A Cecilia y Patricia, como recuerdo de nuestra aventura política
“Corre camarada, lo viejo está detrás de ti”[1]
Mayo de 1968. “La edad de oro fue la edad en que el oro no reinaba. El becerro de oro siempre es lodo”, declamaron los estudiantes parisinos. Ese año sopló un viento fuerte, aparentemente nuevo, que arrancó los oropeles del templete burgués en Europa. Lamentablemente, los universitarios mexicanos escribieron mucho menos; el ejército aplastó la revuelta. No obstante, enfocar el 68 exclusivamente desde Tlatelolco es reduccionista. Los jóvenes del mundo quisieron algo más que una rebelión; pretendieron una revolución cultural, irreverente, provocativa, pero optimista.
Cuarenta años después, la principal herencia del 68 es la devaluación social de la ancianidad. El desprestigio ha llegado al extremo de inventar eufemismos (“adultos mayores”, “adultos en plenitud”) para evitar la obscenidad de las palabras viejo y anciano. Las etimologías de senador (del latín senex, viejo) y presbítero (del griego presbíteros, el más viejo) carecen de sentido en la civilización de cuerpos bellos y jóvenes.
Durante siglos, los ancianos fueron los depositarios del conocimiento y la virtud y, por tanto, del poder. La aristocracia y la burguesía compartían, cada una a su modo, dicha premisa. En consecuencia, concedían gran importancia a la cortesía y ritos afines, tan útiles para destacar la diversidad de funciones y estamentos. Al derogar esta liturgia laica, los viejos fueron degradados: ahora son los parias, la casta ínfima. Con el 68 comenzó “la guerra del cerdo” al estilo de Bioy Casares: los ancianos son los culpables.
“Aquí se es espontáneo”
En Francia, la revuelta cobró la cabeza de Charles de Gaulle. El general reunía en su persona los rasgos del pequeñoburgués: hombre de familia, religioso, nacionalista, conservador en moral, ahorrador y empeñoso, celoso de la autoridad.
El conservadurismo burgués –expresión jabonosa y escurridiza– goza de mala prensa. Con todo, el ideal burgués entraña cualidades encomiables: vocación liberal, respeto a la autoridad, urbanidad, laboriosidad, austeridad, vida en familia, orden, legalidad.
Me viene a la mente la novela Los Buddenbrook, en la que Thomas Mann relata las vicisitudes de una paradigmática familia burguesa. Gracias al trabajo duro y al éxito comercial, los Buddenbrook ganan reconocimiento social. El declive de la familia comienza cuando el romanticismo infecta al heredero: la estética sustituye a la eficacia, la espontaneidad prevalece sobre el orden, el impulso predomina sobre el análisis, la creatividad prima sobre la experiencia, y la inspiración avasalla el empeño rutinario y académico.
“No cambiemos de patrón, cambiemos de patrón de vida”
La rebelión del 68 atacó los pilares de la sociedad tradicional burguesa: Iglesia, Estado, Universidad y Empresa. Abolidas las viejas maneras, sin el blindaje de los viejos rituales, la autoridad quedó a merced de la crítica de los jóvenes. El diálogo erosionó la verticalidad de las instituciones; sólo la Empresa resistió el embate y dio cobijo al autoritarismo, aunque ciertamente en formas más sutiles. El mercado reveló su poder. Los símbolos sesentaiocheros de horizontalidad devinieron una mercancía más: jeans de marca libre, jeans de diseñador, de obrero o de millonario.
“La insolencia es la nueva arma revolucionaria”, garabatearon en la pared de la Facultad de Medicina de París. La abolición de las buenas maneras jugó un papel decisivo en esta revolución en que la mezclilla obrera desplazó a la corbata. El deterioro de los símbolos tradicionales de la autoridad fue el indicio más visible de un cambio profundo: la devaluación de la experiencia y la madurez. Antes del 68, la espontaneidad y la creatividad no eran los ejes torales de la teología, la política, la economía y, quizá, ni siquiera de la cultura. La tradición tenía un peso específico en la mentalidad pequeñoburguesa. El 68 se burló de la sensatez conservadora y activó un gen moderno, hasta ese momento aletargado: la idolatría al cambio. Aquellos jóvenes aceleraron el descrédito de la tradición.
