5 ago 2009

La sabiduría y sus metáforas

Miroslav Holub

La sabiduría y sus metáforas

Entre las cualidades humanas positivas, la sabiduría es una de las más controvertidas. De hecho, ¿es positiva?, ¿es algo que se pueda lograr?, ¿que se quiera lograr? Todos pretenden ser buenos (más allá de lo que esto pueda significar). Todos quieren ser felices (en sus propios términos). Pero la idea de ser sabio o sagaz resulta hoy excéntrica; algo que la mayoría de la gente juzga deseable, pero "no para mí". Alguna vez interrogué a varias personas al respecto. Ninguna tenía un plan para volverse sabia. Pensaban que la sabiduría era algo inveterado o pasado de moda. La mayoría sólo quería ser exitosa, sin interés en especificar si ello implica ser sabios o tontos, inteligentes o estúpidos, razonables o irracionales.


Aún así, encontramos personas a quienes consideramos más, o menos, sabias. Hablamos de un comportamiento poco sabio y de soluciones sabias o no sabias; también del amor por la sabiduría –la filosofía–, un amable y venerable remanente del estoicismo. Y solemos atribuir un sentido general al significado de la palabra sabiduría, una cualidad que comúnmente somos capaces de adjudicar a individuos distintos a nosotros.

La sabiduría es una especie de realidad virtual y, como tal, una metáfora. Es una herramienta del filósofo, un juguete.

En 1920, Karel Capek escribió una historia que lleva por título Agathon o sobre la sabiduría. Agathon llega a Boecia a ofrecer una conferencia de filosofía. Se molesta por el escaso público reunido, y le dice: "Estoy consciente de que ustedes boecianos están preocupados por las elecciones locales, y que no son tiempos para la sabiduría, ni siquiera para la razón; las elecciones son una ocasión para la marrullería." Luego propone una reflexión sobre las palabras sabiduría, inteligencia y razón. Las tres denotan alguna capacidad intelectual, pero la sabiduría es distinta de la inteligencia y la razón, porque puede haber pensamientos que no sean inteligentes ni razonables, pero que son, sin embargo, sabios. Dice Agathon:

La inteligencia es cruel, malévola y egoísta; busca la debilidad en un vecino y la usa en su propio beneficio. Conduce al éxito. La razón puede ser cruel para el hombre, pero sólo lo es para sus fines; busca beneficios comunes; si encuentra una falta en el vecino, tiende a corregirla. Conduce a un mejoramiento. La sabiduría no puede ser cruel, ya que es amabilidad y simpatía en y para ella misma; no busca beneficios comunes, sino gente que persigue una meta más allá de ellos. Si encuentra una debilidad, perdona y se apiada. Conduce a la armonía. Sí, la sabiduría es de alguna manera triste. La razón puede ser sabia. La razón está en el acto; la sabiduría, en la experiencia personal. Los poetas y artistas sabios pueden plasmar esa experiencia en sus obras. Este es el valor sin igual del arte; algo que no tiene equivalente.

Así, Agathon concluye su conferencia boeciana: ya que la sabiduría radica en la experiencia personal, no tiene nada más de que hablar.

La sabiduría, según Karel Capek, no es una facultad sino un estado mental de alguna manera triste; algo desvalido pero armónico; y sólo los poetas sabios pueden comunicarlo. No estoy seguro si Capek habría propuesto la misma definición dieciocho años más tarde, al final de su vida; o, si hubiera vivido aún más tiempo, después de siete años de ocupación nazi y los subsecuentes cuarenta años de la avasalladora ayuda fraternal rusa. En otras palabras, no estoy seguro si la sabiduría pueda ser en rigor una noción independiente del lugar y del tiempo. Tampoco sé qué pensar sobre el fenómeno del poeta sabio, dotado con una sabiduría eterna y universal.

Hace ya algunos años, escribí sin ninguna intención un poema titulado "Sabiduría".

La poesía no es una espesura,

no importa cuán deliciosa, donde
el asustado cervatillo del sentido pueda esconderse.

