24 mar 2008

¿SE PUEDE SER KANTIANO Y ACEPTAR A DIOS?

Por Carlos Ramos Rosete

Miguel de Unamuno y Jugo comenta en uno de sus escritos que el Sr. Manuel Kant, con relación al tema de Dios, se distinguió entre un Kant filósofo y un Kant hombre de carne y hueso, de este modo Unamuno escribe:

“Tomad a Kant, al hombre Manuel Kant, que nació y vivió en Koenigsber a fines del siglo XVIII y hasta pisar los umbrales del siglo XIX. Hay en la filosofía de este hombre Kant, hombre de corazón y de cabeza, es decir, hombre, un significativo salto, como habría dicho Kierkegaard, otro hombre -¡y tan hombre!-, el salto de la Crítica de la razón pura a la Crítica de la razón práctica. Reconstruye en ésta, digan lo que quieran los que no ven al hombre, lo que en aquélla abatió. Después de haber examinado y pulverizado con sus análisis las tradicionales pruebas de la existencia de Dios, del Dios aristotélico, que es el Dios que corresponde al Zoon Politikón, del Dios abstracto, del primer motor inmóvil, vuelve a reconstruir a Dios, pero al Dios de la conciencia, al Autor del orden moral, al Dios luterano, en fin. Ese salto de Kant está ya en germen en la noción luterana de la fe”
(Unamuno M (2003). Del sentimiento trágico de la vida. México. Porrúa; pags: 4 y5)

Escudriñando un poco la teología Kantiana se puede efectivamente advertir una división y separación entre el Kant Crítico que ha descalificado las pruebas filosóficas que intentan demostrar la existencia de Dios, y el Kant ético o moral que postula la existencia de Dios para que la moral humana tenga sentido racional práctico, sin embargo, lo que se intentará demostrar en este ensayo son dos cosas

a)Kant no es un ateo, sino un agnóstico en el plano filosófico, y a pesar de que el agnosticismo es un paso previo al ateísmo, Kant no se cierra a la certeza de que Dios exista realmente, es decir, aunque el Kant filósofo es un riguroso agnóstico, el Kant de la vida moral cotidiana no es un ateo práctico, o sea, en moral Kant no cae en la postura de vivir como si Dios no existiera.
b)Lo anterior supone encontrar un puente o hilo conductor entre el agnosticismo de la Crítica de la razón pura y la certeza de que Dios existe realmente en la Crítica de la razón práctica.

Para justificar los dos anteriores puntos se tomará como base una obra intitulada: “Lecciones sobre la filosofía de la religión” que recogen una serie de notas de clase que el profesor Kant habría dictado a finales del XVIII y que fueron editados por primera vez hacia 1817.

Para comenzar es importante recordar que hacia dentro de la filosofía Kantiana se critican tres pruebas que intentan demostrar la existencia de Dios:

a)La prueba ontológica que pretende concluir en Dios como ens realissimun o ens summun.
b)La prueba cosmológica que pretende concluir en Dios como ens originarium.
c)La prueba fisicoteológica que pretende concluir en Dios como ens entium.

No es el caso en este ensayo reproducir toda la crítica Kantiana con relación a las tres anteriores pruebas. Lo importante a comentar es que las pruebas sobre la existencia de Dios, que el fundador del idealismo trascendental evalúa, son descalificadas porque Kant niega que tales argumentaciones puedan concluir rigurosamente en que Dios existe como ens realissimun, ens originarium y ens entium y no tanto la existencia de Dios, en efecto, la crítica kantiana niega que los predicados ens realissimun, ens originarium y ens entium puedan atribuirse a Dios como un sujeto que existe realmente porque las argumentaciones que llevan a tales predicados no son concluyentes en el plano de la existencia objetiva, sin embargo, Kant no niega la realidad intra-mental de la existencia de Dios como una idea de la razón humana, es decir, el filósofo de Koenigsber no rechaza la idea de Dios como intrínseca a la razón humana porque las argumentaciones que pretenden demostrar la existencia real de Dios, a pesar de no ser concluyentes, no dejan de manifestar la necesidad humana de admitir la posibilidad de Dios, al menos, intra-mentalmente. Si el ser humano se esfuerza en demostrar la existencia real de Dios es porque idealmente Dios está presente en la razón humana, por ello los intentos de demostración de la existencia real de Dios manifiestan...