“Si tiene el corazón a la izquierda, no tenga la cartera a la derecha”
La Ilustración burguesa es, por definición, crítica. Sin embargo, se trata de una crítica acotada por la funcionalidad y la sensatez. En ¿Qué es la Ilustración? Kant suaviza el ímpetu crítico y lo disuelve en un ejercicio compatible con la obediencia estándar. A la hora de la verdad, el uso público de la razón –someter las creencias al tribunal de la razón– respeta el statu quo. El soldado, sugiere Kant, debe acatar las órdenes del oficial, y el inferior ha de obedecer al superior. Sapere aude!, pensar por uno mismo: sí, siempre y cuando cumplamos con las obligaciones de nuestro cargo. Esto es el conservadurismo burgués.
La táctica kantiana se emparenta con la moral provisional de Descartes: aplicar la duda sistemática y universal, preservando las normas vigentes en tanto averiguamos si conviene abandonarlas. El conservadurismo burgués está dispuesto a reparar el barco, incluso a desarmarlo, si es menester. Pero no emprenderá los arreglos en altamar por miedo a hundir la nave.
“No a la revolución encorbatada”
La rebelión del 68 pretendió desmantelar este rescoldo de conservadurismo. La juventud perdió el respeto por el establishment: no temió cambiar el casco del barco a la mitad del océano. Al grito de “la imaginación al poder”, los capitanes prudentes, sobrevivientes de tantas tormentas, fueron defenestrados por marineros núbiles y audaces. La nueva generación arremetió contra el fetiche de la tradición que, a menudo, no era nada más que hipocresía. Y sin pretenderlo, nos despojaron de una coraza contra las inclemencias del mercado.
En Minima moralia (1951) Theodor Adorno avizoró el peligro: “tras la demolición pseudo-democrática de los formalismos, de la cortesía al viejo estilo [...] tras la aparente claridad y transparencia de las relaciones humanas, que ya no tolera nada indefinido, se anuncia la pura brutalidad. La palabra directa, que sin rodeos, sin vacilaciones ni reflexión, te dice en la cara cómo están las cosas, ya tienen la forma y el tono de una orden [...] La sencillez y objetividad de las relaciones que elimina todo oropel ideológico entre los hombres, ya se ha convertido en una ideología en función de la práctica de tratar a los hombres como cosas”. El mercado domesticó los desplantes de la juventud del 68.
El neorromanticismo sesentaiochero despojó a la burguesía de las reminiscencias aristocráticas (la vieja etiqueta, la veneración por la vejez) y poco más. Hoy no somos más críticos, ni más libres, ni más espontáneos, ni más creativos que quienes vivieron antes de 1968. Seguimos siendo tinta sobre un papel; individuos planos, hombres unidimensionales que aguardamos, con terror, la ancianidad.
– Héctor Zagal
Fuente: http://www.letraslibres.com/index.php?art=13179
18 sept 2008
LA ANIQUILACIÓN DE LA ANCIANIDAD
Publicado por
Abraham Siloé R.
en
4:34 p. m.
0
comentarios
Etiquetas: Ensayos de otros
21 ago 2008
La inmortalidad del alma humana
El filósofo señala los “argumentos deficientes” de Plotino, Platón o Fichte, entre otros… pero murió antes de exponer su visión.
Antonio Millán-Puelles es sin duda uno de los filósofos españoles más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Fallecido el 22 de marzo de 2005, el presente es un libro póstumo, al que no sólo faltan los retoques que el autor habría querido darle para su publicación definitiva, sino también su segunda parte, en la que, según el plan original, Millán-Puelles expondría su propia argumentación a favor de la inmortalidad del alma humana.
Esto no quita valor a un libro en el que encontramos el rigor y la profundidad filosófica característicos de este gran maestro del tomismo contemporáneo. Escrito en sus últimos meses de vida, el libro aúna el interés vital por el tema de quien lo escribe y el pleno dominio de la argumentación filosófica de un gran maestro.
En esta edición, después de la presentación del editor, José M.ª Barrio Maestre, del prefacio de Alejandro Llano, y de un Prólogo y una introducción del autor, el libro se divide en seis capítulos. Pero a esta división subyace otra tácita: desde el Capítulo I hasta el Capítulo V, el autor pone los fundamentos antropológicos para tratar el tema de la inmortalidad del alma.
Se trata de una lúcida exposición de las líneas fundamentales de la antropología, de inspiración aristotélico-tomista, aunque con originales hallazgos y sugerencias del propio Millán-Puelles. Estos capítulos, de por sí, han hecho que la publicación mereciera la pena.
En ellos se tratan los siguientes temas: los conceptos de vida, muerte e inmortalidad (Capítulo I); el concepto de hombre, a través de sus muchas definiciones (Capítulo II); el concepto de alma (Capítulo III); el concepto de alma humana (Capítulo IV); y la defensa del uso de la expresión “inmortalidad del alma humana”, en discusión con algunas afirmaciones de Josef Pieper (Capítulo V).