Esta es un historia de sabiduría
aliada a las raíces de la vida.
Y por ello,
en lo oscuro
y ciego.
Un niño pequeño aún no atado
por los grilletes de cáñamo del lenguaje.
Con sólo diez palabras tintineantes
en su lengua.
Dentro de la camisa de fuerza de la enfermedad,
lleva más peso del que un hombre puede soportar.
En una caja blanca que asemeja una montaña de cristal,
ante la que todos los caballeros
se desploman de pies a cabeza.
No hay nada en la mente que
no haya estado en la vida.

(En ese entonces
la meningitis tuberculosa
era frecuente.)
Una noche de Navidad obtuvo sus primeros
juguetes, una jirafa y un coche rojo.
Y en el corredor –lejos de este
continente– había un árbol de Navidad
con lágrimas en los ojos.
No hay nada en la vida que
no haya estado en la mente.

Y el niño pequeño jugaba, en medio
de los síntomas y el valle azul
del cuadro de la fiebre,
Y entre dos punzadas lumbares,
no muy distinto
a estar crucificado,
Jugaba con su jirafa y un coche rojo
que representaban
su corona enjoyada de tiempo,
todas las Navidades y
todos los Duendes del mundo.
Y cuando le preguntamos
qué otra cosa quería
Él dijo con una mirada febril
desde el más allá:
Nada.
La sabiduría no está en las multitudes
sino en el uno.
(En ese tiempo
la meningitis bacilar
aún era fatal.)

Era una muy blanca Navidad,
la nieve hasta las raíces,
el hielo hasta el cielo,
Y el tremor de la montaña de cristal
perceptible bajo nuestras manos.
Y él sólo jugaba.

Aún ahora, muchos años después de haber escrito este poema, sigo creyendo que habla de la sabiduría. Pues la sabiduría es una restricción, una moderación y un silencio, que no provienen necesariamente de la meditación, el razonamiento o la lectura de los clásicos. Y esta clase de sabiduría está conectada y relacionada con las verdaderas raíces de la vida.

A diferencia del filósofo Capek, el niño fatalmente enfermo en el poema no puede hacer ninguna otra cosa. Los filósofos sanos pueden y deben utilizar sus mentes para algo más que la paz interior y la poesía, puesto que tienen una opción de la que otras personas carecen. Mi poema versa sobre esa situación límite en la que la sabiduría es el último recurso, el acto de una mente sencilla que no tiene opción. Esta forma de sabiduría es una función de la situación existencial. Es una sabiduría heroica que nos conduce a pensar en el Galileo de Bertolt Brecht y su deseo de que prescindamos de los héroes.

Esta clase de sabiduría es un estado de la mente, tal vez el estado fundamental de la mente, y carece de atributos de sensatez y aprendizaje. No es la máxima perfección del hombre, como en el confucionismo; es simplemente una especie de endorfina mental: una clara aplicación metafórica (pero igualmente obvia) de la palabra.

En todo caso, se trata de una clase específica de sabiduría. Existen obviamente muchas otras clases. Recientemente, me sacudió un artículo del biólogo y filósofo Stanislav Komárek:

El deseo de hacer acopio de sabiduría es muy raro y poco convencional en nuestra era, así que... es necesario dar una breve definición de lo que es. La mejor definición podría ser que la sabiduría es la capacidad de discernir qué es lo esencial en una situación dada, y qué no lo es... Un hombre sabio puede utilizar lo esencial para obtener cierto beneficio... La ciencia moderna estuvo, en sus más remotos orígenes, relacionada con la búsqueda de la sabiduría, pero ahora se ha emancipado totalmente de ella. En el enorme sistema centrado en el individuo, representado igualmente por el sistema de instituciones y agencias de investigación, la pregunta acerca de lo esencial se considera un absurdo... Por el contrario, la maquinaria de las instituciones científicas representa una buena protección contra esta interrogante.

Temo que éste sea un uso incorrecto de la metáfora de sabiduría. Discernir qué es lo esencial en una situación concreta es una cualidad biológica fundamental. Cada rana debe poder discernir las huellas de su presa y de su alimento, del depredador que la acecha y del ángel de la muerte. Cada célula debe discernir los mensajes esenciales y no esenciales mediante la exposición de los receptores adecuados. En una ocasión, yo mismo etiqueté al sistema inmunológico como la sabiduría interior del cuerpo, en un sentido metafórico. Puede decirse que la sabiduría y la respuesta inmunológica comparten tanto un rasgo como un valor.

