el conocimiento, que es poco y frágil, lo construimos entre todos, aportando no sólo verdades, piedras duras y resistentes, sino también errores, inapreciables lecciones de nuestros límites conceptuales y sana humillación de nuestra razón exorbitada. Sigue siendo cierto aquel adagio antiquísimo: que en la humildad está la sabiduría. La humildad, que no es sino el irrecusable reconocimiento de nuestras limitaciones constitutivas, es lo que nos permite rechazar esos enemigos del sabio, hermanos gemelos en su destructividad, que son la soberbia y la envidia, las cuales van de la mano, se implican la una a la otra.
La capacidad de autocrítica y de colaboración constructiva del saber, son elementos de esa humildad, y llaman a su lado a la capacidad de diálogo, para poder conversar provechosamente con otras escuelas distintas. Y evita esa solemne grosería de intelectuales que niegan y condenan de tajo a sus rivales, porque no pueden ver sino rivales, y no colaboradores en la construcción del conocimiento. Profesores y escritores que se les ve condenar y anatematizar a los que no piensan como ellos, con los consabidos sambenitos de ilusos, ingenuos, mal intencionados o interesados. Con ello “ se alía con “ y todos ellos se vuelven fámulos de los inquisidores, y acusadores de sus oponentes.
Como se ve, los mismos que han atacado y vilipendiado a la escolástica y a la Inquisición, por cerradas e intolerantes, son los que ahora, puestos en el poder y vueltos, como ellos, intelectuales orgánicos, repiten lo mismo. Hacen lo que han criticado. Y defienden sus “escolásticas” nuevas, con sus jefes y sus observancias, con sus grados de aproximaciones al modelo (llámese Bataille, Lyotard o Derrida) y acusan al tribunal de la Gran Inquisición -más poderosa y nefasta que la otra- de la opinión común de los “bienpensantes”, de los “á la mode” y de los buscadores de lo más reciente, que son los que, en definitiva, perpetúan lo que critican al escandalizarse de que algo se pueda calificar como “políticamente correcto”. Foros de aplausos de lo nuevo y de condena de lo discordante, que se valen de los medios de comunicación -igualmente aparatos de propaganda y cámaras de tortura- para extender y perpetuar su dominio.
8. Tomismo icónico y no idolátrico
He hablado de iconicidad, y el icono (al igual que el ídolo) es un símbolo. Un símbolo en buen sentido. Y eso es lo que esperan de nosotros los filósofos actuales. Que seamos un símbolo. Ya sin que lo sepamos, sin que nos lo propongamos, somos un símbolo para ellos. Símbolo de un pensamiento creyente. Sobre todo, y es lo que más se escucha, de un pensamiento que tiene alguna esperanza. Mas, por lo mismo, tiene que ser un pensamiento que revele caridad, que esté cimentado en ella y polarizado o intencionalizado hacia ella. Símbolo y paradigma, icono y no ídolo.
Tenemos que ser capaces de meditar y reproducir la Encarnación, como pide la Fides et ratio. [14] Dios usó la encarnación de su Hijo para redimirnos, salvarnos; y ser capaces de encarnar nuestra predicación, encarnar un Verbo en una predicación inserta en ciertos medios. Es un apostolado como inserción, como encarnación, kenótica, abajada. Es hacerse, como Cristo, una especie de mestizo.
Estamos al servicio de otro, de otro que es Palabra, que es otra palabra, no la nuestra, sino la de Él. Al servicio de un Verbo, de un Logos. Esto es lo esencial: servir a la Palabra. Darla, a los demás, entregarla a los otros, con adecuación, con seriedad. Es un acto eminentemente hermenéutico (y pragmático: retórico).
9. El tomismo como servicio a la humanidad
El tomismo está vigente en la actualidad. Hay ciertamente muchos elementos que son puestos en crisis, pero hay otros que no sólo son actuales sino urgentes para la filosofía de nuestro tiempo. Pero hay que dar no un tomismo unívoco, de pura conservación; ni tampoco un tomismo equívoco, de mero nombre, que se diluye en las otras doctrinas; sino un tomismo analógico, que a la vez retenga y avance, que profundice en lo propio y dialogue con los demás.
Hay que trabajar para que nuestras actividades dedicadas al apostolado intelectual sean un testimonio de estudio y acogida, de diálogo valioso. Los universitarios esperan de nosotros enseñanzas que les resulten significativas, dentro de eventos significativos, que los atraigan, los hagan reflexionar sobre la religión -aun si no son creyentes- o sobre su fe -si son creyentes-, de modo que haya diálogo sobre estos temas. Uno se va a encontrar desde estudiantes o profesores que (groseramente) retan a demostrar la existencia de Dios, hasta estudiantes y profesores reposados y reflexivos que quieren conocer el cristianismo o profundizar en él.