La otra “parte” está constituida por el Capítulo VI, en el que expone los que él considera “argumentos deficientes” para probar la inmortalidad del alma. Recorriendo la historia de la filosofía, el autor expone y critica argumentos de Platón, Cicerón y Séneca, Plotino, San Agustín, Descartes, Spinoza, Kant y Fichte, entre otros.
El conjunto es un tratado de estilo y espíritu clásico y tomista sobre la inmortalidad del alma. Una bocanada de aire puro para un mundo intelectual y académico, como el de la España actual, viciado de pragmatismo y relativismo, incluso en ambientes filosóficos.
Es una lástima que los argumentos propios de Millán-Puelles no hayan podido ser expuestos, aunque desde sus bases antropológicas y su inspiración tomista se los pueda de algún modo vislumbrar.
En todo caso se trata de una obra muy recomendable para quien quiera cultivar en su espíritu ideas rectas acerca de la naturaleza humana y su destino. Destino que, esperamos, este importante maestro ya estará disfrutando en plenitud. La inmortalidad del alma humana
Antonio Millán-Puelles
Rialp
Madrid 2008
204 páginas
Autor: Martín F. Echavarría.
Fecha de publicación: Agosto 12, 2008 por Revista Per Se
Publicado por
Abraham Siloé R.
en
12:27 p. m.
1 comentarios
Etiquetas: reseñas
Nuevo blog del Seminario de Hermenéutica
Desde el pasado 27 de mayo se puede consultar en la red el blog del Seminario de Hermenéutica del Instituto de Investigaciones Filológicas (IIFL) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Este seminario es dirigido por Mauricio Beuchot, creador y propulsor del movimiento filosófico de la Hermenéutica analógica.
¿Qué es Hermenéutica?
La hermenéutica es la disciplina (arte y ciencia) de la interpretación de textos. El interpretar se entiende como un proceso de comprensión, que cala en profundidad, que no se queda en una intelección instantánea y fugaz. La noción de texto abarca desde el texto escrito, que es la idea tradicional, pasando por el diálogo hasta la acción significativa.
La hermenéutica es una actividad filosófica, y está siempre en contacto estrecho con la literatura, la historia, el derecho, la antropología, la psicología, etc. Disciplinas con las cuales se enriquece para poder crear un trabajo interdisciplinario de interpretación y explicación/comprensión.
Los orígenes de la hermenéutica pueden rastrearse desde los griegos. Aristóteles, en su Peri hermeneias, esbozó algunas ideas sobre ella. Posteriormente, los medievales, con su exégesis bíblica de la Escritura, fueron afanosos cultivadores suyos. El renacimiento llevó al máximo la significación simbólica de los textos, al tiempo que originó la filología más atenida a la letra. La modernidad lleva adelante esa filología, con tintes de cientificismo, hasta que, en la línea del romanticismo, Schleiermacher resucita la teorización plenamente hermenéutica. Su herencia se recoge en Dilthey, que la aplica a la filosofía de la cultura y de la historia. De él supo recogerla Heidegger, en sus reflexiones sobre el ser y el hombre. La transmite a Gadamer, el cual ha influido sobre otros más recientes, como Ricoeur, Vattimo y Grondin. Actualmente, la hermenéutica en México se ve reforzada con la aportación de la hermenéutica analógica de Mauricio Beuchot.(1)
En el blog se puede consultar: bibliografía, reseñas, críticas, eventos próximos, perfiles de los miembros del seminario, entre otras muchas cosas.
Puedes accesar al blog desde el siguiente enlace:
http://seminariohermeneutica.blogspot.com
Notas:
1.Fuente: Seminario de Hermenéutica
Autor: Iván Moreno
Fuente: http://www.filosofia.com.mx
Publicado por
Abraham Siloé R.
en
12:02 p. m.