“la necesidad subjetiva de un ser tal; es decir, que nuestra razón especulativa ha menester de presuponerlo necesariamente, si es que quiere entender por qué algo es posible; pero de ningún modo puede demostrarse de ese modo la necesidad objetiva de esa cosa. Pues aquí la razón tiene que reconocer su debilidad para elevarse por encima de los límites de toda experiencia posible. Y siempre que pretenda también proseguir ahí su vuelo, sólo se precipitará en torbellinos y tifones que la arrastrarán a un abismo sin fondo donde será engullida por completo. De ahí que todo lo que la razón especulativa pueda enseñarnos acerca de la existencia de Dios consista en mostrarnos cómo una cosa tal tiene que ser necesariamente supuesta por nosotros, pero no en que nos pueda dar una demostración de ella de manera apodícticamente cierta. Pero también eso ya es para nosotros una gran suerte, al ser apartados de ese modo todos los obstáculos para admitir la existencia de un Ser de todos los seres; y es más, si aún hubiéramos de poder convencernos de ella de alguna otra manera, para creer de manera sólida e inquebrantable en una existencia tal. Pues el Ser supremo permanece, también ante el uso meramente especulativo de la razón, un Ideal sin tacha, un concepto que concluye y corona el entero conocimiento humano”
(Kant (2000) Lecciones sobre la filosofía de la religión. Madrid. Akal,, pag: 100)

Ahora bien, si la teología filosófica ha sido descalifica por la crítica kantiana para demostrar la existencia real de Dios y solamente queda admitir la posibilidad ideal de la existencia de Dios ¿eso significa dar lugar a un ateísmo?...

Kant distingue dos tipos de ateos, los ateos dogmáticos y los ateos escépticos. El ateo dogmático no sólo niega la existencia real de Dios, sino también su posibilidad ideal, pues para esta clase de ateo el concepto de Dios es intrínsecamente contradictorio, en cambio, el ateo escéptico:

“sólo impugna las pruebas de la existencia de Dios, en especial su certeza apodíctica, pero no la existencia de Dios, al menos no la posibilidad de la misma. De ahí que un ateo escéptico siempre pueda tener religión, porque confiesa francamente que con mucho es mayor la imposibilidad de probar que no hay Dios que la de probar su existencia. Sólo niega que la razón humana pueda por especulación probar alguna vez la certeza de la existencia de Dios; pero, por otro lado, ve también que igual de cierto es que nunca podrá demostrar que Dios no existe”
(Kant (2000) Lecciones sobre la filosofía de la religión. Madrid. Akal, pag: 80)

Kant quedaría ubicado como un ateo escéptico (agnóstico) en razón de que niega el poder demostrativo de la razón humana para probar la existencia real de Dios, más no niega la posibilidad ideal de la existencia de Dios, dicha posibilidad ideal abre el puente o hilo conductor entre el agnosticismo de la Crítica de la razón pura y la certeza de que Dios existe realmente en la Crítica de la razón práctica, pues en ésta última obra Kant afirmará la existencia real de Dios en razón del dinamismo moral humano.

“Un concepto de Dios indeterminado, empero, no me sirve de nada. Por el contrario, el concepto de Dios es un concepto moral y necesario en el sentido práctico; pues la moral contiene las condiciones del comportamiento de los seres racionales, bajo las cuáles únicamente pueden éstos ser dignos de la felicidad. Estas condiciones, o sea, estos deberes, son apodícticamente ciertos; pues están fundados necesariamente en la naturaleza de un ser libre racional. Sólo bajo ellos puede un ser tal hacerse digno de la felicidad. Ahora bien: si no puede esperarse un estado de cosas en el que la creatura que haya obrado conforme a estas leyes eternas e inmediatas de su naturaleza, haciéndose así digna de la felicidad, pueda también realmente llegar a participar de esta felicidad; si, por ende, no hay un bienestar consiguiente al buen comportamiento, en ese caso entrarían en contradicción el curso de la naturaleza y la moralidad. Pero tanto la razón como la experiencia nos muestran que, en el presente curso de las cosas, la estricta observancia de todos los deberes moralmente necesarios no siempre está en vinculación con el bienestar, sino que la probidad más digna de respeto y la integridad son a menudo ignoradas, vilipendiadas, perseguidas y pisoteadas por el vicio. Por consiguiente, tiene que existir un Ser que gobierne el mundo en conformidad con la razón y con las leyes morales, y que haya instituido en el curso de las cosas futuro un estado en el que la creatura que haya permanecido fiel a su naturaleza y que, por moralidad, sea digna de una felicidad perdurable deba también realmente ser partícipe de esta felicidad; pues, de lo contrario, todos los deberes subjetivamente necesarios, que en cuanto ser racional estoy obligado a cumplir, pierde su realidad objetiva. Pues, ¿por qué hacerme por moralidad digno de la felicidad si no existe un ser que pueda procurarme esta felicidad? Y es así que sin Dios no me quedaría más remedio que ser un soñador o un malvado. Tendría que renegar de mi propia naturaleza y de sus eternos principios morales; tendría en fin, que dejar de ser un hombre racional. Por consiguiente, la existencia de Dios no es, como en la fisicoteología, meramente una hipótesis para fenómenos contingentes, sino, por el contrario, aquí en la moral, un postulado necesario para las leyes inconcusas de mi propia naturaleza.”
(Kant (2000) Lecciones sobre la filosofía de la religión. Madrid. Akal, pags: 125-126)

Dios, en el pensamiento Kantiano, será recuperado en su existencia real desde lo moral como un santo legislador del orden moral, un buen gobernante que premia a quien es digno de felicidad y un juez justo para quien no es digno de felicidad, ahora bien, para que Dios pueda ser un legislador, gobernante y juez del orden moral es indispensable que sea omnisciente, omnipotente y eterno. De este modo los atributos metafísicos de Dios que habían sido puestos en duda en el plano especulativo, son recuperados como supuestos indispensables para que Dios pueda dar pleno sentido a la moral humana.