Ofrecer el servicio de la palabra, a través de la predicación, la docencia, la investigación y la difusión. Tienen que ver en nosotros, dominicos y tomistas, un ejemplo de estudio y de preparación, un ejemplo de diálogo y un ejemplo de acompañamiento. El ejemplo de estudio conlleva la preocupación por conocer lo que se piensa en nuestro tiempo, i.e. conocer nuestra cultura, estar al día no en las superficialidades, sino en las angustias y utopías de nuestra época; el ejemplo de diálogo implica que seamos capaces de no negar lo que ocurre y darle al menos algún atisbo de respuesta, i.e. una iluminación; y el ejemplo de acompañamiento reside en ser capaces de compartir con el mundo universitario su ansia de encontrar el sentido en este mundo tan carente de él.
10. Conclusión
El tomismo tiene, pues, una misión que cumplir en la cultura actual. Está destinado a reconstruir el humanismo, a erigir un humanismo nuevo, en la línea del cristianismo (un humanismo cristiano, es decir, del hombre con Dios). [15] El humanismo ha sido muy rechazado en los últimos tiempos, de acuerdo con la crítica de Martin Heidegger del mismo. Pero ahora es cuando más se necesita, y uno de signo cristiano, que pueda sacar al hombre actual del marasmo y sinsentido que cunde en nuestro tiempo. Esto es lo que nos pide la encíclica Fides et ratio. Y para ello tenemos un buen instrumento: el tomismo, que nos dará un humanismo, por el lugar tan elevado que confiere al hombre, y un humanismo cristiano, por el lugar de privilegio que da a Cristo, como el icono de Dios.
Para realizar ese humanismo, el dominio y tomista tiene que rescatar la iconicidad de Dios que hay en el hombre. Tiene que salvaguardar al hombre como icono de Dios, como análogo suyo, imagen y semejanza divinas. Para ello ha de ser capaz de conservar lo substancial del legado del Aquinate y renovarlo de acuerdo a los conocimientos y acontecimientos del día, para señalar sobre todo su sentido a los que ya se han apartado de él, se han perdido. En esto tenemos un gran trabajo, que llenará nuestras existencias.
Notas:
[1] Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, 1998, nn. 7 y 67.
[2] Cf. E. Forment, Id a Tomás, Pamplona, Fundación Gratis Date, 1998, 24-37.
[3] Encíclica Fides et ratio, nn. 43-44.
[4] Cf. ]. R. Méndez, “Desafíos para la filosofía”, en Varios, Fe y razón. Comentarios la encíclica, Buenos Aires: Universidad Católica Argentina, 1999,128-129.
[5] Cf. Encíclica Fides et ratio, nn. 61-62.
[6] Cf. M. Beuchot, Tratado de hermenéutica analógica, México: UNAM, 1997; 2a. ed., México: UNAM-ítaca, 2000.
[7] Como el de Hilary Putnam. Cf. su libro Sentido, sinsentido y los sentidos, Barcelona: Paidós, 2000, 47 ss.
[8] Cf. M. Beuchot, Sobre el realismo y la verdad en el camino de la analogicidad, México: Universidad Pontificia de México, 1998.
[9] Cf. Encíclica Fides et ratio, n. 29.
[10] Cf. G. Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, México: Gedisa, 1986,23 ss.
[11] Cf. B. Mondin, “Metafísica e analogía”, en A. Lobato (ed.), Litera, sensus, sententia, Milano: Massimo, 1991,416-417.
[12] Encíclica Fides et ratio, nn. 69-70. Lo dice al llamar al estudio de la naturaleza humana y oponerse al relativismo cultural.
[13] Cf. C. I. Massini Correas, “Aportaciones tomistas a la filosofía de la justicia”, en Varios, Santo Tomás de Aquino, humanista cristiano, Buenos Aires: Sociedad Tomista Argentina, 1986, 23 ss.
[14] Encíclica Fides el ratio, nn. 105-106.
[15] Cf. A. Lobato, “El humanismo cristiano del Doctor Humanitatis”, en Varios, Santo Tomás de Aquino, humanista cristiano, cit., 119.
2004.
Les anexo el texto que vamos a discutir el siguiente jueves.