0
comentarios
Etiquetas: Avisos
12 ago 2008
La velocidad de la arquitectura china
Bei Dao
La toma aérea era melodramática. Una casa pequeña al centro de un foso de tierra excavada de diecisiete metros de diámetro y diez metros de profundidad en una manzana lista para recibir los cimientos de un futuro centro comercial. Alrededor, edificios. En la azotea de la vivienda, una bandera china. Doscientas setenta viviendas ya habían sido demolidas en la misma manzana, faltaba sólo esta. Le decían “la casa clavo de Chongqing”. La imagen abarrotó la prensa internacional, los propietarios Wu Ping y Yang Wu se volvieron famosos. Luego de tres años de negarse a ser desalojados, los dueños cedieron a las presiones, tanto de los constructores como del gobierno, y fueron reubicados en una vivienda de similar tamaño en el distrito de Shapingba, a las afueras de la ciudad. Al día siguiente la vivienda fue demolida. El orden establecido siguió su curso. El gesto de los propietarios dejaba la misma sensación de heroísmo desesperado e inútil que la de aquel hombre que intentaba detener a los tanques cerca de Tiananmén en 1989. La impotencia de estos actos hace evidente que cuando China se propone dar cualquier gran salto hacia adelante no hay quien se lo impida. Lo han ensayado por milenios. Lo seguirán haciendo.
Los planes urbanos y las intervenciones arquitectónicas chinos han estado siempre ligados a la verticalidad del poder. Existe una continuidad histórica entre la creación de la Ciudad Prohibida, la remodelación de la plaza Tiananmén por Mao Zedong y la construcción de los actuales rascacielos y estadios. Son planes que van más allá de la creación de espacios para la convivencia cívica: la arquitectura se reduce a un mero símbolo, su finalidad es la demostración del poder implacable aunado a una asimilación de la modernidad que sería impensable en cualquier país occidental. El desarrollo urbanorregional de China a principios del siglo XXI es quizá el mayor experimento poblacional de la historia humana. Las estadísticas son abrumadoras. China consume el 54.7% de la producción mundial de concreto y el 36.1% de la producción de acero. En los próximos veinte años doscientos millones de campesinos emigrarán a las ciudades. Tres aglomeraciones urbanas, el Delta del Río de las Perlas, el Delta del Yangtsé y el área Pekín-Tianjin-Tangshan, concentran más de 120 millones de habitantes. Sólo en Shanghái existen 2,800 rascacielos de más de dieciocho niveles y se encuentran otros dos mil en proyecto. Además, el nuevo hipercapitalismo comunista desborda energía y está ansioso por apantallar al mundo a cualquier costo. Todo se vale y todo está por hacerse. Es decir, es el paraíso de los arquitectos globales.
Rem Koolhaas se negó a participar en el concurso de reconstrucción del World Trade Center de Nueva York argumentando que se intentaba crear un monumento autocompasivo a escala estalinista; sin embargo, por las mismas fechas, hizo todo lo posible para ganar el proyecto del edificio de la CCTV, la Televisión Central China. Koolhaas, divertido, alguna vez mencionó que la decisión la tomó cuando leyó una galleta de la fortuna que decía: “Soberbios Omnipresentes Maestros hacen de la memoria carne molida.” Un guiño profético a lo que sucedió eventualmente: Daniel Libeskind ganó el proyecto de la Freedom Tower y al poco tiempo David Childs y su despacho SOM se lo arrebató. Actualmente, Koolhaas está por terminar el paradigmático rascacielos de la CCTV, al tiempo que la Freedom Tower aún se encuentra en cimientos. Al parecer fue una buena elección, benditas galletas de la fortuna. Mientras en Nueva York un proyecto puede tardar años en ser discutido, consultado con decenas de entidades, replanteado y autorizado, en China todo se hace sobre la marcha, con velocidad, abundancia de mano de obra y la ansiedad de nunca saber quién está dirigiendo la orquesta. Como lo resume Juan Carlos Sancho, arquitecto español con varios proyectos en China, hay cuatro premisas básicas que hay que entender para trabajar allá: no existen modelos estéticos, no hay procesos ni proyectuales ni reales, no hay sistemas identificables y no hay situaciones estables. Cada quien es responsable de descifrar los códigos. Eso sí, la máquina no para. Tampoco espera.
De esta manera, la experimentación formal y las proezas tecnológicas en la arquitectura han aparecido con total libertad: el Estadio Olímpico de Pekín de Herzog & De Meuron, el Aeropuerto de Pekín de Norman Foster, el Cubo de Agua de PTW, el Teatro Nacional de Paul Andreu, el World Financial Center de Shanghái de KPF, etc. Todas estas son obras que no podrían existir en otro país con un sistema de producción distinto. Reflejan la grandilocuencia de su tiempo. Sin embargo, dentro de toda la vorágine se percibe algo de ceguera, algo de espejismo chino. Ian Buruma es preciso: “Es difícil imaginar en los años setenta a un arquitecto europeo famoso proyectando una estación televisiva para el régimen de Pinochet sin perder toda su credibilidad. ¿Por qué entonces hacerlo hoy en China se ve bien?” Es verdad. ¿Tan cínicos nos hemos vuelto? ¿Alguien recuerda Tiananmén? ¿A alguien le importa? El Nuevo Oriente se asemeja al Viejo Oeste: todos han llegado a probar fortuna a una tierra sin ley; deben saber maniobrar entre la especulación y la corrupción, aprovechar las oportunidades, apostar con todo y tener muy presente que la casa siempre gana.