La recuperación de la existencia real de Dios en el campo moral será a modo de postulado, se tiene que admitir -a pesar de que todas las pruebas especulativas de la existencia de Dios sean insuficientes-, que Dios existe realmente para que el orden moral tenga sentido...

“Por eso, cuando en lo que sigue suscitemos dudas contra aquellas pruebas especulativas y analicemos esta pretendida demostración, no socavaremos por ello la creencia en Dios, sino que dejaremos libre paso para las pruebas prácticas. Tan sólo echaremos abajo las falsas pretensiones de la razón humana de querer demostrar por sí misma, de manera apodícticamente cierta, la existencia de Dios; pero admitiremos por principios morales esa creencia como principio de todas las religiones”
(Kant (2000) Lecciones sobre la filosofía de la religión. Madrid. Akal, pag: 80)

Aunque Immanuel kant es un agnóstico en el plano contemplativo, dicho agnosticismo no lo lleva a un ateísmo práctico, pues en tal plano Kant presenta un teísmo moral.

“Toda convicción es de dos tipos: dogmática o práctica. La primera tiene que ser alcanzada a priori por meros conceptos y ser apodíctica. Pero hemos visto que por este camino, mediante la mera especulación, no nos podemos convencer con certeza de la existencia de Dios. A lo sumo, el interés especulativo de nuestra razón nos obliga a presuponer un ser tal como una hipótesis subjetivamente necesaria; pero en ningún caso tiene capacidad suficiente para demostrarlo... Pero aún nos queda otra especie de convicción, a saber, la convicción práctica. Es éste un campo particular que nos ofrece perspectivas mucho más satisfactorias que las que jamás pueda procurarnos la árida especulación...Pues los imperativos morales, por estar fundados en la naturaleza de nuestro ser, en cuanto creaturas libres y racionales, son de la misma naturaleza de nuestro ser, en cuanto creaturas libres y racionales, son de las misma evidencia y certeza al menos que la que puedan tener las proposiciones matemáticas, que también deben su origen a la naturaleza de las cosas. Por consiguiente, un postulado práctico necesario es, atendiendo a nuestros conocimientos prácticos, lo mismo que un axioma, atendiendo a los especulativos. Pues el interés práctico que tenemos en la existencia de un Dios como sabio Gobernante del mundo es el más alto que puede haber, porque, si suprimimos este principio, tenemos que renunciar a un tiempo a toda prudencia y honradez, y que actuar contra nuestra propia razón y nuestra conciencia”
(Kant (2000) Lecciones sobre la filosofía de la religión. Madrid. Akal, pags: 133-134)

La cuestión que se presenta es ¿qué características presenta el teísmo moral que plantea Kant?...

Respondiendo brevemente se puede decir que el teísmo moral Kantiano es deudor tanto de la idea ilustrada de la religión, como de la noción de Fe del cristianismo protestante.

La idea ilustrada de la religión opuso a la religión revelada eclesiástica una Religión Natural, la cual plantearía la relación Hombre-Dios desde una perspectiva exclusivamente racional, y ya no desde una fe en una autoridad eclesiástica que habla en nombre de Dios. La Religión Natural plantearía que la relación Hombre-Dios estaría fundada en los deberes morales que tiene el ser humano, es decir, el acto religioso estaría constituido exclusivamente por el conjunto de deberes morales que todo hombre está obligado a cumplir para ser un hombre virtuoso y honesto, de este modo, tal Religión Natural dejaría de lado, o más bien excluiría a cualquier dogmática religiosa –verdades de fe- y a toda serie de rituales que constituye el culto religioso eclesiástico –sacramentos-. Bajo el enfoque de la Religión Natural Jesucristo no sería ni Hijo de Dios, ni verdadero hombre y verdadero Dios, sino solamente Jesús de Nazaret quien es modelo de moralidad.

El cristianismo protestante albergó dentro de sí la dualidad entre razón y fe, en donde la fe religiosa no tendría nada que ver con la razón, una fe cristiana sin fundamento racional que sería aceptada por un acto voluntario a modo de confianza ciega.

El teísmo moral kantiano aceptado por fe en la praxis moral para que ésta tenga sentido lleva a un tipo de vivencia religiosa fuera de cualquier organización eclesiástica, todo lo cual lo podríamos resumir en la siguiente frase que a veces se escucha: “para qué voy a misa, para qué comulgo y me confieso, si me porto bien y creo en Dios”

Seis propuestas educativas


Por Alejandro Llano

Invito a la lectura de esta interesante “propuesta”. La fata de una discusión seria sobre las propuestas pedagógicas de moda, es una constante. Aquí se lanzan seis propuestas que servirían para hacer un debate sobre la educación en general y sobre la educación universitaria en particular. Jorge Luis Navarro.