De aquí se desprende un segundo uso metafórico del término sabiduría. Si la ciencia moderna institucionalizada debe ser excluida del terreno de la sabiduría, uno debe preguntarse si la única sabiduría es aquella que concierne a las aspiraciones humanas espirituales y metafísicas, o si en realidad puede concernir a todos los problemas de la existencia humana, tales como la sobrevivencia, el progreso técnico y la salud. No puedo aceptar la idea de que la sabiduría esté por completo en las operaciones de la mente, y de que sea algo en esencia impráctico, inoperante, inclusive esotérico.

Más aún, la exclusión de la ciencia del dominio de la sabiduría se debe a una confusión básica acerca de su práctica. No puedo imaginar ninguna disciplina científica moderna que sea capaz de funcionar con éxito sin el cuestionamiento de qué es lo esencial frente a cada situación concreta. La ciencia es el arte de encontrar soluciones; en rigor, requiere no sólo educación y experiencia, sino también firmeza en el juicio, restricción y moderación. Estos atributos son necesarios para definir lo que tiene solución, y poder así escapar de fantasmagorías como el marxismo-leninismo ruso y la "ciencia de la Creación".

En este sentido, la sabiduría es una de las preocupaciones de la ciencia moderna. La ubicamos en la sociedad moderna y en la posmoderna; aunque Belinsky, el teórico literario ruso, advirtió hace más de ciento cincuenta años: "Para despreciar y degradar a la ciencia, la razón y el arte son imprudentes."

La exclusión de la ciencia moderna de la esfera de la sabiduría se debe también al malentendido rutinario que ve en la ciencia contemporánea un discurso, un artificio de palabras o una forma de interpretación filosófica. La ciencia contemporánea es una sabia instrucción técnica; sabia porque nos proporciona una técnica para utilizar las capacidades humanas en este planeta tan humano. Es, por cierto, el único componente de la cultura que no puede ser opacado por palabras y por nociones vagas acerca de lo que puede ser esencial. La ciencia y la tecnología son los medios de la sobrevivencia humana.

Las definiciones de sabiduría que excluyen a la ciencia –en esta etapa de la historia del planeta– no son más que metáforas eminentemente flojas.

Además, el sentido de lo esencial cambia siglo tras siglo, año tras año. Justo ahora, la ciencia es el único campo de la actividad intelectual en el que tenemos algo real que nos permite ser hábiles y sabios a un mismo tiempo, parafraseando a Peter Medawar. Y la actividad intelectual, aun cuando se le llame sabiduría, no es precisamente una forma de folklore. Es la esencia de la existencia humana en este mundo más o menos comprensible, que se pandea constantemente frente a hechos duros y palabras suaves y oscuras.

Tal vez podamos aclarar esto si por un momento volvemos a las raíces y tradiciones de la noción de sabiduría. De acuerdo con el Webster’s Third New International Dictionary, la sabiduría es el principio mediador o la personificación de la voluntad divina en la creación del mundo. La expresión sabiduría fue aplicada metafóricamente a las enseñanzas de los antiguos profetas en Babilonia, Egipto y Palestina; enseñanzas que se ocupaban del arte de vivir y, algunas veces, de problemas filosóficos. En este sentido, la sabiduría constituye una clase de literatura, como los libros de Job, los Proverbios, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares en el Antiguo Testamento.

La idea de la inspiración divina ha permanecido asociada desde entonces a la metáfora de sabiduría en la comprensión popular. Esto explica, en parte, la exclusión de la sabiduría de las aspiraciones personales de la gente común, con algunas notables excepciones que adoptan la forma de paranoias.

Existen otra acepciones de la palabra sabiduría. Por ejemplo, el sentido que adopta la expresión en términos literarios, ya sea como aforismo o personificación. Actualmente, se dice que sugiere introspección y sagacidad, sentido común, sano juicio, prudencia, cordura, información acumulada, aprendizaje y su aplicación inteligente. Separar los dominios de la sabiduría y de la ciencia es un error cuyos orígenes se hallan probablemente en la lexicología.