El entusiasmo es contagioso. El aprendizaje también. Esta política de puertas abiertas ha sido provechosa en otro sentido: ha provocado que las propuestas arquitectónicas más interesantes provengan de arquitectos chinos que comienzan a tener proyección mundial con encargos más bien modestos, como por ejemplo, Liu Jiakun, creador del Museo de Escultura Luyeyuan de Xinmin, y Yung Ho Chang, director del Atelier FCJZ, que retoman ciertos elementos de la arquitectura tradicional china, como los patios, los espacios de transición, la superposición entre interiores y exteriores, para abstraerlos y crear una arquitectura contemporánea sobria, ligada al paisaje. O también Ai Wei Wei, personaje multifacético que fue colaborador de Herzog & De Meuron en el Estadio Olímpico, cuyas obras son intervenciones puntuales insertadas en el paisaje y que ha reunido a varios arquitectos de todo el mundo para hacer pequeñas intervenciones aisladas en el Parque de Arquitectura de Jinhua. Curiosamente, ese es otro tema recurrente en los nuevos experimentos chinos: hacer recopilaciones de arquitectos reconocidos y ponerlos a todos juntos con mayor o menor fortuna. El más conocido es la Comuna de la Muralla China, irónicamente, un conjunto de doce villas privadas diseñadas por doce arquitectos asiáticos. Una colección privada de arquitectura con vistas a la Muralla China. Pinceladas exquisitas para los nuevos ricos chinos.
Sin embargo, la fuerza se encuentra en otros lados, en la presa de las Tres Gargantas, por ejemplo, o en las aglomeraciones urbanas, caóticas, incomprensibles, poseedoras de una energía que en Occidente aún no terminamos de asimilar. Quizás estamos ante la transformación radical de las formas de convivencia humana, la convivencia posturbana. Sólo nos queda observar estupefactos o participar sin tener una idea clara de lo que está sucediendo, como se pregunta Rem Koolhaas: “¿Tenemos derecho a hacer todo este trabajo a esta escala tan grande sin tener siquiera una opinión acerca de cómo debería ser el mundo? Y sin embargo, ¿tenemos tiempo para hacer un manifiesto? No lo sé.”
Fuente: Letras Libres
Publicado por
Abraham Siloé R.
en
6:51 a. m.
0
comentarios
Etiquetas: Ensayos de otros, Noticias y artículos
14 jul 2008
Todo de nada

Una clase de pintura se basa en el no contacto entre el lienzo y la mano, entre la tela y el pincel, ¿entre la mente y la obra?
Nunca nada alcanza su verdadero efecto creador si vemos que se "efectúa". O, al revés: nada es más auténtico ni humano que lo que presenta espontáneamente y sin humanizar: nada es más real que cuando no se "realiza". Y así sucesivamente.
La falta de relación, la carencia de proceso, la pérdida del lazo es quien desata el milagro. Toda magia se funda en el hiato entre distintos estados. Las catástrofes, los estallidos revolucionarios, las inexplicables curaciones, la suprema felicidad, provienen del vacío latente. Aquello que sucede como de la nada o del azar conlleva la marca de lo sobrenatural.
La vida misma cobra su mejor sentido del absurdo. El silencio, la oquedad, la ausencia, la nada, son los grandes creadores del mundo: el alma de cuanto merece la pena. Y el placer.
Fuente: http://www.elboomeran.com/blog/11/vicente-verdu/
Publicado por
Abraham Siloé R.
en
2:58 p. m.
0
comentarios
Etiquetas: Ensayos de otros
Mersoult

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el espectro deslumbrado de Mersault.
