El dolor y el sufrimiento.
Una realidad negativa que acompaña necesariamente a la vida humana es el dolor y sufrimiento. Existe una palabra que resume lo anterior: tribulación, es decir, con dicha palabra se designa la realidad presente -en mayor o menor medida- del dolor y sufrimiento tanto físico como moral, que acompañan la vida de cada ser humano.
En los momentos en que la tribulación se aparece en la vida del ser humano, éste se llega a formular las siguientes preguntas: ¿por qué a mí?, ¿por qué me sucede a mí?, ¿qué he hecho de malo para que me suceda a mí?... La anterior pregunta en sus diversas manifestaciones delata y evidencia dos cosas:
a) Una protesta del por qué en la vida hay dolor y sufrimiento, ya que el ser humano busca huir de aquellas realidades negativas, salvo que sea masoquista, y
b) Un reclamo, buscando una respuesta del por qué no debe de existir tribulación en la vida humana, y que sin embargo, existe.
Protesta y reclamo es la consecuencia natural con la cual cada persona reacciona ante el dolor y sufrimiento, y por si fuera poco, lo más trágico de la vida humana es que la respuesta a las preguntas arriba mencionadas, la mayoría de las veces, no existe, y si existe no satisface. El silencio provocado por la inexistencia o insuficiencia de la respuesta adecuada, manifiesta, entonces, que la tribulación es un Misterio, así con mayúscula (Gabriel Marcel), y ante el Misterio, existe otra reacción que el ser humano se provoca para compensar la ausencia de la respuesta adecuada, y ésta consiste en adoptar diversas actitudes ante el sufrimiento y dolor, ¿Cómo?... puede ser llorando; puede ser una actitud de violencia sintetizada en el refrán de: “no busco quien me la hizo, sino quien me la pague”; si es creyente en Dios puede encomendarse a Él, o bien, puede terminar blasfemando (alguien dijo por ahí que la blasfemia es una oración al revés); o puede considerar que la presencia de la tribulación en su vida se vuelve un reto a vencer para seguir viviendo.
Ante la presencia y Misterio de la tribulación cabe la siguiente reflexión: “No estoy hecho ni destruido por la tribulación que se ha presente en mi vida, sino por la respuesta –positiva o negativa- que provoco desde mi libertad ante el dolor y sufrimiento”.
La Muerte.
Es evidente que hace 150 años ni el autor de estas letras, ni el lector que las tiene presente en estos momentos, existía, es decir, cualquier persona hace 150 años no existía, no tenía ser, por decirlo de alguna manera: antes de que una persona fuese concebida era nada, era vacuidad. ¡Y de repente!, sin ninguna consulta, sin que nadie pidiera permiso, sin avisar; como un don, como un regalo o como una dádiva, la vida es otorgada a una persona. De ese modo, cualquier persona es arrojada a la existencia, de tal manera que la vida humana que se hace inmediatamente presente en una persona en cuanto que ésta es concebida, comienza a desplegarse en los puntos del espacio y en los momentos del tiempo.
Cada persona nace y comienza un desarrollo humano que sigue la siguiente secuencia: el niño llega a ser adolescente, el adolescente llega a ser joven, el joven llega a ser adulto, el adulto llega a ser anciano, pero el anciano, ya no llega a ser, porque su vida humana se interrumpe con la muerte.
La muerte constituye el límite de la existencia humana, y además, aunada al inicio de la vida de cada persona, impone en la vida de ésta una medida temporal, pues como se mencionaba más arriba, hace 150 años una determinada persona –ahora viva- no existía, y por la muerte, dentro de 150 años no existirá, así entonces, el ser humano queda ubicado como homo viator, es decir, tanto varones como mujeres son sujetos viajeros cuyas existencias transitan -por decirlo poéticamente- de la cuna al sepulcro. También, se puede decir que en razón de los límites de origen y muerte humana, el hombre es un guión entre dos nadas, porque antes de que la vida fuese otorgada a una persona, dicha persona no era, y después de la muerte, tampoco será. Lo más evidente en la existencia humana queda resumido en el siguiente juicio: el hombre y la mujer son un ser-para-la muerte (Martin Heidegger).