El conocimiento acumulado y persistente de las metáforas de la sabiduría ha pagado su cuota de malentendidos. A la cultura y sus difusores, los intelectuales, se les atribuye la capacidad de alcanzar y adquirir sabiduría; en cuanto a los políticos y tecnócratas, pueden poseer poder, pero rara vez sabiduría. Poder significa corrupción; intelecto, introspección profunda y sagacidad. Esta polarización simplista se observa frecuentemente en las nuevas democracias de Europa central: sucedió justo frente a nuestros ojos, en el lapso que el cine emplea para simular la formación de nubes o movimientos celulares. En unos cuantos años, personas con biografías y currículums casi idénticos, se diferenciaron entre sí mismos en políticos pragmáticos de un lado, y en portadores de la bandera de los independientes, libres y responsables del otro. Estos últimos siempre se mantuvieron a la oposición; siempre como idealistas (en la acepción que Péguy da a la palabra: los idealistas deben tener las manos limpias, si es que las tienen). Estos adalides de la autonomía se mantienen fuera de la maquinaria política y sus engranajes, conservando su sabia independencia.

Naturalmente, la sabia independencia es relativa. Uno puede mantenerse al margen de la burocracia de los partidos políticos, del primer ministro, de las regulaciones del tráfico, pero esto a la vez implica que seremos más dependientes de nuestros propios idola-mentis, ídolos de la mente, de los idola-fori, ídolos del mercado, y de nuestros propios instintos y desviaciones neurohormonales. Es imposible saber la medida en la que los instintos personales y las desviaciones pueden considerarse como constituyentes de la sabiduría. En la mayoría de los casos, conducen a remontar los límites evidentes de la libertad hacia la anarquía.

El verdadero yo de un intelectual libre se basa en la integridad. Pero hoy la integridad no se da en abundancia entre los nuevos políticos y los sabios intelectuales; es un atributo más bien escaso. Lo que sucede es que resulta más sencillo alcanzar esta pretendida integridad y sabiduría para aquellos intelectuales que, como regla, eluden el escrutinio de la opinión pública y de los reporteros insensibles. También es verdad, como ha apuntado el estudioso de la biología cognoscitiva Ladislav Kovak, que los intelectuales tienen anhelos que con frecuencia no pueden satisfacer. En compensación, desarrollan complejos morales y ansiedades que interfieren con la inteligencia. No hemos sido elegidos, dice Kovak, para reconocer los motivos profundos de nuestro comportamiento, y los intelectuales se encuentran entre los ejemplos más coloridos.

Los intelectuales oponen a la ilusión de poder de los políticos una ilusión de trascendencia "hecha en casa"; pues, sin duda, "para los placeres de la trascendencia tenemos nuestros filósofos, que hacen de todas las cosas cotidianas y familiares objetos supranaturales y sin sentido", como dice Shakespeare en All’ Well That Ends Well. Pero la intimidad del alma humana, escribe Milan Kundera, pierde su encanto en el momento en que la historia "toma al hombre por su parte más débil". No conozco un solo ejemplo de un Diógenes que haya escapado a la historia. Con la excepción, por supuesto, de los psicópatas más conocidos.

En las palabras del filósofo checo Václav Belohradsky, existe una permanente confusión entre la dicotomía verdadero-falso y la dicotomía sacro-profano. La base intelectual que pudo haber conducido, en condiciones históricas muy específicas, al Holocausto y al Gulag se halla acaso en el concepto del compromiso intelectual como una lucha por un mundo basado en verdades sacras en oposición al falso mundo profano. Yo asumo que la metáfora de la sabiduría es aplicable a todas las profesiones. No hay nada nuevo en ello. Cicerón escribió hace ya tiempo que tener nueve décimas de sabiduría significa ser sabio en el momento apropiado, y que nadie es realmente sabio si no es audaz. La sapientia romana implicaba deliberación política, y constituía la mayor virtud en combinación con la virtus valentía. Tiempo después, Bertolt Brecht dijo que el único indicio de sabiduría en un hombre sabio era su comportamiento.

La constitución de una intelectualidad saludable requiere no sólo de una sabiduría relativa al discurso racional, el conocimiento y la introspección, sino también de un pensamiento operacional y un enfoque experimental que hagan posible la buena administración de las cosas. No únicamente la sabiduría de la barba larga, ocasionalmente profética, sino también la sabiduría de la mano hábil.