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El compromiso del tomista actual
Reflexiones sobre el estudio de Santo Tomás en la Orden Dominicana de nuestro tiempo
1. Introducción
La orden dominicana ha cultivado con predilección el tomismo. Pues bien, el tomista en la actualidad tiene una responsabilidad muy grave ante la sociedad y la Iglesia. Tiene el compromiso de adquirir una preparación más fuerte y de una participación más profunda en el ámbito de lo social, a través de las ideas. Ir a la problemática de la sociedad, para obtener fuentes de reflexión, y volver a la sociedad, para hacer que esas ideas regresen a ella, de modo quo la beneficien y la cambien. Sobre esto insiste mucho el Santo Padre en la encíclica Fides et Ratio -la cual tomaremos muy en cuenta para nuestra reflexión-, aludiendo a los retos concretos que tiene en la actualidad el filosofar cristiano. [1]
La llamada “diaconía de la verdad” nos obliga a hacer un denodado esfuerzo para reflexionar sobre los acontecimientos de nuestra historia y para compartir, mediante el diálogo, nuestras reflexiones con otros pensadores contemporáneos que pertenecen a otras escuelas o tradiciones. Reflexión sobre la historia actual y diálogo con los contemporáneos de otras escuelas, esto es lo que toca a al tomista de hoy. A continuación se tratará de hacer esto más explícito.
2. Diálogo con los filósofos actuales
El tomista actual ha de tener información de los principales movimientos de pensamiento de la época, para poder dialogar con ellos. Puede decirse que hay un “lenguaje” en cada corriente, el cual es necesario poseer mínimamente para hacerlo. Y un lenguaje no sólo como palabra, sino como estructura, o estilo. Así, Edith Stein hizo comprensible el tomismo para los fenomenólogos; Cornelio Fabro lo hizo para los existencialistas; Peter Geach, para los analíticos; Maurice Corvez para los estructuralistas, etc. Son tomistas que han hecho comprensible y aceptable el tomismo. Lo han revitalizado con elementos y adquisiciones de otros sistemas e incluso han hecho aportaciones a otros sistemas desde el tomismo.
Aunque no parezca así a primera vista, el mundo actual espera de nosotros que le demos el tomismo mediante el diálogo. Es nuestro legado. Los filósofos actuales no esperan tanto que les hablemos de Frege o de Nietzsche, ni de Quine o Derrida, sino de Santo Tomás; pues a ellos los conocen mejor que nosotros, pero a él no. Y a veces nosotros nos avergonzamos de Santo Tomás y del tomismo. No nos quieren a la moda. Nos quieren con un conocimiento de lo nuevo muy profundo, para que seamos capaces del diálogo; pero no nos van a buscar para preguntarnos sobre eso, sino sobre lo otro, lo nuestro. Y eso nuestro, que es el tomismo, hay que saber contrastarlo con esas nuevas corrientes. Por ello hay que conocerlas muy bien. Mas, sobre todo, tenemos que ser capaces de criticarnos a nosotros mismos y hacer examen de conciencia intelectual al trasluz de nuevos descubrimientos y nuevas teorías. [2] No se puede hablar de Santo Tomás pontificando, con un tono que se oye muchísimo en nuestros centros de estudio. No siempre podemos enseñar a Santo Tomás desde arriba, deductivamente, sino al revés, las más de las veces hay que reconstruir en los oyentes las inducciones que hizo el Aquinate para llegar a lo que llegó. Hasta pedagógicamente así se debe enseñar cualquier autor o doctrina.
Es muy saludable pensar que no se me va a aceptar lo que diga por ser de Santo Tomás, sino que tengo que empezar de cero, incluso con las cosas en contra, pues en las universidades laicas hay siempre prevención y prejuicio. Pero así se tendrá que ir persuadiendo de los principios, demostrando los elementos que se usan, y así se irá construyendo de manera más penosa, pero más firme, el edificio del sistema tomista, ante oyentes que pondrán objeciones, incluso resistencias ocultas, pero que aceptarán al menos partes de él por plena convicción, ya que no tienen que estudiarlo por obligación. Muchos llegan a interesarse en esos contenidos y piden ser acompañados en ello.
El que se convence de ello así, lo hará según el modo humano natural que hay para eso. Por la manuducción racional y metodológica que va afrontando difíciles preguntas sin zanjarlas por autoridad o por evasivas timoratas. A los filósofos actuales les gusta que estemos convencidos de algo, que haya algo, una doctrina, que defendamos; pero también y en igual medida, que seamos autocríticos, severos reconocedores de las dificultades que anidan en el tomismo, ya sea por motivos de la época en que se construyó, o por razones intrínsecas al propio sistema: lagunas, cosas poco desarrolladas, respuestas ad hoc y que no convencen, etc.; pues Santo Tomás no pudo hacerlo todo, y nos toca a nosotros, los tomistas actuales, desarrollar sus líneas en el sentido de las exigencias de la filosofía contemporánea, o, más propiamente, de las necesidades del hombre actual.