Delfín Agudelo: Te refieres a El Extranjero de Camus
R.A.: Sí, me refiero al extranjero por antonomasia, y sobre todo me refiero al acto supremo y al mismo tiempo perdedor del extranjero que es cuando dispara sobre este árabe en Argel. Siempre me ha llamado la atención ese momento culminante en que Mersault está deslumbrado por la luz oblicua del sol del atardecer. Hay un momento que parece todo el universo detenido y concentradas todas las pulsiones de ese personaje que se siente extraño en todos los lugares. En ese instante que dura unos segundos —unas décimas de segundo— se concentran en la mirada deslumbrada de Mersault lo que ha sido la película de sus últimos días, la muerte de su madre, su soledad después de esa circunstancia, su indiferencia hacia la moral de los demás, su sentirse separado del mundo y de los otros en esos días culminantes de su vida, y su de alguna manera camino hacia ese desenlace en el cual él va a matar pero sin ninguna consciencia previa de que esto pueda suceder. Sin odio ni rencor, sin causa, como si ese cosmos que parece detenido se manifestara en un momento determinado como el puro azar, la pura gratuidad, la pura absurdidad, y eligiera como brazo del destino el brazo de Mersault que se levanta, y sin saber por qué hace ese disparo que le va poner en movimiento ese cosmos que se había detenido. Entre el antes y el después del disparo la vida funciona en su cotidianeidad benéfica y maligna. En el intersticio entre el antes y después, reside en cierto modo el misterio insondable de lo que es alma y de lo que es la condición humana.
Fuente: http://www.elboomeran.com/blog/2/rafael-argullol/
Publicado por
Abraham Siloé R.
en
6:21 a. m.
0
comentarios
Etiquetas: Ensayos de otros
12 jul 2008
Entre la sociedad y la soledad

Sociedad y soledad es el título del memorable libro de ensayos que el pensador norteamericano Ralph Waldo Emerson publicó en 1870, cinco años después de la Guerra Civil, como su colaboración a la ingente tarea de reconstrucción nacional. Fue un libro de gran éxito en su tiempo. Se tradujo al español hacia 1915, pero no ha sido reimpreso y hoy en día sólo está accesible en inglés. La fuerza de su título se encuentra, por supuesto, en la conjunción copulativa «y» que une esos dos elementos opuestos que todos llevamos dentro: las ansias de estar con los demás, de comunicarnos, de colaborar y el íntimo anhelo de soledad y de paz. «La soledad sola, sin recurso a la sociedad, --ha escrito Callaway en su reciente edición de Society and Solitude-- magnifica todas las diferencias y amenaza con la pérdida del contexto más amplio que fija los problemas del individuo y sus objetivos, y los hace inteligibles. (...) La sociedad es el correctivo de los dogmatismos de la soledad».
El filósofo británico Ray Monk ha centrado su autorizada biografía de Bertrand Russell precisamente en la permanente tensión entre los conflictos que inevitablemente genera la convivencia y el temor a enloquecer que tantas veces acompaña a la soledad. A todos se nos ha encogido el corazón cuando en las calles de las grandes ciudades nos topamos con hombres o mujeres que, sin estar borrachos ni llevar el teléfono móvil, van hablando en voz alta. Casi siempre son esquizofrénicos que dialogan con sus imaginarios interlocutores, con sus voces interiores, o hablan a gritos con los viandantes. Todos necesitamos un saludable equilibrio entre sociedad y soledad. Si hubiera que escoger entre una de las dos, Emerson elegiría la soledad, pero me parece que es mejor, más humano y más razonable, elegir la sociedad, la convivencia con los demás. Esto es lo que quiero poner de relieve, sugiriendo también algunas pautas concretas como la de aprender a escuchar.
EL PELIGRO DE LA SOLEDAD
«La soledad vivifica, el aislamiento mata», escribió el abate Joseph Roux en 1886. El peligro no es la soledad, sino el aislamiento, el encerrarse uno sobre sí mismo, quizá como consecuencia de las heridas recibidas en el trato con los demás. No es infrecuente en el ámbito profesional encontrarse con personas «quemadas» [agotadas, desencantadas]; tienen --se dice ahora-- el síndrome del burn-out. Se trata de ordinario de personas brillantes, que intentaron con su trabajo cambiar el mundo, pero que con el paso de los años se vinieron abajo sobre todo por la falta de reconocimiento a su esfuerzo. Algo parecido ocurre en las familias y en todo tipo de comunidades y organizaciones sociales.
Necesitamos crear entornos domésticos y laborales en los que sea posible la actividad individual, pero en los que haya también abundante comunicación, puesta en común, trabajo en equipo. Ya hace muchos siglos escribió Aristóteles que «no es fácil en soledad estar continuamente activo; en cambio, es más fácil con otros y respecto a otros».