Esto no es un postulado académico. En nuestra historia reciente tenemos el ejemplo del presidente y filósofo o científico social Masaryk. El actual presidente de la República Checa, Václav Havel, también responde al requisito de Brecht.

Lo que atestiguamos, sin embargo, entre muchos intelectuales en las nuevas democracias, en lugar de compresión y actividad política, es un movimiento masivo hacia la metáfora oriental de sabiduría como pasividad. Paradójicamente, ésta proviene de occidente. Para checos, húngaros y polacos, lo que proviene de occidente es superior a cualquier otra cosa, especialmente si fue prohibido por los comunistas. Si el zen, el yoga, la introspección espiritual y la meditación provienen de la India o de China son tan sospechosos como la medicina pavloviana de Rusia. Pero obtener las mismas cosas de California es estimulante y da prestigio. Unirse a una secta de Utah es aún más interesante que unirse a una secta de Uttar Pradesh. Y así se explica la oleada de gurús más o menos comerciales de la India y la Ciencia Cristiana, como ejemplos espléndidos de sabiduría superior, que ofrecen soluciones medievales sencillas para los problemas del siglo veinte. Un profeta indio, con barba, de ojos negros y turbante es considerado experto en todo, desde la termorregulación, pasando por el consumo de oxígeno, hasta la misma eternidad.

Bajo esta forma, la sabiduría no sólo es una metáfora, sino también un mensaje paranoico. Paranoia no por su lugar de origen, sino por su destino. Paranoia como en el transplante de un riñón adicional a un paciente al que le funcionan normalmente sus riñones. Sin embargo, la sabiduría oriental, como mensaje universal del universo, supone la sabiduría más profunda que se puede obtener.

Temo que muchos poetas se inscriban en esta forma de sabiduría, convirtiendo al buen filósofo Capek en un idiota. Mi hijo, con meningitis bacilar, está protegido contra esto, pero sólo porque se está muriendo.

¿Es posible acceder a la verdad mediante la meditación y la introspección, o necesitamos toda la información de la que puede disponer un ciudadano inteligente, aquel que no quiso ni quiere olvidar lo que aprendió en el bachillerato? Para un gurú hindú, en una remota aldea india, la verdad y la sabiduría tal vez se adquieran mediante la observación del cielo azul montado sobre alguna ruina arqueológica. Para un gurú hindú en Europa, y para cualquier sabio europeo, en cualquier parte del mundo, la información científica y tecnológica es el primer paso inevitable hacia la comprensión del mundo y la sobrevivencia en una civilización dinámica. Sustituir información por meditación es tan tonto como sustituir un motor de jet por velas. En esta cultura, las aterciopeladas sabidurías orientales son sabidurías fuera de lugar, a pesar de que puedan ser útiles en la curación de algunos desórdenes mentales.

Esta sabiduría fuera de lugar tiene consecuencias muy tangibles. Fuerzas sobrenaturales guían la vida diaria. Se recurre a psíquicos para ayudar a la policía a descubrir a terroristas. La curación por la fe se convierte en una profesión remunerativa. En Checoslovaquia tenemos registrados a 20,000 curanderos (y muchos más no registrados), comparados con los 7,500 del Reino Unido. Esto resulta más barato que la medicina oficial, el rumor circula, y la cirugía psíquica filipina se exhibe en la televisión bajo el comentario sobrecogedor de ¿quién sabe?. Las zonas geopatogénicas son abundantes y también los dispositivos comerciales para bloquearlos. Aun los políticos sienten esta debilidad por la ciencia alternativa. Las doctrinas orientales deben ser superiores: ved qué tan viejas son.

La mitología "verde" –ecologista– se basa en la noción de la sabiduría eterna de la naturaleza, nuevamente con un toque oriental, y con raíces en el anhelo posmoderno de la relativización de la ciencia y la condenación de todas las nuevas tecnologías (curiosamente siempre se excluye a la tecnología que transmite la propaganda pertinente). La sabiduría de la naturaleza como parte de la mitología verde es la más atractiva de todas las metáforas de la sabiduría.