3. Resultado del diálogo: renovación y puesta al día de la doctrina tomista
Algo en lo que insiste mucho la Fides et Ratio es la recuperación, o conservación, y además la promoción del tomismo. [3] Pero creo que se debe insistir también en la puesta al día del tomismo, cosa que igualmente ha pedido siempre el Magisterio, y que se ha tratado de cumplir desde el neotomismo del s. XIX, como el de Lovaina. Hay que llegar a un tomismo renovado. Un discípulo actual de Santo Tomás no se puede dedicar a repetir fórmulas que pueden sonar vacías, debe hacer que suenen ricas de contenido y aplicables. Es decir, tiene que tratar de hacer comprensible el tomismo para la gente de su tiempo. Hay un doble movimiento aquí, parecido al de la retórica, a saber, de recepción y de transmisión. Por una parte, hay que entender el verdadero espíritu de Santo Tomás, y conservarlo. Pero también tenemos que saber presentarlo al hombre de hoy. Eso implica conocer los intereses filosóficos de los hombres de nuestro tiempo. Para ello hay que conocer los sistemas que tienen más vigencia. Hay que saber acercarlo a ellos. Y un paso más es dialogar con ellos. De esta manera se podrá, no sólo comunicar con ellos y hacerles entender (y hasta aceptar) elementos del tomismo (esenciales o accidentales), sino que además se recibirán aportaciones para el tomismo, y se les harán aportaciones desde el tomismo.
Por eso, lo peor que puede hacer un tomista en la actualidad es quedarse en mero repetidor erudito del Aquinate. Se nos verá como historiadores de la filosofía, no como filósofos. Hay que asumir a Santo Tomás para potenciarlo, para ampliarlo, para extender las cosas que no pudo hacer él, y que ahora nos toca a nosotros realizar. Toda tradición trae la exigencia de ser incorporada, asimilada, aprendida, introyectada, por sus seguidores. Pero también tiene la invitación, la vocación -si no es que también exigencia- de ser ampliada, ensanchada, sobrepujada, al menos en sus bordes, sin pretensiones ni narcisismos, sino para su enriquecimiento. Y esto sólo puede hacerse en el diálogo con los otros pensadores de nuestra época. Sólo tiene cabida cuando vamos a oír al otro y a tratar de responderle. [4]
Es muy distinta la creatividad cuando se hace desde el narcisismo, desde el egoísmo, que cuando se hace desde la generosidad, desde la oblatividad o el afán de servir. Lo primero es ídolo, lo segundo es icono. Lo primero sólo busca originalidad, que es la creatividad brillante pero estéril, sólo busca lo ingenioso y lo “interesante”, que es la categoría que justamente colocaba Kierkegaard en el estadio de la estética, previo al de la ética y al de la religión. Si nosotros nos proclamamos en el estadio religioso, muy mal podríamos colocarnos en el estético, donde impera lo interesante. Lo interesante sólo podría ser, a lo más, un medio, un valor suplementario y supeditado a la verdad, para hacerla brillar más; pero no para quedarse en lo interesante como en un lugar de llegada, de destino.
Nuestra aportación al tomismo no puede ser idolátrica, sino icónica. No puede darse por haber hecho del tomismo un ídolo, al cual haya que rendir culto, ni por hacer de nuestra aportación otro ídolo, sino por haber hecho de uno y otra un icono, el cual es un signo que transmite de la mejor manera un mensaje esencial, incluso el del propio tomismo, pero su esencia más profunda. Solamente los que han visto al tomismo como un ídolo, que lo han idolatrado, son los que lo adoran y defienden a mordiscos, y también son los que acaban abominándolo como un monstruo. Para evitar ambas cosas, hay que ver al tomismo como un icono, no como un ídolo; verlo desde la ¿conicidad es amarlo y respetarlo; pero trascenderlo, superarlo y hacerlo avanzar y progresar. [5] Mas esto sólo puede hacerse en el diálogo con los pensadores de la época. Ellos son los que nos van a mostrar los retos y los problemas que nos lanza nuestra cultura, a la que debemos responder. Y no filosofar o hacer teología como si estuviéramos encerrados en la Edad Media o en la Colonia. Tampoco renegando de la formación tomista que hemos recibido, por deficiente que haya sido. Nos toca hacer avanzar nuestra tradición.
En cambio, crear desde el ídolo, desde el narcisismo, lo hacemos si nos quedamos presos del sistema y de la comunidad epistémica de los propios tomistas. No contentarnos con ser meros especialistas en sutilezas y en minucias del propio sistema. Que no me baste ser el gran conocedor, más que los demás, de un pequeño punto que acaba por ser intrascendente. Eso significaría quedar encerrados en el propio narcisismo. Hay que salir, buscar a los demás, para compartir con ellos nuestros hallazgos en el seno de esta gran tradición del Aquinate. No quedarnos en un tomismo univocista, cerrado, condenatorio e intransigente; tampoco en un tomismo equivocista, como el de algunos “tomistas” que difícilmente retienen ese nombre, y ya poco tienen del paradigma original; sino llegar a un tomismo analógico, que nos abra a dialogar con los otros.