Ahora bien, el hombre es un ser-para-la-muerte no solamente porque su vejez concluye en el sepulcro, sino porque existe la posibilidad real -no ideal, ni ficticia-, de la muerte que lo acompaña en el viaje de su vida temporal, y cuando ésta se presenta, la vida humana de cada persona queda reducida a la nada, al no ser, a la vacuidad. Volviendo al desarrollo humano temporal se pueden hacer las siguientes precisiones: el niño puede llegar a ser adolescente, pero su llegar a ser incluye intrínsecamente la posibilidad real de la muerte; el adolescente, puede llegar a ser joven, pero su llegar a ser incluye intrínsecamente la posibilidad real de la muerte; el joven puede llegar a ser adulto, pero su llegar a ser incluye intrínsecamente la posibilidad real de la muerte, el adulto puede llegar a ser anciano, pero su llegar a ser incluye intrínsecamente la posibilidad real de la muerte. El ser humano es un ser-para-la-muerte porque su existencia está constantemente acompañada por la posibilidad real de morir en cada hora, en cada minuto, en cada segundo; y la muerte es la posibilidad real que, cuando se presenta, reduce a no ser, reduce a nada, las demás posibilidades de la vida, es decir, la muerte reduce a nada todo proyecto futuro y planes de vida que una persona buscó realizar, así pues, la muerte no sólo acaba con la vida presente de una persona determinada, sino también, acaba con todos sus proyectos. La muerte es la posibilidad real que al presentarse, anula las demás posibilidades de la vida, porque acaba con la vida misma.
La plena conciencia que cada ser humano tiene de su condición de mortal, es decir, de que es un ser para-la-muerte, es aquello que no solo hace al hombre diferente de los demás seres vivos, sino que dicha conciencia hace que la vida humana pueda –y tal vez deba- ser vivida como una preparación para la muerte (Platón). Para quien toma en serio la muerte, toma en serio la vida porque la muerte es una posibilidad real que acompaña a la vida de toda persona en cada instante.
Sin embargo, la conciencia de que cada persona es un sujeto-para-la-muerte, muchas veces se ve opacada cuando el ser humano goza de salud, de comodidades y no ha tenido experiencias cercanas a la muerte, tanto en su vida personal, como en la vida de personas moribundas. Principalmente es en la juventud cuando comúnmente la conciencia de la muerte queda eclipsada, no porque no se advierta o se niegue su realidad, sino porque se la ve como un algo distante y muy lejano a la vida plena propia de la etapa juvenil e incluso como extraña a la vida. Si la muerte es vista como un algo distante a la vida, esto puede tener como consecuencia el no tomarse en serio la vida porque quien toma en serio la muerte toma en serio la vida.
Si la persona humana es un ser-para-la-muerte, entonces el ser humano es alguien condenado porque no puede ser salvado de la muerte. Condenación que hace de la existencia humana una vocación para la nada. Aquí cabe otra cuestión, la posible salvación de aquella condenación hacia la muerte. Esto último pudiera estar en un ALGUIEN que muriendo, superara a la muerte, un ALGUIEN real histórico, que no sea ficticio ni novelesco. ¿Existe ese ALGUIEN?...
Si se dice que NO, entonces la persona humana es un ser-para-la-muerte de manera absoluta, es decir, el ser humano es un sujeto cuya vocación y sentido es el no-ser absolutamente, lo cual da lugar al triunfo del nihilismo: ¡Comamos, bebamos y divirtámonos placenteramente, pues al fin moriremos!
Si se dice que SI, entonces la persona humana, aunque no deja su condición de ser-para-la-muerte, puede en razón de ese ALGUIEN, constituirse en un ser humano que sea también un ser-para-la-salvación (Agustín Basave), a pesar de la muerte, con lo cual el nihilismo no triunfa totalmente.
La vida de cada persona humana oscila entre: ser-para-la-muerte o ser-para-la-salvación, he ahí el dilema.
Por Carlos Ramos Rosete.
2 comentarios:
interesante v:
uwu
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