Un problema con la sabiduría de la naturaleza es que nadie puede trazar la línea divisoria entre naturaleza y hombre: ¿No acaso es natural mi neurona, mientras que la de una zarigüeya sí lo es? ¿Es natural la neocorteza de nuestro cerebro? ¿Es una mosca doméstica parte de la naturaleza? ¿Es una espiroqueta libre distinta de una Treponema pallidum en la sangre de Sócrates y de las espiroquetas que, según Lynn Margulis, se convirtieron en constituyentes de nuestros órganos sensoriales? ¿Eran los indios kwakiutl (con sus espíritus caníbales) más naturales que los colonizadores blancos que fundaron Portland, Oregon, en 1844?

¿Es natural un adenocarcinoma, y es menos natural el adenocarcinoma del pulmón provocado por el cigarrillo? ¿Por qué destruimos el Corynebacterium diphtheriae cuando es tan natural, a pesar del hecho de que no desea matarnos, y mata únicamente cuando ha capturado un virus, un devorador?

Por naturaleza, usualmente, nos referimos a la campiña, la que fue transformada por la actividad humana cientos de años atrás. Por hombre, normalmente, nos referimos al resultado de una antropogénesis natural que creó civilizaciones en vez de sucumbir a los desastres naturales.

Y aun así, los desastres son un componente de aquella sabiduría que a su vez devino una fuerza decisiva en la evolución planetaria. Es de suponer que la ingeniería genética de los tomates, el ganado y la hemofilia no es un simple entretenimiento con la naturaleza. Tampoco lo es el combate a los retrovirus como el VIH. Y sin embargo, se supone que debemos considerar los derechos de los animales después de 11,000 años de domesticación, no obstante que nos enfrentamos a hechos concretos. La única alternativa en la experimentación animal es la experimentación en pacientes. El problema de la sobrepoblación no puede resolverse dejando que ciertas poblaciones mueran, ni tampoco permitiendo que la naturaleza tome simplemente su curso, tal y como lo recomienda la "sabiduría" de la Iglesia Católica Romana.

La vida es una ofensiva dirigida en contra de los mecanismos repetitivos del universo, dijo Alfred North Whitehead. Pero eso no significa que esta ofensiva sea la mejor en la que uno pueda pensar. Lo que queremos decir por sabiduría y razón es por definición superior a lo que la naturaleza quiere decir. La metáfora es más sabia que su autor, dijo Georg Lichtenberg.

Escuchando a los fundamentalistas verdes y rosas, siempre recuerdo la crítica de François Jacob sobre la sabiduría de la naturaleza en el caso del ser humano: "El desarrollo de una neocorteza dominante, apoyada en un sistema nervioso y uno hormonal caducos, en parte autónomos, y en parte situados bajo el tutelaje de la neocorteza, todo este proceso de evolución se parece más bien a un trabajo parchado. Es como adaptar un motor de jet a un carruaje de caballos. Difícilmente se puede uno sorprender si ocurren accidentes". En términos satíricos, el cerebro es un instrumento mediante el cual creemos que pensamos, dijo Julian Tuwim. En los puntos críticos, el trabajo parchado de la evolución natural puede ser corregido mediante nuevas formas de evolución, basadas en la información y la erudición, que representan a una sabiduría límite, como alguna vez lo sugerí en el poema "Por supuesto".

Por supuesto,
la primera filosofía
es la filosofía del hígado, de los riñones,
del músculo cardiaco,
islotes pancreáticos,
médula ósea roja,
y células del tallo,
infinitas en su propio estilo.

En el programa socrático del transplante,
ese discurso del cuerpo, cuchillo y electrónica
un yo no espiritual se cruza con otro,
mientras que un virtuoso automático
toca un solo de violín, acompañado por una orquesta
de trompetas mudas.
Mozart debe haber deseado obtener un riñón,
Spinoza estuvo esperando unos pulmones nuevos,
y Kierkegaard necesitaba un corazón,
o por lo menos una válvula.
Todo en vano.

Puesto que
esa carne sangrienta
en las garras de los pájaros de la caverna de la narcosis
es la única sabiduría verdadera
nueva, real,
y transmisible.

Nos encontramos ante un situación límite y última, en la que la sabiduría se manifiesta no en palabras sino en acción. Sólo la sabiduría informada y entrenada –por lo mismo colectiva– puede salvar vidas y ser sabiduría verdadera.