4. El tomismo como posibilidad de renovación en la hermenéutica
En la actualidad, la hermenéutica es una de las corrientes que han adquirido más presencia. Pero habría que corregirla en muchos aspectos, y esto es una labor en la que puede ayudarnos mucho el pensamiento tomista, la filosofía de Santo Tomás, que ha vuelto a recomendar el Santo Padre en la Fides et Ratio, y que tiene como un tesoro el pensador actual. De ahí, del tomismo, viene la idea de un discurso analógico, de una racionalidad de la analogía, y de ahí he tomado lo que yo denomino la hermenéutica analógica, que creo que podrá a solucionar muchos callejones sin salida en los que están atrapadas tanto la modernidad como la posmodernidad. [6]
La noción de analogía, de sólida estirpe tomista, nos ayudará a replantear el problema del realismo. Se habla ahora de que no conocemos la realidad en cuanto tal, sino sólo a través de marcos conceptuales, lo que hace que no podamos asegurar ningún realismo, todo es relativismo casi idealista. [7] Pero hay un argumento fuerte contra ese relativismo e idealismo. Es un argumento genético. ¿Cómo surgen o se originan los marcos conceptúales? O son innatos o son adquiridos. Es decir, o son trascendentales o son empíricos. O son a priori o son a posteriori. Decir que son innatos, trascendentales o a priori es muy fuerte, inaceptable, porque naceríamos con la cultura a cuestas, como una mochila; más fuerte que los universales lingüísticos de Chomsky. Por eso sus sostenedores dicen que son productos culturales; es decir, son empíricos, a posteriori, se adquieren, se aprenden por la experiencia y se trasmiten por la instrucción, la enseñanza. Pero, si esto es así, es decir, si son adquiridos, aprendidos, hubo un momento en que no estaban construidos, al comienzo del hombre, de la cultura; incluso si se dice que el hombre sólo fue hombre cuando, dejando de ser animal, empezó a tener cultura, es decir, la cultura y el hombre nacieron en el mismo instante. Pero tuvo que haber un momento en que los marcos conceptuales surgieron, y surgieron de algo; no surgieron de la nada, y entonces surgieron de la naturaleza, o mejor, del contacto del hombre con la naturaleza, y justamente la cultura surgió como reacción ante ella, como respuesta a las necesidades de la adaptación y después a las necesidades de bienestar del hombre. Esta consideración es analógica, busca un realismo moderado, una reducción intermedia. La analogía, pues, nos hace plantear el encuentro del hombre con el mundo, del hombre con la naturaleza, y en este encuentro o contacto, surge la cultura; pero tiene su origen, por ello, en la natura. [8]
5. Renovación en epistemología y ontología
Acorde con esto, la encíclica Fides et ratio insiste mucho en la verdad como adecuación y en el realismo, tanto gnoseológico como ontológico, el cual es un depósito que se da a cuidar al estudiante y al profesor católicos. [9] Y, también, por supuesto, al dominico. Pero ¿cómo podemos cumplir con este encargo de la encíclica? Corren malos tiempos para el realismo. El realismo cognoscitivo es visto como ingenuidad, y el realismo ontológico es visto como prepotencia. En cuanto al conocimiento, hace falta recuperar, apoyar bien y fomentar el realismo epistemológico, pues el racionalismo y el empirismo modernos han llevado a un escepticismo muy grande, el cual también se veía encerrado en el idealismo, a pesar de su apariencia de absolutización del conocimiento. Siempre es por perder la atadura de lo real, el afianzamiento en la realidad. En filosofía del lenguaje lo vemos como la aceptación del solo sentido y la negación de la referencia. Eso ha llevado al relativismo de las culturas. Todas dan una respuesta válida a la realidad, todas tienen una moral que les resulta adaptada y conveniente, y, por lo tanto, no puede haber diálogo de ninguna manera. Y este relativismo alcanza ya el plano de los individuos.
