Autor: Ignacio Ruiz Velasco Nuño
Mi mujer está dormida.
También es luna,
claridad que transcurre
—no entre escollos de nubes,
entre las peñas y las penas de los sueños:
también es alma.
Fluye bajo sus ojos cerrados,
desde su frente se despeña,
torrente silencioso,
hasta sus pies,
en sí misma se desploma
y de sí misma brota,
sus latidos la esculpen,
se inventa al recorrerse,
se copia al inventarse,
entre las islas de sus pechos
es un brazo de mar,
su vientre es la laguna
donde se desvanecen
la sombra y sus vegetaciones,
fluye por su talle,
sube,
desciende,
en sí misma se esparce,
se ata
a su fluir,
se dispersa en su forma:
también es cuerpo.
(Nocturno de San Ildefonso)
Hay pretensiones destinadas al fracaso rotundo desde su concepción. Me temo que el lector se encuentra frente a uno de estos casos. Intentar una glosa de la poesía de Octavio Paz o un análisis de su concepción del amor en un corto espacio y, además, sin ser especialista, parece llamado al fracaso. Por eso sólo aventuraré unas reflexiones breves sobre un tema casi inagotable en nuestro recientemente fallecido Premio Nobel de literatura.
Quise por ello iniciar con un epígrafe un tanto largo: un fragmento de un extenso poema, el Nocturno de San Ildefonso, en unos versos del parágrafo cuarto. Estos versos hablan de dos constantes en la concepción del amor de Octavio Paz: el alma y el cuerpo. El amor requiere de ambos: «para los amantes el cuerpo piensa y el alma se toca, es palpable» . Inseparables, juegan distinto papel. Indispensables, en nuestros días ambos corren sendos peligros:
«Ahora asistimos a una reversión radicalmente opuesta al platonismo: nuestra época niega al alma y reduce el espíritu humano a un reflejo de las funciones corporales. Así ha minado en su centro mismo a la noción de persona, doble herencia del cristianismo y la filosofía griega. La noción de alma constituye a la persona y, sin persona, el amor regresa al mero erotismo. Más adelante volveré sobre el ocaso de la noción de persona en nuestras sociedades; por ahora, me limito a decir que ha sido el principal responsable de los desastres políticos del siglo XX y del envilecimiento general de nuestra civilización. Hay una conexión íntima y causal, necesaria, entre las nociones de alma, persona, derechos humanos y amor. Sin la creencia en un alma inmortal inseparable de un cuerpo mortal, no habría podido nacer el amor único ni su consecuencia: la transformación del objeto deseado en sujeto deseante. En suma, el amor exige como condición previa la noción de persona y ésta la de un alma encarnada en un cuerpo».
«La revolución del cuerpo ha sido y es un hecho decisivo en la doble historia del amor y del erotismo: nos ha liberado pero puede también degradarnos y envilecernos»
En ese espléndido libro que es La llama doble, Paz recoge sus mejores reflexiones sobre el amor. Ahí distingue tres elementos: la sexualidad, el erotismo y el amor, cada uno de ellos con un papel: «el sexo es la raíz, el erotismo es el tallo y el amor la flor. ¿Y el fruto? Los frutos del amor son intangibles» . La íntima relación entre los tres lleva a confusión a muchos. Pero en esa confusión se cifra la pérdida del amor, porque mientras «la sexualidad es animal; el erotismo es humano. (...) El amor es la metáfora final de la sexualidad. Su piedra de fundación es la libertad: el misterio de la persona» .
De aquí ese bello comentario a un párrafo del Ulises de Joyce:
«Hay una frase en el monólogo de Molly que no hubiera podido decir ninguna mujer enamorada: me besó bajo la pared morisca y yo pensé bueno tanto da él como otro... No, no es lo mismo con éste o con aquél. Y ésta es la línea que señala la frontera entre el amor y el erotismo. El amor es una atracción hacia una persona única: a un cuerpo y a un alma. El amor es elección; el erotismo, aceptación. Sin erotismo —sin forma visible que entra por los sentidos— no hay amor pero el amor traspasa al cuerpo deseado y busca al alma en el cuerpo y, en el alma, al cuerpo. A la persona entera».