[…] El fallo capital de la enseñanza en nuestro país no es económico ni organizativo. Por eso no se solucionará —sino todo lo contrario— con nuevas leyes y planes de financiación. Hace falta una nueva mentalidad que contribuya a sacarnos del atolladero ético y cultural. Cuando te das cuenta de que estás en un agujero, lo primero que has de hacer es no seguir cavando. En esta línea, inspirándome en el título de un bello libro de Italo Calvino, lanzo seis propuestas educativas para una sociedad civil en decadencia:

1. Lo importante no es enseñar, lo importante es aprender. Lo decisivo en la enseñanza es el alumno, no el profesor iluminado. De ahí que las técnicas pedagógicas no sean el factor clave de la educación. Se trata, no tanto de mejorar las cosas, como de intentar mejorar a las personas. La burocracia y la tecnocracia no bastan para lograr la excelencia educativa. La educación no es un montaje constructivista: es una convivencia culta, una auténtica simbiosis.
2. Sólo se puede educar en el ámbito de una tradición cultural, dentro de una comunidad de investigación y aprendizaje. El conocimiento es una práctica comunitaria, que tiene una historia, un contexto social y unas implicaciones éticas. Para llegar a un ajuste entre las exigencias del presente y nuestros recursos intelectuales, se precisa una inserción dinámica en la tradición del saber. De lo contrario se cae en una concepción inmediatista y pasiva del aprendizaje. Cuando los jóvenes no encuentran ninguna comunidad auténticamente educativa, acaban por marginarse.
3. Todo aprendizaje es aprendizaje de un oficio. Toda ciencia y toda técnica es originariamente un oficio, un craft, dotado de normas internas. Según MacIntyre, tienen mucho más de artesanal que lo que actualmente se reconoce. Cuando fallan las normas internas a la práctica educativa, se sustituyen por reglas de tipo burocrático y mercantil. La enseñanza pierde toda motivación eficaz. Decae el entusiasmo. Y surge la violencia, que no se puede vencer sólo con sistemas de control.
4. El saber posee una ineludible dimensión moral. La separación entre ciencia y moral es un mito pseudoilustrado, que el propio Kant rechazaría enérgicamente. Sólo hay una ética que, propiamente, no se puede enseñar, como los clásicos demostraron. Lo decisivo para acercarse a la excelencia educativa es la calidad del temple ético de la institución, el espesor humano de su cultura corporativa, el nivel de su ambiente moral, el estilo de convivencia, sobre todo en los aspectos informales. Por eso las reglamentaciones y programaciones no contribuyen a elevar el nivel de la enseñanza, por mucho que se empeñen los sucesivos gobiernos. Y menos aún procede remitir los aspectos claves de la vida personal y social a una Educación para la Ciudadanía cuyo tufo manipulador no han logrado ocultar sus disciplinados valedores.
5. Lo decisivo son los hábitos, no las actividades ni los contenidos. A la postre, la propia ciencia es un hábito y no un constructo mental. Lo importante en la sociedad del conocimiento no es que se sepa mucho sino que siempre se sea capaz de saber más, lo cual remite a las potencialidades vitales de las personas. Lo metodológico prima sobre lo descriptivo, y lo formativo sobre lo informativo. El objetivo focal de todos los niveles educativos debería ser ahora mismo una intensa y amplia formación intelectual: aprender a pensar con rigor, hondura y creatividad.
6. Las tecnologías multimedia posibilitan la educación científica y humanística. Los recursos multimedia constituyen un instrumento de descarga que facilita la dedicación a las cuestiones centrales del humanismo y la ciencia, lejos ya de una educación minimalista y pragmática.

Tomarse en serio la educación y apostar decididamente por su honda radicación cultural —despidiéndonos del emotivismo, la dependencia burocrática, la superficialidad y el pragmatismo— es mi propuesta de fondo. Constituye el nervio del protagonismo de la sociedad civil como recurso para superar el decaimiento de las energías cívicas que nos aqueja.

Tomado de http://www.conoze.com/doc.php?doc=5950

4 mar 2008

El espejo: de la vanidad al autoconocimiento

Héctor Zagal Arreguín

Con mayor frecuencia de lo que creemos, rehusamos mirarnos en un espejo. Ciertamente, a todo mundo le gusta contemplar su apariencia cuando uno se ha esmerado en lucir bien y en vestir elegantemente, pero en ocasiones no nos encontramos tan a gusto con nosotros mismos. Hay mañanas en las que uno luce desangelado, ojeroso y apático. Contemplamos con horror y preocupación el paso del tiempo en el propio rostro: como si todas las canas y arrugas de la humanidad se hubiesen concentrado en nuestra cara ese lunes. Quisiéramos arreglar de la mejor manera posible ese lastimoso espectáculo. Hay otras mañanas --suele ser el domingo a eso del mediodía-- en las que sabemos que nos vemos fachosos y que nuestra figura se ve descompuesta, pero no nos importa. Cuando sabemos que no saldremos a ningún lado ocurre un fenómeno curioso: todo eso nos vale.