Eso ha repercutido hasta en la ontología, pues se dice que no es válido ya hablar de esencias, de estructuras de ser con alguna firmeza, sino que todas se diluyen en el vacío del relativismo y desaparecen en el nihilismo. [10] La nueva ontología es nihilista. Por eso es cuando más urge recuperar el sentido del ser, de la esencia y de la existencia según las proporciones que a cada uno le competen, y revivir esa analogía de la ontología tomista. Una metafísica analógica es urgente, pues se ha olvidado, y todo el debate se mueve desde el univocismo hasta el equivocismo, y parece no tener salida. Ojalá que en la actualidad sepa cultivarse esta ontología, esta metafísica, que verdaderamente recupere la analogicidad del ser, de la realidad. [11]
6. En la ética
El tomista, además, tiene que hacer una crítica social desde la ética. En efecto, hay principios morales que son imperecederos, y que la gente de hoy no quiere ver. Están frente a ellos, y cierran sus ojos para no verlos. En la Fides et Ratio, el Santo Padre insiste en la conservación y profundización de la ley natural; [12] es lo que se ha llamado iusnaturalismo en la filosofía del derecho, y que es una iusfilosofía basada en el estudio de la naturaleza del hombre para ver qué leyes y derechos le son convenientes, porque surgen de ella. Ha sido muy rechazada y combatida por juristas y filósofos, pues da la impresión de que, más que una teoría jurídica, es una teoría ética. De hecho sostiene valores morales inmutables y universales, que han de plasmarse en las legislaciones.
Y es ahora cuando más urge volver a esa antigua idea de una naturaleza humana y una moral y un derecho surgidos de ella. Pues sin esa normatividad de la naturaleza humana, implícita en el ser, de modo que no se extraiga de él de manera indebida (la llamada falacia naturalista), sino que sea reflejo de lo que el mismo ser impone como deber ser, todo se vale. Sin esa dirección, no hay rumbo fijo, y se puede imponer, e incluso acordar mediante el consenso cosas injustas o que por lo menos no son convenientes ni adecuadas para el ser humano. Ese iusnaturalismo está implícito en las diversas declaraciones de los derechos humanos. Por más que se consideren ya positivados dichos derechos, si no se les concede más base que la positivación, y no un arraigo en la naturaleza misma, pueden ser válidamente despositivados y anulados. Y los derechos humanos que todavía no han sido reconocidos, pueden llegar a serlo de la misma manera, sujetos al arbitrio de los hombres, o supeditados al acuerdo, o gratuitamente aceptados o rechazados. [13] No en balde hace tanta falta (como insiste tanto la encíclica) recuperar y renovar la noción de naturaleza humana, para apoyar en ella la ética y el derecho.
7. Evitar el encerramiento y ejercer la autocrítica
El narcisismo se da sobre todo entre iguales. Aquí, se daría entre tomistas. Sería competir para ver quién repite mejor a Tomás, quién sabe de memoria párrafos más largos. Esto no agradaría al Aquinate. Y esto no basta, pues no ha ayudado a la promoción del tomismo. Antes bien, es lo que lo ha frenado, detenido y anquilosado. Lo que ha promovido, difundido y ensanchado el tomismo ha sido el estudio, humilde y rico a la vez, del dar con generosidad, del no encerrarnos con otros tomistas y pelear con ellos, no quedarnos en luchas internas de sutilezas, sino salir fiados en Dios a entregar nuestro mensaje y a compartir con los necesitados ese tesoro, y los primeros necesitados que acudirán a nosotros serán los mismos intelectuales.
En efecto, el estudio encerrado en una misma tradición corre el riesgo de caer en posturas narcisistas. Se contempla a sí mismo, y quiere verse en los otros como en un espejo. Que lo reproduzcan a él, que lo repitan indefinidamente. Es como la serpiente de los alquimistas, que, vuelta sobre sí misma, se mordía la cola, y así se revolvía sin término; no en balde quedó como símbolo del infinito. Infinitamente vuelta sobre sí misma, contempladora de su propia vacuidad, la escolástica, entendida en sentido peyorativo, en todos los tiempos se ha adorado a sí misma y su tradición, su escuela y sus escolarcas. Desde los griegos, cuyas sectas comenzaron bien esa autoadoración y ese menosprecio de los otros, de lo diferente. Pasando por los escolásticos, medievales y postmedie-vales, que ganaron a pulso ese mote y esa caracterización proverbial. Pero también llegando a los modernos y a los nuevos posmodernos. Todos ellos juran por las palabras de la autoridad que eligieron, adoradores de sus escuelas, y de sus líderes, lo cual viene otra vez a ser adoración de ellos mismos. Narcisismo hubo en los marxistas, en los estructuralistas y en los analíticos. Y ahora lo hay en los nuevos, los posmodernos: foucaultianos, deleuzianos, derridianos y pájaros de todos esos plumajes. “Escolásticos” todos ellos, en el más bajo sentido, de la peor ralea, por incapaces de autocrítica y de esfuerzo por comprender a los demás, ellos mismos sostenedores y defensores de la diferencia hasta el cansancio, pero incapaces de aplicarla al vecino.