He hablado de cinco metáforas de la sabiduría: a) como un estado de la mente; b) como una endorfina o resignación; c) como una función biológica básica; d) como función tradicional de los profetas; y e) como la mítica sabiduría verde de la naturaleza. Incluso los poetas deberían estar al tanto de lo que pueden ser la sabiduría y sus metáforas, y cuáles son las reglas del juego. Aquí vuelvo a mi poema en prosa "Zito, el Mago".

Para divertir a su majestad real, él podrá cambiar el agua
en vino.

Ranas en lacayos. Escarabajos en mayordomos. Y hacer un ministro de una rata. Se inclina y de la punta de sus
dedos nacen malvas, y un pájaro parlanchín se posa en
su hombro.

Ahí.

Inventa algo diferente, exige su majestad real. Piensa en una estrella negra. Así, él inventa una estrella negra. Inventa agua seca. Y él inventa el agua seca. Piensa en un río atado con banda de paja. Y así lo hace.

Ahí.

Entonces llega un estudiante y dice: inventa un seno de alfa más grande que uno.

Y Zito se torna pálido y triste: Lo lamento terriblemente. El seno está entre más uno y menos uno. No se puede hacer nada al respecto. Y deja el gran imperio real, toma su camino en silencio a través de la multitud
de cortesanos, hacia su hogar en una
cáscara de nuez.

Sin ninguna relación con el mundo real, la poesía puede convertirse en un juego de palabras, y en un parloteo acerca de qué es más o menos interesante. "No obstante hay momentos," dijo Seamus Heaney en su conferencia al recibir el Nobel en 1995, "en que surge una necesidad más profunda, cuando queremos que el poema no sólo sea placentero, sino también sabio, no únicamente una sorprendente variación del mundo, sino un retorno del mundo mismo... (esto es una necesidad para la poesía)... como un orden ‘verdadero ante el impacto de la realidad externa y... sensible ante las leyes interiores del poeta’." Es urgente que el Premio Nobel sea otorgado a un poeta que vea la poesía como una orden y una función de la sabiduría en el sentido literal de la palabra. En un tiempo en el que el nihilismo posmodernista y el relativismo prevalecen en nuestra poesía, irrelevante en función de su irrelevancia, Heaney comenta: "A lo que yo aspiraba no era precisamente a la estabilidad, sino a un escape activo de las arenas movedizas del relativismo, una manera de acreditar a la poesía sin ansiedad."

Acaso sea éste el aspecto de la poesía que Richard Rorty tenía en mente cuando sugirió que en el futuro la poesía podría tener más importancia que la filosofía. Richard Kearney, el filósofo crítico irlandés, explica:

El juego libre de la imaginación no tiene rival, no sólo en la poética sino también en la ética... Cuando la ética se abandona a sí sola... significa degenerar en una moralización sin inspiración. La ética requiere de poemas como un recordatorio de que la responsabilidad hacia otra persona incluye la posibilidad del juego, de la libertad y la alegría, justo como los poemas necesitan de la experiencia de otra persona... y aspiran radicalmente a esta experiencia... Pues (ambas son) un acto hermenéutico de ser-para-alguien-más.

Es significativo que Heaney y Kearney hablen de alegría y de placer. Alegría y placer no son estados de la mente bien conocidos en nuestras latitudes, no obstante que son más cercanos a la actual sabiduría que al sadismo de Capek.

La razón por la cual algunos de nosotros quisiéramos ser sensibles a la sabiduría y sus aspectos prácticos puede encontrarse en los cuarenta años que hemos pasado bajo la regla de una ignorancia arrogante y pomposa. Josef Capek observó que el antónimo de la sabiduría no es la estupidez sino la locura: la fatuidad pomposa. Hay momentos en que uno aprecia la sabiduría como una restricción, una moderación y un último recurso. Un intelectual sabio, escribió Albert Camus, es aquel cuya mente se vigila a sí misma.

©Miroslav Holub. Ensayo aparecido en Shedding life. Disease, politics, and other human conditions. Minneapolis, MN, Milkweed Editions, 1997.


Traducido del inglés por Pedro Schneider

Miroslav holub, "La sabiduría y sus metáforas", Fractal n° 7, octubre-diciembre, 1997, año 2, volumen II, pp. 45-62.