Resulta interesante observar cómo ejecutamos muchas de nuestras acciones en función de la presencia de otras personas. Esto no necesariamente se reduce a un nivel tan básico como el del «qué dirán». Hay amigos, por ejemplo, con los que entablamos un tipo de trato que sería inapropiado con otras amistades. Adoptamos posturas distintas cuando estamos en una reunión formal, en una cena de negocios, o en una charla de café con un conocido. Solemos adecuar nuestros gestos, expresiones y ademanes al entorno social en donde nos encontramos. Por el contrario, cuando sabemos que nadie, absolutamente nadie nos ve, nos sentimos como si pudiéramos hacer todo lo que nos viniera en gana.

DE BLANCANIEVES A DORIAN GREY

¿Es algo positivo esta libertad? Seguramente nos sentiríamos asfixiados si nunca la tuviéramos. Cuando observamos por mucho tiempo un riguroso protocolo, tarde o temprano se nos antoja romperlo y eliminar la tensión acumulada. Deseamos relajarnos y vivir cómo si nada ni nadie pudiera interpelarnos.

Este efecto liberador se vuelve peligroso cuando pensamos que lo mejor para nosotros es vivir sin reflexionar sobre nosotros mismos, y nos dejamos ir por la vida sin reparar mucho en ella. Las consecuencias de esto suelen ser terribles como se ve en el caso de la salud. Quien no cuida su cuerpo adecuadamente suele desarrollar con el paso de los años malestares silenciosos y mortíferos. Cuando decidimos por fin mirarnos en el espejo --el médico, en este caso-- resulta en ocasiones que ya es demasiado tarde y lo único que nos queda por prever es la funeraria en la que nos gustaría ser velados.

No sólo nos rehusamos con frecuencia a examinar nuestro cuerpo sino que también somos renuentes a examinar nuestras acciones, nuestras actitudes y nuestros propósitos. Si acaso lo hacemos es con vistas a nuestros intereses más inmediatos. No nos complicamos mucho la vida: nos congraciamos fácilmente con lo que hacemos y ocultamos con presteza nuestros defectos. No toleramos ver nuestras fallas expuestas.

Ahí está el caso de la madrastra de Blancanieves, quien siempre se complace cuando su espejo le dice que es la mujer más bella del reino, pero cuando el mismo espejo le informa que hay alguien más bella lo convierte en añicos. Otro caso es el de Dorian Grey, el joven y apuesto personaje de la novela de Oscar Wilde. Este dandy es retratado en un cuadro que captura excelsamente su belleza. Sin embargo, cada vez que comete una falta moral el rostro de la pintura cambia, su sonrisa se vuelve una mueca, su piel se arruga y su pelo encanece. Dorian Grey no soporta contemplar un retrato tan horrible, y termina por arrumbarlo en el desván, lo cubre con una manta, y pretende cándidamente que ninguna de sus acciones tiene consecuencias. La corrupción en él, no obstante, prosigue y cada vez con mayor gravedad.

Y es que, como reza el refrán,«no se puede tapar el sol con un dedo». Existen remedios falsos y remedios verdaderos contra los males corporales y espirituales. El peligro de los remedios falsos es que su comodidad inmediata nos obnubila. Sólo tapan malestares internos que después resurgen con mayor fuerza. Embriagarse con riquezas, intoxicarse con el poder, entregarse a las adicciones son algunos de los paliativos con los que uno cubre necesidades mayores. Son sustituciones. Evasiones.

Procurar una vida ordenada y reflexiva, en cambio, nos acerca más a salir de nuestros propios errores y nos conduce a una existencia más plena. Tal como a nadie le gustaría sumar 2 + 2 toda la vida mal, tampoco a nadie le gustaría tratar injustamente a sus propios familiares o compañeros de trabajo. Paradójicamente, solemos tratar mal a los demás, descuidar nuestra salud y llevar una existencia indiferente con una frecuencia mayor que con la que nos equivocamos en una operación aritmética.

LA AUTOCOMPLACENCIA: UN ESPEJISMO

La solución que hemos heredado de la filosofía griega para estos problemas es el autoconocimiento. Sócrates adoptó la frase escrita en el oráculo de Delfos, «conócete a ti mismo», como la máxima que describía el propósito mismo de la ética. ¿Cómo lograr esto? Existen tradiciones del autoconocimiento tan amplias y diversas como las meditaciones cristianas o el psicoanálisis. Todas ellas, sin embargo, tienen un común denominador: evaluar los actos propios como si fueran los de un tercero. Resulta curioso observar que cuando más nos conocemos a nosotros mismos es cuando nos juzgamos como si fuéramos una persona distinta.

Suspender por unos momentos el propio punto de vista para adoptar otra perspectiva es la manera idónea de comprender la relevancia y las implicaciones de nuestras acciones. Cuando uno está enfurecido en el tráfico y le toca el claxon a la persona adelante de él como si llevara en el asiento de atrás a un herido de guerra, esa persona debería preguntarse lo que sentiría si alguien más atrás de él estuviese haciendo lo mismo. Vernos como un tercero --salir de nosotros-- nos desengaña y nos saca de nuestras falsas seguridades. Frecuentemente nuestras acciones pueden convertirse en normas universales de conducta. Lo vio Kant. Es, en última instancia, la ley áurea: trata al otro como te gustaría ser tratado

Contemplarse a sí mismo en un espejo es una virtud que madura con el tiempo y la experiencia. Todo mundo rehúsa en principio hacer este ejercicio. Quien decide emprenderlo aparta la mirada rápidamente, o bien, actúa como el joven Narciso, que queda enamorado de su propia imagen reflejada en el lago. La tarea de la ética es luchar contra el Narciso que habita en nosotros y que se enamora fácil y peligrosamente de su apariencia, del espejismo de su yo. Viene a cuento aquello de que el mejor negocio posible es comprar a una persona en lo que vale y venderla en lo que cree que vale.