Reducir el amor a erotismo —como se hace hoy en la publicidad, en los medios de comunicación social, y en amplios ambientes sociales—, es derrotar al amor. Por ello «el gran ausente de la revuelta erótica de este fin de siglo ha sido el amor» . Esto ha provocado una falla, «verdadera quiebra que nos ha convertido en inválidos no del cuerpo sino del espíritu» .
La llama doble. Amor y erotismo, es también una rica reflexión sobre la persona humana —sobre ese «ser encarnado» de Gabriel Marcel—, en la que destaca la sacralidad de cada uno: «Cada persona es única y por esto no es un abuso de lenguaje hablar de la “santidad de la persona”. La expresión, por lo demás, es de origen cristiano. Sí, cada ser humano, sin excluir a los más viles, encarna un misterio que no es exagerado llamar santo o sagrado» .
La adecuada concepción del papel del alma y el cuerpo en el amor, es decir, del papel de la persona completa, permite elevarnos de textos aparentemente eróticos a frases, versos y prosas de amor profundo. Quizá el carácter mistérico de esta relación sea el punto clave de esa elevación. Porque para Paz «el amor no es deseo de hermosura: es ansia de “completud”» . Así el amor puede colmarse en una persona humana o en una Persona Divina . Sin embargo, siempre el amor se inicia de una manera inesperada, y hasta cierto punto involuntaria: «El amor es atracción involuntaria hacia una persona y voluntaria aceptación de esa atracción» , «el amor es un misterio en el que libertad y predestinación se enlazan» .
No nos encontramos frente a un pensamiento meloso o sentimentaloide. Por el contrario, más bien diría que es trágico, como trágico es el verdadero amor: una aventura, una apuesta, un riesgo, un camino cuyo final desconocemos y que, sin embargo, vale la pena recorrer, «y en esto también reside la inmensa seducción que ejerce sobre nosotros el amor. No nos ofrece una vía de salvación; tampoco es una idolatría. Comienza con la admiración ante una persona, lo sigue el entusiasmo y culmina con la pasión que nos lleva a la dicha o al desastre. El amor es una prueba que a todos, a los felices o a los desgraciados, nos ennoblece» .
Esa es la enorme desgracia de nuestro tiempo, la pérdida del sentido de la aventura del amor, su usurpación por engaños de facilonería erótica comercializada, en la que «el capitalismo ha convertido a Eros en un empleado de Mammon» . Esa huida de las dificultades es porque se teme a la adversidad, incluso de la aparentemente mayor desgracia que es la muerte, porque se olvida que «la muerte es la fuerza de gravedad de amor» y, a la vez «el amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte» . No, «el amor no nos preserva de los riesgos y desgracias de la existencia. Ningún amor, sin excluir a los más apacibles y felices, escapa a los desastres y desventuras del tiempo» .
En su análisis del amor, en esos rodeos hacia el fondo del amor, Paz encuentra cinco rasgos fundamentales de los cuales más tarde reconoce que «pueden reducirse a tres: la exclusividad, que es amor a una sola persona; la atracción, que es fatalidad libremente asumida; la persona, que es alma y cuerpo» .
La exclusividad es el primero y más importante de los rasgos del amor, pues es ahí donde se distingue plenamente de los pasos previos: la mera sexualidad y el erotismo. «El amor único es una de las facetas de otro gran misterio: la persona humana» . Octavio Paz es tan claro y tajante en este aspecto que no duda en llamar complicidad erótica a esos extraños acuerdos en los que hay infidelidad por parte de ambos. Y en determinar que «el infiel es insensible o cruel y en ambos casos es incapaz de amar realmente» .
En el segundo rasgo fundamental del amor, nos vemos envueltos en una dicotomía paradójica: «el amor es atracción involuntaria hacia una persona y voluntaria aceptación de esa atracción» , independientemente de que esa persona sea humana o divina: «trátese del amor a Dios o del amor a Isolda, el amor es un misterio en el que libertad y predestinación se enlazan» .
En el fondo, campea y se enseñorea la noción de persona. Sin ella, no hay amor. Para éste, es necesario el paso por el erotismo, por la parte corpórea del ser humano, pero con la elevación hacia el alma. «La noción de alma constituye a la persona y, sin persona, el amor regresa al mero erotismo» .