La autocrítica comienza por reconocer que se puede estar en el error, o por lo menos que se pueden tener errores muy crasos junto con el grano bueno de las verdades. Eso lleva a reconocer que de los otros recibimos enseñanzas; no sólo críticas y objeciones, que casi siempre suponemos son por maldad o por envidia, sino auténticas lecciones y verdaderas aportaciones que pueden corregir o enriquecer nuestros puntos de vista. De ahí se puede pasar por lo menos a la tolerancia, y a buscar buena voluntad en los errores o incluso buenas verdades nacidas de esa misma recta intención que se supone o se concede al otro. Y aun se puede pasar a reconocer que el conocimiento, que es poco y frágil, lo construimos entre todos, aportando no sólo verdades, piedras duras y resistentes, sino también errores, inapreciables lecciones de nuestros límites conceptuales y sana humillación de nuestra razón exorbitada. Sigue siendo cierto aquel adagio antiquísimo: que en la humildad está la sabiduría. La humildad, que no es sino el irrecusable reconocimiento de nuestras limitaciones constitutivas, es lo que nos permite rechazar esos enemigos del sabio, hermanos gemelos en su destructividad, que son la soberbia y la envidia, las cuales van de la mano, se implican la una a la otra.
La capacidad de autocrítica y de colaboración constructiva del saber, son elementos de esa humildad, y llaman a su lado a la capacidad de diálogo, para poder conversar provechosamente con otras escuelas distintas. Y evita esa solemne grosería de intelectuales que niegan y condenan de tajo a sus rivales, porque no pueden ver sino rivales, y no colaboradores en la construcción del conocimiento. Profesores y escritores que se les ve condenar y anatematizar a los que no piensan como ellos, con los consabidos sambenitos de ilusos, ingenuos, mal intencionados o interesados. Con ello “ se alía con “ y todos ellos se vuelven fámulos de los inquisidores, y acusadores de sus oponentes.
Como se ve, los mismos que han atacado y vilipendiado a la escolástica y a la Inquisición, por cerradas e intolerantes, son los que ahora, puestos en el poder y vueltos, como ellos, intelectuales orgánicos, repiten lo mismo. Hacen lo que han criticado. Y defienden sus “escolásticas” nuevas, con sus jefes y sus observancias, con sus grados de aproximaciones al modelo (llámese Bataille, Lyotard o Derrida) y acusan al tribunal de la Gran Inquisición -más poderosa y nefasta que la otra- de la opinión común de los “bienpensantes”, de los “á la mode” y de los buscadores de lo más reciente, que son los que, en definitiva, perpetúan lo que critican al escandalizarse de que algo se pueda calificar como “políticamente correcto”. Foros de aplausos de lo nuevo y de condena de lo discordante, que se valen de los medios de comunicación -igualmente aparatos de propaganda y cámaras de tortura- para extender y perpetuar su dominio.
8. Tomismo icónico y no idolátrico
He hablado de iconicidad, y el icono (al igual que el ídolo) es un símbolo. Un símbolo en buen sentido. Y eso es lo que esperan de nosotros los filósofos actuales. Que seamos un símbolo. Ya sin que lo sepamos, sin que nos lo propongamos, somos un símbolo para ellos. Símbolo de un pensamiento creyente. Sobre todo, y es lo que más se escucha, de un pensamiento que tiene alguna esperanza. Mas, por lo mismo, tiene que ser un pensamiento que revele caridad, que esté cimentado en ella y polarizado o intencionalizado hacia ella. Símbolo y paradigma, icono y no ídolo.
Tenemos que ser capaces de meditar y reproducir la Encarnación, como pide la Fides et ratio. [14] Dios usó la encarnación de su Hijo para redimirnos, salvarnos; y ser capaces de encarnar nuestra predicación, encarnar un Verbo en una predicación inserta en ciertos medios. Es un apostolado como inserción, como encarnación, kenótica, abajada. Es hacerse, como Cristo, una especie de mestizo.
Estamos al servicio de otro, de otro que es Palabra, que es otra palabra, no la nuestra, sino la de Él. Al servicio de un Verbo, de un Logos. Esto es lo esencial: servir a la Palabra. Darla, a los demás, entregarla a los otros, con adecuación, con seriedad. Es un acto eminentemente hermenéutico (y pragmático: retórico).
9. El tomismo como servicio a la humanidad
El tomismo está vigente en la actualidad. Hay ciertamente muchos elementos que son puestos en crisis, pero hay otros que no sólo son actuales sino urgentes para la filosofía de nuestro tiempo. Pero hay que dar no un tomismo unívoco, de pura conservación; ni tampoco un tomismo equívoco, de mero nombre, que se diluye en las otras doctrinas; sino un tomismo analógico, que a la vez retenga y avance, que profundice en lo propio y dialogue con los demás.