Quien se planta firmemente ante un espejo con una actitud ética busca salir del propio error y apartarse del mal. Esto no quiere decir que nuestras acciones no puedan satisfacernos. El ejercicio de autodistanciamiento sólo nos revela constantemente que siempre podemos mejorar. En vez de caer al lago como Narciso enamorados de nosotros mismos, debemos reparar en nuestros errores y procurar enmendarlos para que nuestra imagen externa e interna sea mejor; quizás no sea perfecta nunca, pero al menos será más auténtica y menos borrosa.

Apuntes de Filosofía de Antonio Machado

La Editorial Universidad de Granada ha publicado la obra ‘Antonio Machado. Apuntes de Filosofía’, la transcripción de una serie de cuadernos que Antonio Machado empleara para tomar anotaciones de la asignatura de Lógica impartida por el político y catedrático Julián Besteiro, profesor del poeta en la Universidad de Madrid entre 1915 y 1916, y demás apuntes de Filosofía.


Según informaron fuentes de la editorial a Europa Press, estos apuntes han sido trascritos por la escritora Filomena Garrido Curiel en el marco de una investigación sobre la formación filosófica de Machado, supervisada por el director de departamento de Lingüística General y la Teoría de la Literatura de la Universidad de Granada, Antonio Chicharro.

Recoge esta publicación muchas de las anotaciones o rasgos que después aparecerán tanto en su obra en verso como en prosa, como referencias al Universo, a la certeza y a la verdad, el conocimiento o las formas contingentes. “Aquí define también algo de suma importancia, la esencialidad de la palabra, su temporalidad y trascendencia”, apuntaron.

Asimismo, explicaron que las notas y apuntes tomados por Machado demuestran los conceptos básicos que el poeta extrae del pensamiento de algunos filósofos, entre los que destacan Descartes, Kant, Leibniz y el Premio Nobel Bergson, del que toma la “concepción melódica del tiempo vital”.

Por otro lado, Garrido Curiel asegura que su pensamiento lo llevará continuamente de la “filosofía a la poesía”, tanto que “no se puede delimitar donde acaba el poeta y empieza el filósofo”.

“En muchas ocasiones la poesía de Machado es el resultado final de sus comentarios o reflexiones filosóficas, enmarcadas, por otro lado, en la filosofía de su tiempo, y siempre cubiertas por un cierto velo de escepticismo real y poético, propugnado, algunas veces, por su alter ego, Mairena”, escribe la investigadora.

Los manuscritos proceden de los fondos donados en 1948 por Eulalia Cáceres, viuda de Manuel Machado, al Fondo Machadiano de Burgos, que se encuentra en el Instituto Fernán González y en la Academia Burguense de Historia y Bellas Artes.

Autor: EUROPA PRESS
Fecha de publicación: Marzo 03, 2008 por Revista Per Se

2 mar 2008

Espejos especiales

Cuenta E.F. SCHUMACHER en su obra Guía para perplejos esta sugerente historia:

En cierta ocasión leí una historia sobre un hombre que se moría y, en el otro mundo, se encontraba a una serie de conocidos, algunos que le gustaban y otros que le caían bastante mal. Pero había allí una persona que no conocía y no podía aguantarle. Todo lo que decía le irritaba y le indignaba —sus modales, sus costumbres, su pereza, su manera insincera de hablar, sus gestos— y, además, tenía la impresión de que podía leer los pensa¬mientos de ese hombre, sus sentimientos, y también sus secretos; en suma, toda su vida. Preguntó a los demás quién era ese personaje insoportable. Le dijeron: "Verás, aquí arriba tenemos unos espejos muy especiales que son completamente diferentes de los que hay en tu mundo. Ese hombre eres tú mismo". Supongamos entonces que tienes que vivir con una persona que eres tú... tal vez sea eso lo que tiene que hacer la otra persona. Desde luego que, si no te has observado a ti mismo, puedes llegar a imaginarte que sería estupendo y que si todo el mundo fuera como tú, este mundo sería un lugar verdaderamen¬te maravilloso. La vanidad y la suficiencia a veces no tienen límites. Cuando te pones en la situación de otra persona te estás poniendo también en su punto de vista, en el modo como te ve, te oye y te experimenta en tu comportamiento cotidiano. Te estás viendo a través de sus ojos.


Dostoievski condenado a muerte

El auditor aparece en el centro del patíbulo y, con voz monótona, rápidamente, lee el texto de la sentencia. Va enumerando, para cada uno, los crímenes de que es culpable y termina la exposición de los motivos con estas sencillas palabras: Condenado a pena de muerte.