Estas son reflexiones alejadas del frío racionalismo de los neopositivistas y, con ellos, de los científicos. Para todos ellos, el amor es una cuestión inútil, y cualquier reflexión sobre él, palabrería sin sentido. Paz retoma el reto: «todos los enamorados han sentido esa transposición de lo corporal a lo espiritual y viceversa. Todos lo saben con un saber rebelde a la razón y al lenguaje» . Por eso lo califica como «la gran subversión» .
Dije que La llama doble es un espléndido libro sobre el amor y la persona. Pero no se puede leer sin tener en cuenta y, de preferencia, al lado, su poesía. Hay poemas igualmente subversivos, duros y claros. Blanco es uno de ellos. Con las reflexiones de La llama doble, Blanco adquiere un brillo y esplendor inigualables. Es el paso de la erótica al amor.
Pero en esa riqueza, Octavio Paz se enfrenta a cuestiones para el insolubles. Si el amor resuelve el misterio por ser él mismo un misterio, la reflexión de Paz trastabillea con temas como la contracepción, alguna incomprensión hacia la Iglesia, una actitud quizá un tanto laxa ante la homosexualidad, y algún otro aspecto similar. Pero en el resto, Paz es un artista con una inteligencia clarividente. Como a Bretón, a él también muchos de sus contemporáneos no lo han entendido y lo han rechazado por no conceder nada a una erótica errada. Todo se cifra, como ya dije, en su definida acepción de persona: «el amor […] es una atracción por un alma y un cuerpo; no una idea: una persona. Esa persona es única y está dotada de libertad; para poseerla, el amante tiene que ganar su voluntad. Posesión y entrega son actos recíprocos» .
«El amor es intensidad y por esto es una distensión del tiempo: estira los minutos y los alarga como siglos […] El amor comienza con la mirada: miramos a la persona que queremos y ella nos mira. ¿Qué vemos? Todo y nada» .
Mi mujer está dormida.
También es luna,
claridad que transcurre
—no entre escollos de nubes,
entre las peñas y las penas de los sueños:
también es alma.
Fluye bajo sus ojos cerrados,
desde su frente se despeña,
torrente silencioso,
hasta sus pies,
en sí misma se desploma
y de sí misma brota,
sus latidos la esculpen,
se inventa al recorrerse,
se copia al inventarse,
entre las islas de sus pechos
es un brazo de mar,
su vientre es la laguna
donde se desvanecen
la sombra y sus vegetaciones,
fluye por su talle,
sube,
desciende,
en sí misma se esparce,
se ata
a su fluir,
se dispersa en su forma:
también es cuerpo.
(Nocturno de San Ildefonso)
Hay pretensiones destinadas al fracaso rotundo desde su concepción. Me temo que el lector se encuentra frente a uno de estos casos. Intentar una glosa de la poesía de Octavio Paz o un análisis de su concepción del amor en un corto espacio y, además, sin ser especialista, parece llamado al fracaso. Por eso sólo aventuraré unas reflexiones breves sobre un tema casi inagotable en nuestro recientemente fallecido Premio Nobel de literatura.
Quise por ello iniciar con un epígrafe un tanto largo: un fragmento de un extenso poema, el Nocturno de San Ildefonso, en unos versos del parágrafo cuarto. Estos versos hablan de dos constantes en la concepción del amor de Octavio Paz: el alma y el cuerpo. El amor requiere de ambos: «para los amantes el cuerpo piensa y el alma se toca, es palpable» . Inseparables, juegan distinto papel. Indispensables, en nuestros días ambos corren sendos peligros:
«Ahora asistimos a una reversión radicalmente opuesta al platonismo: nuestra época niega al alma y reduce el espíritu humano a un reflejo de las funciones corporales. Así ha minado en su centro mismo a la noción de persona, doble herencia del cristianismo y la filosofía griega. La noción de alma constituye a la persona y, sin persona, el amor regresa al mero erotismo. Más adelante volveré sobre el ocaso de la noción de persona en nuestras sociedades; por ahora, me limito a decir que ha sido el principal responsable de los desastres políticos del siglo XX y del envilecimiento general de nuestra civilización. Hay una conexión íntima y causal, necesaria, entre las nociones de alma, persona, derechos humanos y amor. Sin la creencia en un alma inmortal inseparable de un cuerpo mortal, no habría podido nacer el amor único ni su consecuencia: la transformación del objeto deseado en sujeto deseante. En suma, el amor exige como condición previa la noción de persona y ésta la de un alma encarnada en un cuerpo».
