15 abr 2008

Intelectual, cúrate a ti mismo

La educación según don Giussani, un antídoto contra la “pedagogía ligth”
Por Giorgio Israel
Profesor ordinario de Matemática
Universidad la Sapienza

He leído, desde mi perspectiva de hebreo, los escritos de don Luigi Giussani* y encuentro en ellos más de un motivo para reconocer una comunión de ideas, en particular por el acento que él pone en la centralidad de la persona y del encuentro entre personas en la experiencia de la vida.

En el último libro publicado ¿Se puede vivir así? (1), me sorprende la insistencia de Giussani en el rol de mediador que tiene el otro para la relación con la realidad: «Yo no veo una cosa; veo sólo al amigo que me habla de esa cosa y el amigo es una persona confiable, por eso lo que él ha visto es como si lo hubiera yo visto».

Y encuentro que esto tiene implicaciones particularmente significativas para el proceso del conocimiento: «Eliminad el conocimiento por mediación y tendríais que eliminar toda la cultura humana, toda, porque toda la cultura humana se basa en el hecho de que unos empiezan a partir de lo que otros han descubierto y así avanzan». Y más aun, «Si no existiese este método no sabríamos como movernos; mejor, uno sabrías como moverse, ¡pero en un metro cuadrado!».

«La cultura, la historia y la convivencia humana se fundan en este tipo de conocimiento indirecto, conocimiento de una realidad a través de la mediación de un testigo» En la escuela el testigo es el educador y todo el proceso de enseñanza se funda en esta relación entre personas, una relación que debe ser de confianza y de comprensión. Es un modo de ver las cosas que está en consonancia con aquello que señala Hannah Arendt: el educador es un representante de un mundo en el que el joven ha llegado a ser y el cual se le presenta en la tradición, que pone las bases sobre las cuales es posible seguir adelante. Sobre las espaldas del educador, el testigo que conquista su confianza, el joven puede ir más allá, partiendo de aquello que él le trasmite.

Es exactamente lo contrario de las teorías pedagógicas basados en el principio del autoaprendizaje, que se oponen a la trasmisión de conocimientos a través de la enseñanza porque se le considera impositiva o autoritaria: se requiere rehacer todo el camino y redescubrir todo por si mismo, sólo con la ayuda de un “facilitador”. Don Giussani habría dicho que, si se elige este punto de vista, se necesita eliminar toda la cultura humana y no queda nada, a lo mucho ¡un misero metro cuadrado! La cultura y el conocimiento –don Giussani lo recuerda- jamás son directos, sino mediados por un testigo, son el fruto de un encuentro.

La contradicción es tanto más clamorosa porque las teorías (mezcla de pragmatismo –del tipo de John Dewey- y de los resabios de antiautoritarismo sesentayochero y contestatario) niegan radicalmente el rol de la persona.

La contradicción es clamorosamente evidente en dos aspectos tan queridos para los autores de estas teorías: el primero es la sustitución de la evaluación basada en la relación interpersonal entre maestro y alumno, la que se considera demasiado subjetiva, por una evaluación impersonal desarrollada por entes externos, que pretende ser objetivo y basada en (inexistentes) bases científicas; el segundo es la disolución del rol de la familia ya que a esta se le asignan funciones dentro del proceso escolar, para las cuales no se halla preparada y, de este modo, se le expropia el rol que le corresponde primariamente, o sea el de formar la personalidad ética y moral de los hijos. Este es el punto de vista de la llamada Educación para la ciudadanía, promovido en España por el gobierno Zapatero y que ha encontrados algunos compinches en los promotores de los desafortunados cursos de Educación para Convivencia civil (con C mayúscula) y cursos de “afectividad”.

La relectura de estas páginas de don Giussani dedicadas a la educación es un sano antídoto contra estos absurdos.

*Luigi Giussani. Sacerdote milanés, fundador del Movimiento Comunión y Liberación.
(1) Giussani, L. (2007) ¿Se puede vivir así? Armadía. México.


Tomado de la revista italiana Tempi. Traducción de Jorge L. Navarro

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