Petrachevski, Mombelli, Grigoriev, Akchamurov¿ Nueve veces ya, el auditor ha pronunciado la sentencia. Añade: Dostoievski¿, condenado a pena de muerte.

Fiodor Mijailovich se estremece como si le sacaran de un sueño. La pena de muerte. En este momento, el sol atraviesa la niebla e ilumina la cúpula dorada de la iglesia Semenovski, en la que hay unas placas de nieve.

¡No es posible que nos fusilen!, exclama Dostoievski.

Pero Mombelli, por toda contestación, le muestra un carro cubierto con un toldo.

La tela marca vagamente la forma de los ataúdes.

Dostoievski no comprende aún. Maquinalmente, observa una verruga sobre la mejilla de un guardia, el reflejo de un botón de cobre. Mira ¿lo recordará toda la vida- cómo dobla el auditor su papel por los dobleces, cómo se lo mete en el bolsillo y se pellizca la oreja con la punta de los dedos, bajando lentamente los escalones del cadalso¿

En seguida, un pope le sustituye. Con voz emocionada pronuncia un sermón sobre el texto de san pablo: La redención del pecado es la muerte. Explica a estos desdichados que nada termina aquí abajo, y que una eterna bienaventuranza espera a los que saben arrepentirse. Luego, les da a besar el crucifijo; sólo Shaposhnikov, un hombre del pueblo, pide confesarse.

El castigo es desmesurado con relación al delito. No he merecido esto. Nadie ha merecido esto. La injusticia engrandece a estos miserables, que tiritan en el centro de la plaza sobre una plataforma de madera. Los eleva al rango de los mártires. Y ellos se dan cuenta. Y sienten con todo su corazón la voluptuosidad del sacrificio inútil. El asunto por el que nos habían juzgado, los pensamientos y las aspiraciones que nos llegaban al alma, no suscitaban en nosotros ninguna sensación de arrepentimiento; pero nos parecía que nuestro suplicio nos purificaría, en cierto modo, y que, gracias a él, muchos pecados nos serían perdonados, escribió Dostoievski en el Diario de un escritor. Sí, esta causa, sobre la que habían discutido a tontas y a locas, confrontando sus frívolos ensueños, pavoneándose, denigrando unas cosas y burlándose de otras, he aquí que les parece ahora sagrada, porque van a morir por ella.

El sacerdote ha bajado de la tarima. Dos hombres se acercan a los condenados: los verdugos, hopalandas. Suena el clarín. Los tambores repican en los campos, y este redoblar fúnebre repercute en los muros de los cuarteles. Disminuye y renace, obsesionante, ensordecedor, interminable¿ Los conjurados se han puesto de rodillas. Por encima de sus cabezas, los verdugos rompen espadas como símbolo de caducidad. Después, los revisten con vestidos blancos de tela de saco, con mangas largas y capuchas.

Atan a los tres primeros, Petrachevski, Mombelli y Grigoriev, a los postes, y los verdugos les bajan las capuchas sobre los ojos. Una orden tajante. Tres pelotones salen de las filas y se alinean delante de los condenados.

Dostoievski cierra los ojos. Es el sexto en la orden de ejecución. Está en el próximo turno. Dentro de cinco minutos estará atado a estos mismos postes. Una horrorosa angustia le embarga. No se deben perder estos cinco minutos. Hay que emplearlos lo mejor posible, extraer de ellos toda su esencia y toda su secreta alegría antes de caer en la noche. Divide en tres partes el tiempo que le queda para vivir. Dos minutos para decir adiós a sus amigos. Dos minutos para reflexionar. Un minuto para mirar por última vez el mundo.

Pero ¿sobre qué reflexionar, hacia dónde mirar? Tiene veintisiete años; está plenamente convencido de su fuerza y de su talento; y de pronto¿ la muerte. Existe, está vivo y, dentro de tres minutos, no será nada, o será otra cosa o alguien distinto. Aún mira la cúpula de la catedral. Y no puede apartar los ojos de esta cúpula deslumbrante de oro y sol. Le parece que, de un segundo a otro, estará sólo en presencia de esta tranquila luz. Formarán una sola cosa. Él se convertirá en esta claridad, en esta calma. Se sumergirá en lo desconocido. Un miedo convulsivo le sobrecoge: ¿Y si no muriese?... Si me fuera devuelta la vida¿ ¡Qué eternidad!... ¡Y todo sería para mí!... ¡Oh!, entonces se transformaría cada minuto en un siglo, no perdería ni uno solo, llevaría la cuenta de todos mis momentos para no gastar ninguno a la ligera¿

Mientras tanto, los soldados cargan sus fusiles y apuntan. El silencio hace daño. Un grito: ¡Fuego!, y estos cuerpos van a desplomarse sobre el suelo con una dejadez ridícula. Se los llevarán. Y los sustituirán por otros tres. Pero¿ ¿por qué no disparan?