«La revolución del cuerpo ha sido y es un hecho decisivo en la doble historia del amor y del erotismo: nos ha liberado pero puede también degradarnos y envilecernos»
En ese espléndido libro que es La llama doble, Paz recoge sus mejores reflexiones sobre el amor. Ahí distingue tres elementos: la sexualidad, el erotismo y el amor, cada uno de ellos con un papel: «el sexo es la raíz, el erotismo es el tallo y el amor la flor. ¿Y el fruto? Los frutos del amor son intangibles» . La íntima relación entre los tres lleva a confusión a muchos. Pero en esa confusión se cifra la pérdida del amor, porque mientras «la sexualidad es animal; el erotismo es humano. (...) El amor es la metáfora final de la sexualidad. Su piedra de fundación es la libertad: el misterio de la persona» .
De aquí ese bello comentario a un párrafo del Ulises de Joyce:
«Hay una frase en el monólogo de Molly que no hubiera podido decir ninguna mujer enamorada: me besó bajo la pared morisca y yo pensé bueno tanto da él como otro... No, no es lo mismo con éste o con aquél. Y ésta es la línea que señala la frontera entre el amor y el erotismo. El amor es una atracción hacia una persona única: a un cuerpo y a un alma. El amor es elección; el erotismo, aceptación. Sin erotismo —sin forma visible que entra por los sentidos— no hay amor pero el amor traspasa al cuerpo deseado y busca al alma en el cuerpo y, en el alma, al cuerpo. A la persona entera».
Reducir el amor a erotismo —como se hace hoy en la publicidad, en los medios de comunicación social, y en amplios ambientes sociales—, es derrotar al amor. Por ello «el gran ausente de la revuelta erótica de este fin de siglo ha sido el amor» . Esto ha provocado una falla, «verdadera quiebra que nos ha convertido en inválidos no del cuerpo sino del espíritu» .
La llama doble. Amor y erotismo, es también una rica reflexión sobre la persona humana —sobre ese «ser encarnado» de Gabriel Marcel—, en la que destaca la sacralidad de cada uno: «Cada persona es única y por esto no es un abuso de lenguaje hablar de la “santidad de la persona”. La expresión, por lo demás, es de origen cristiano. Sí, cada ser humano, sin excluir a los más viles, encarna un misterio que no es exagerado llamar santo o sagrado» .
La adecuada concepción del papel del alma y el cuerpo en el amor, es decir, del papel de la persona completa, permite elevarnos de textos aparentemente eróticos a frases, versos y prosas de amor profundo. Quizá el carácter mistérico de esta relación sea el punto clave de esa elevación. Porque para Paz «el amor no es deseo de hermosura: es ansia de “completud”» . Así el amor puede colmarse en una persona humana o en una Persona Divina . Sin embargo, siempre el amor se inicia de una manera inesperada, y hasta cierto punto involuntaria: «El amor es atracción involuntaria hacia una persona y voluntaria aceptación de esa atracción» , «el amor es un misterio en el que libertad y predestinación se enlazan» .
No nos encontramos frente a un pensamiento meloso o sentimentaloide. Por el contrario, más bien diría que es trágico, como trágico es el verdadero amor: una aventura, una apuesta, un riesgo, un camino cuyo final desconocemos y que, sin embargo, vale la pena recorrer, «y en esto también reside la inmensa seducción que ejerce sobre nosotros el amor. No nos ofrece una vía de salvación; tampoco es una idolatría. Comienza con la admiración ante una persona, lo sigue el entusiasmo y culmina con la pasión que nos lleva a la dicha o al desastre. El amor es una prueba que a todos, a los felices o a los desgraciados, nos ennoblece» .