Hay que trabajar para que nuestras actividades dedicadas al apostolado intelectual sean un testimonio de estudio y acogida, de diálogo valioso. Los universitarios esperan de nosotros enseñanzas que les resulten significativas, dentro de eventos significativos, que los atraigan, los hagan reflexionar sobre la religión -aun si no son creyentes- o sobre su fe -si son creyentes-, de modo que haya diálogo sobre estos temas. Uno se va a encontrar desde estudiantes o profesores que (groseramente) retan a demostrar la existencia de Dios, hasta estudiantes y profesores reposados y reflexivos que quieren conocer el cristianismo o profundizar en él.
Ofrecer el servicio de la palabra, a través de la predicación, la docencia, la investigación y la difusión. Tienen que ver en nosotros, dominicos y tomistas, un ejemplo de estudio y de preparación, un ejemplo de diálogo y un ejemplo de acompañamiento. El ejemplo de estudio conlleva la preocupación por conocer lo que se piensa en nuestro tiempo, i.e. conocer nuestra cultura, estar al día no en las superficialidades, sino en las angustias y utopías de nuestra época; el ejemplo de diálogo implica que seamos capaces de no negar lo que ocurre y darle al menos algún atisbo de respuesta, i.e. una iluminación; y el ejemplo de acompañamiento reside en ser capaces de compartir con el mundo universitario su ansia de encontrar el sentido en este mundo tan carente de él.
10. Conclusión
El tomismo tiene, pues, una misión que cumplir en la cultura actual. Está destinado a reconstruir el humanismo, a erigir un humanismo nuevo, en la línea del cristianismo (un humanismo cristiano, es decir, del hombre con Dios). [15] El humanismo ha sido muy rechazado en los últimos tiempos, de acuerdo con la crítica de Martin Heidegger del mismo. Pero ahora es cuando más se necesita, y uno de signo cristiano, que pueda sacar al hombre actual del marasmo y sinsentido que cunde en nuestro tiempo. Esto es lo que nos pide la encíclica Fides et ratio. Y para ello tenemos un buen instrumento: el tomismo, que nos dará un humanismo, por el lugar tan elevado que confiere al hombre, y un humanismo cristiano, por el lugar de privilegio que da a Cristo, como el icono de Dios.
Para realizar ese humanismo, el dominio y tomista tiene que rescatar la iconicidad de Dios que hay en el hombre. Tiene que salvaguardar al hombre como icono de Dios, como análogo suyo, imagen y semejanza divinas. Para ello ha de ser capaz de conservar lo substancial del legado del Aquinate y renovarlo de acuerdo a los conocimientos y acontecimientos del día, para señalar sobre todo su sentido a los que ya se han apartado de él, se han perdido. En esto tenemos un gran trabajo, que llenará nuestras existencias.
Notas:
[1] Juan Pablo II, Encíclica Fides et ratio, 1998, nn. 7 y 67.
[2] Cf. E. Forment, Id a Tomás, Pamplona, Fundación Gratis Date, 1998, 24-37.
[3] Encíclica Fides et ratio, nn. 43-44.
[4] Cf. ]. R. Méndez, “Desafíos para la filosofía”, en Varios, Fe y razón. Comentarios la encíclica, Buenos Aires: Universidad Católica Argentina, 1999,128-129.
[5] Cf. Encíclica Fides et ratio, nn. 61-62.
[6] Cf. M. Beuchot, Tratado de hermenéutica analógica, México: UNAM, 1997; 2a. ed., México: UNAM-ítaca, 2000.
[7] Como el de Hilary Putnam. Cf. su libro Sentido, sinsentido y los sentidos, Barcelona: Paidós, 2000, 47 ss.
[8] Cf. M. Beuchot, Sobre el realismo y la verdad en el camino de la analogicidad, México: Universidad Pontificia de México, 1998.
[9] Cf. Encíclica Fides et ratio, n. 29.
[10] Cf. G. Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, México: Gedisa, 1986,23 ss.
[11] Cf. B. Mondin, “Metafísica e analogía”, en A. Lobato (ed.), Litera, sensus, sententia, Milano: Massimo, 1991,416-417.
[12] Encíclica Fides et ratio, nn. 69-70. Lo dice al llamar al estudio de la naturaleza humana y oponerse al relativismo cultural.
[13] Cf. C. I. Massini Correas, “Aportaciones tomistas a la filosofía de la justicia”, en Varios, Santo Tomás de Aquino, humanista cristiano, Buenos Aires: Sociedad Tomista Argentina, 1986, 23 ss.
[14] Encíclica Fides el ratio, nn. 105-106.
[15] Cf. A. Lobato, “El humanismo cristiano del Doctor Humanitatis”, en Varios, Santo Tomás de Aquino, humanista cristiano, cit., 119.
2004.
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