A veces quienes se creen náufragos, solitarios y aislados, se consuelan con la idea de que esa soledad les hace más libres, pero se trata de un error, pues de ordinario el aislamiento es totalmente estéril. Lo que necesitamos no es aislarnos, sino más bien un espacio físico que permita una cierta soledad a la hora de trabajar, de rezar, de encontrarnos con nosotros mismos. La actividad más solitaria es probablemente la escritura, pero --al menos para mí-- se trata de una actividad eminentemente comunicativa, y quizá por eso se parezca mucho a la oración. Me impresionó hace algunos años el comentario de Jiménez Lozano: «Maurice Blanchot, glosando a Kaf- ka, dice que escribir es una forma de oración. Y lo es. O, si no, es cacareo».
No me resisto a copiar una historia sencilla que me hizo llegar una filósofa mexicana y que lleva el título «Más cerca». Dice lo siguiente:
Había sólo un colegio para varios pueblos de aquellas selvas. Y no había carreteras. Tanto los alumnos como los profesores venían andando por los cuatro puntos cardinales. Uno de los maestros notó que su nuevo compañero, en lugar de ir directamente a casa al acabar las clases, se adentraba en el bosque procurando no llamar la atención. Intrigado, decidió seguirlo de lejos un día.
Había una piedra plana en un claro del bosque. Sobre ella estaba sentado, con las manos sobre sus rodillas, los ojos cerrados y la cabeza un poco inclinada. Era obvio que estaba rezando.
Al día siguiente, en un descanso, lo llamó aparte y le dijo: --Tengo que confesar que sentí curiosidad por tus «escapadas» al bosque, y ayer te seguí al acabar el colegio, y vi lo que hacías.
--Ah, bueno, --respondió el otro--. Sí, me gusta pasar un poco de tiempo tranquilo y en paz con Dios.
--¿Y hace falta esconderse en un bosque para eso?
--Bueno, allí puedo encontrar a Dios.
--Pero, ¿es que Dios no puede encontrarse en cualquier sitio? Donde quiera que vayamos, Dios es el mismo.
--Dios es el mismo, claro, pero yo no.
La historia ilustra bien la búsqueda de esa soledad que vivifica. Todos necesitamos ese espacio interior en el que llegamos a ser nosotros mismos. «Toda la desgracia de los hombres --escribió Pascal-- viene de una sola cosa: el no saber quedarse solos en su habitación».
EN FAVOR DE LA SOCIEDAD
Me impresiona ver a personas --supuestamente inteligentes-- que se aíslan de los demás escuchando de modo habitual su música favorita en el ipod. Parece otra forma de conjurar el miedo a la soledad; es una coraza ruidosa que evita comunicarse y ayuda también a eludir cualquier inquietud interior. Lo mismo puede decirse de quienes vuelcan su atención obsesivamente en los videojuegos, la televisión o los diversos artilugios que la tecnología ha desarrollado en el último siglo para enmascarar la soledad.
Todos esos inventos no son más que una forma de anestesia: cuando se aprieta el botón de off vuelve a reaparecer la dolorosa sensación de soledad. Convivir no es tarea fácil. Cuántos hay que viven como extraños a pesar de compartir una misma casa, un mismo ámbito de trabajo o un medio de locomoción. Para que sea una actividad genuinamente humana, convivir implica ante todo una apertura afectuosa a los demás, a quererlos y a no tener miedo a expresarles de la manera adecuada en cada caso nuestro afecto. El saludo educado, la sonrisa amable y la mirada limpia son las primeras formas de comunicación que no hay que dar nunca por supuestas. Son esenciales para crear un espacio familiar allí donde nos encontremos. Así estamos hechos los seres humanos: en cuanto establecemos lazos afectuosos con quienes están a nuestro alrededor nos sentimos a gusto, nos sentimos en cierto sentido como en casa, porque nos sentimos valorados y queridos en nuestra singularidad personal.
Defender la cordialidad en nuestra apertura a los demás no significa desconocer los problemas que efectivamente afligen a la convivencia humana. Al contrario, quienes defienden el respeto, la amabilidad e incluso la ternura como pautas de nuestras relaciones sociales lo hacen porque saben que sólo mediante esa conducta es posible transformar aquellos ámbitos en los que predominan la violencia, la explotación o el mutuo desprecio. Los demás tienen también problemas y por eso actúan como lo hacen, a veces agresivamente incluso; pero con inteligencia --¡hablando!-- y con corazón --¡queriendo!-- pueden cambiarse muchas actitudes personales. Hace falta una buena dosis de valentía personal, sin atemorizarse por el hecho de que en algunas ocasiones hayamos salido malheridos en el trato con los demás. Quien así actúa se hace efectivamente vulnerable, pero sólo así somos felices los seres humanos. «La soledad --ha escrito Nieves García-- muere cuando nace el amor. Un ser humano --añade-- no es un problema para otro, es una oportunidad para crecer en humanidad».