Esa es la enorme desgracia de nuestro tiempo, la pérdida del sentido de la aventura del amor, su usurpación por engaños de facilonería erótica comercializada, en la que «el capitalismo ha convertido a Eros en un empleado de Mammon» . Esa huida de las dificultades es porque se teme a la adversidad, incluso de la aparentemente mayor desgracia que es la muerte, porque se olvida que «la muerte es la fuerza de gravedad de amor» y, a la vez «el amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte» . No, «el amor no nos preserva de los riesgos y desgracias de la existencia. Ningún amor, sin excluir a los más apacibles y felices, escapa a los desastres y desventuras del tiempo» .
En su análisis del amor, en esos rodeos hacia el fondo del amor, Paz encuentra cinco rasgos fundamentales de los cuales más tarde reconoce que «pueden reducirse a tres: la exclusividad, que es amor a una sola persona; la atracción, que es fatalidad libremente asumida; la persona, que es alma y cuerpo» .
La exclusividad es el primero y más importante de los rasgos del amor, pues es ahí donde se distingue plenamente de los pasos previos: la mera sexualidad y el erotismo. «El amor único es una de las facetas de otro gran misterio: la persona humana» . Octavio Paz es tan claro y tajante en este aspecto que no duda en llamar complicidad erótica a esos extraños acuerdos en los que hay infidelidad por parte de ambos. Y en determinar que «el infiel es insensible o cruel y en ambos casos es incapaz de amar realmente» .
En el segundo rasgo fundamental del amor, nos vemos envueltos en una dicotomía paradójica: «el amor es atracción involuntaria hacia una persona y voluntaria aceptación de esa atracción» , independientemente de que esa persona sea humana o divina: «trátese del amor a Dios o del amor a Isolda, el amor es un misterio en el que libertad y predestinación se enlazan» .
En el fondo, campea y se enseñorea la noción de persona. Sin ella, no hay amor. Para éste, es necesario el paso por el erotismo, por la parte corpórea del ser humano, pero con la elevación hacia el alma. «La noción de alma constituye a la persona y, sin persona, el amor regresa al mero erotismo» .
Estas son reflexiones alejadas del frío racionalismo de los neopositivistas y, con ellos, de los científicos. Para todos ellos, el amor es una cuestión inútil, y cualquier reflexión sobre él, palabrería sin sentido. Paz retoma el reto: «todos los enamorados han sentido esa transposición de lo corporal a lo espiritual y viceversa. Todos lo saben con un saber rebelde a la razón y al lenguaje» . Por eso lo califica como «la gran subversión» .
Dije que La llama doble es un espléndido libro sobre el amor y la persona. Pero no se puede leer sin tener en cuenta y, de preferencia, al lado, su poesía. Hay poemas igualmente subversivos, duros y claros. Blanco es uno de ellos. Con las reflexiones de La llama doble, Blanco adquiere un brillo y esplendor inigualables. Es el paso de la erótica al amor.
Pero en esa riqueza, Octavio Paz se enfrenta a cuestiones para el insolubles. Si el amor resuelve el misterio por ser él mismo un misterio, la reflexión de Paz trastabillea con temas como la contracepción, alguna incomprensión hacia la Iglesia, una actitud quizá un tanto laxa ante la homosexualidad, y algún otro aspecto similar. Pero en el resto, Paz es un artista con una inteligencia clarividente. Como a Bretón, a él también muchos de sus contemporáneos no lo han entendido y lo han rechazado por no conceder nada a una erótica errada. Todo se cifra, como ya dije, en su definida acepción de persona: «el amor […] es una atracción por un alma y un cuerpo; no una idea: una persona. Esa persona es única y está dotada de libertad; para poseerla, el amante tiene que ganar su voluntad. Posesión y entrega son actos recíprocos» .
«El amor es intensidad y por esto es una distensión del tiempo: estira los minutos y los alarga como siglos […] El amor comienza con la mirada: miramos a la persona que queremos y ella nos mira. ¿Qué vemos? Todo y nada» .
2 comentarios:
Al parecer para los griegos, el erotismo (eros) incluye todos los tipos de amor posibles, incluso el amor a la naturaleza.
Es una matización que se me ocurre, y que modifica significativamente la visión general que se suele tener del erotismo.
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