APRENDER A ESCUCHAR
Sobre mi mesa de trabajo tengo discretamente situado un pequeño calendario de cartulina con un simpático dibujo y unas palabras: «El que sabe escuchar, sabe comprender». Cuando me impaciento con alguna visita inoportuna suelo echarle una ojeada y tomar así ánimos para seguir escuchando con atención. Me parece a mí que para vivir a gusto en sociedad, esto es, para llegar a querer realmente a los demás, hace falta aprender a escuchar.
Vivimos en un entorno muy ruidoso por fuera y con muchas prisas por dentro, que hace realmente difícil que nos prestemos mutuamente atención. Hablamos con voz fuerte, nos movemos con rapidez, decimos a unos y a otros lo que tienen que hacer, pero a menudo somos incapaces de escucharlos realmente y, por tanto, de comprenderlos. Quienes se han dado cuenta de esta situación, que tanto afecta a la comunicación en la empresa, se han apresurado a organizar cursos para persuadir a empresarios y directivos de que necesitan aprender a escuchar para ser verdaderos líderes en sus empresas. De modo semejante, abundan los cursos en los que se pretende adiestrar a vendedores y agentes comerciales en las técnicas de la escucha al cliente, para que lleguen a hacerse cargo realmente de sus necesidades.
Pero, más que una técnica que pueda dominarse, escuchar es sobre todo una actitud que se aprende cuando se vive en un espacio humano en el que hay afecto. Se trata de una actitud que comienza en el ámbito personal y familiar, y atraviesa todos los niveles de la acción humana. A veces la comunicación se cuartea mediante silencios que parecen de plomo.
En casi todas las familias o en muchas empresas hay personas que durante largos años «no se hablan», aunque sean hermanos, vivan en la misma escalera, trabajen en un mismo departamento o tengan intereses afines. Independientemente de las circunstancias concretas que en cada caso hayan originado esa lamentable situación --una herencia, una rivalidad--, la manera más efectiva de entenderla es advertir que han cancelado la disposición a escucharse y a aprender uno de otro. Sólo escucha quien está dispuesto a cambiar, quien está dispuesto a rectificar, quien está dispuesto a pedir perdón, a decir «me he equivocado». Como ha escrito Bollnow, para poder escuchar hay que renunciar a la seguridad de la propia opinión y ponerse en duda uno mismo sin ningún reparo.
Comprender a los demás es muy difícil. Requiere el empeño por resistir a la superficialidad y a la vanidad, pero sobre todo requiere hacerse cargo de lo que a los demás les pasa, aunque muchas veces ni siquiera sean capaces de decirlo y lo expresen sólo con su presencia, con su ilusión o con su desánimo. Para poder comprender a otra persona es preciso reconocer que aprendemos de ella. Al menos, como escribió la Madre Teresa de Calcuta, «estar con alguien, escucharle sin mirar el reloj y sin esperar resultados nos enseña algo sobre el amor». Efectivamente, para poder escuchar es preciso no mirar el reloj, no tener prisa por dentro, tener paciencia. «La paciencia --escribió lúcidamente el teólogo von Baltasar-- es el amor que se hace tiempo».
Aprender a escuchar es, en primer lugar, aprender a tener paciencia, a dejarse llenar por lo que dice la otra persona, sin distraernos con lo que le vamos a contestar. Pero además, si pensamos que cada persona singular tiene valor por sí misma, es natural reconocerla --aunque eso cueste bastante en la práctica-- como una autoridad acerca de su propio punto de vista o al menos como un insustituible testigo presencial de su personal experiencia.
Quien escucha espera, porque está persuadido de que la comunicación es posible. Quien se aísla, quien elige la soledad, ha renunciado a cambiar, ha bloqueado su capacidad de aprender. Elegir la sociedad genera, por supuesto, problemas, pero es también una maravillosa fuente de gozo, de alegría y de amistad. En su ensayo R. W. Emerson recomienda mantener la cabeza en soledad y las manos en sociedad, conservar la personal independencia en la inevitable convivencia social. Sin embargo, entre la cabeza y las manos está el corazón que les da la vida a la una y a las otras. Si elegimos con el corazón descubriremos en la convivencia con los demás --en la dependencia de los demás-- la fuente de nuestro crecimiento personal y de nuestra felicidad.
Jaime Nubiola
Fuente: Revista Istmo
Publicado por
Abraham Siloe
en
5:30 p. m.
0
comentarios
Etiquetas: Ensayos de otros