Con una sangre fría perfecta, Petrachevski levanta su capucha para ver lo que ocurre. Un ayuda de campo agita su pañuelo. Tocan a retreta. Los verdugos desatan a Petrachevski, Mombelli y Grigoriev y los vuelven a llevar a la tarima.

El auditor se acerca de nuevo y lee, tartamudeando atrozmente, el indulto:

Habiendo merecido los culpables la pena de muerte, según la ley, son indultados por la clemencia infinita de Su majestad el emperador¿

Los trabajos forzados, el destierro¿ La alegría cae como un mazo sobre Dostoievski. ¡Salvado! ¡Qué importa todo lo demás! Veinte años más tarde, dirá a su mujer: No recuerdo ningún día tan feliz.

Tomado de la biografía Dostoievski de Henri Troyat, Ed. Vergara
Fuente: http://www.queleo.com.mx/Blog/Index.aspx

El canto de las sirenas

El jueves por la noche, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes [Mexico, D.F.], se realizó la presentación de un fascinante libro titulado El canto de las sirenas, del filósofo catalán Eugenio Trías. Subtitulado Argumentos musicales, el volumen es un extenso y ciertamente complejo recorrido por algunas de las más importantes instancias de la música occidental, glosado y analizado bajo una perspectiva filosófica que tiene su cimiento primordial en Platón, y como un segundo e importante hilo conductor, la teoría de la filosofía del límite, propuesta por el propio Trías.

En una mesa en la que hubo principalmente por filósofos (de la que fui moderador), se comentó El canto de las sirenas, más en su vertiente filosófica que en sus aspectos estrictamente musicales, con base en los textos de Crescenciano Grave, Xavier Güell, Carlos Pereda y Sergio Vela.

Este prolijo libro de Eugenio Trías arranca con un prólogo que es, a la vez, declaración de principios y manifestación de líneas de conducta a seguir en su amplio trayecto. Vienen después 23 ensayos dedicados a otros tantos compositores (de Claudio Monteverdi a Iannis Xenakis), y el libro concluye con lo que el autor ha titulado Coda filosófica, sólidamente cimentada en los principios del pensamiento de Platón, cuya intención es cerrar (en la medida en que pueda ser cerrado) el círculo de la interacción dialéctica entre música y filosofía.

Para aquellos lectores potenciales de El canto de las sirenas, vale decir que esta obra de Trías no es una historia de la música; no es, evidentemente, un catálogo de ensayos biográficos sobre los 23 compositores elegidos; tampoco es una acumulación de notas de programa sobre las obras mencionadas; y no es, claramente, una colección de análisis musicológicos sustentados en la técnica y la estética, a la manera tradicional.

Podría parecer un poco tramposo de mi parte tratar de definir ese libro a partir de lo que no es, pero no dudo que estas observaciones puedan aclarar un poco su naturaleza.

En la raíz de una posible discusión primera sobre El canto de las sirenas, sería menester desentrañar de entrada una pregunta clave: ¿es un libro de música o de filosofía? Por mi parte, la noche del jueves planteé esta pregunta con toda claridad, y en las intervenciones subsecuentes de los presentadores me fue respondida sólo parcialmente. Sin embargo, lo mejor en este caso es acudir directamente a las palabras del autor quien, en el prólogo a El canto de las sirenas, afirma categórico: “Este es un libro de filosofía”. Lo es sin duda, pero su cualidad principal (para quienes no somos filósofos y entendemos poco del asunto, claro) es que se trata, también, de un libro lleno de música, de manera tanto implícita como explícita.

Uno de los más interesantes hilos conductores del libro de Trías es la germanofilia abiertamente asumida por el autor; ésta (que en su caso existe tanto en lo filosófico como en lo musical) tiene su complemento lógico en el hecho de que una parte sustancial, medular, de la cultura musical de Occidente pasa por el mundo de habla alemana, caso análogo al de la cultura filosófica. Como prueba cabal de ello, la presencia de Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Mendelssohn, Schumann, Wagner, Brahms, Bruckner, Mahler, Schönberg, Webern, Berg, Strauss y Stockhausen como protagonistas de los ensayos que conforman El canto de las sirenas.

Y como refuerzo de esta idea, y del concepto de que se trata en efecto de un libro de filosofía, la presencia virtual de Schopenhauer, Nietzsche, Adorno y Wittgenstein en las discusiones generadas la noche del jueves, que complementaron las referencias puntuales a San Agustín, Platón, Aristóteles, Pitágoras y Plotino.

¿Se trata, pues, de un volumen exclusivo para filósofos? No, de ninguna manera. Pienso que se trata de un libro de filosofía de la música que hallará a sus mejores lectores entre los melómanos ilustrados y conocedores que no se arredran ante la posibilidad de abordar la música mediante un enfoque interdisciplinario y riguroso. Y si algo tiene El canto de las sirenas, de Eugenio Trías, es rigor.

En lo personal he disfrutado particularmente la lectura del libro, porque el autor aborda en él, de manera importante, una discusión que siempre me ha parecido fundamental para todo aquel que ama la música: ¿existe o puede existir una correlación directa entre los parámetros de organización de los sonidos, eso que llamamos música, y los afectos o emociones que suscitan en nosotros?

Autor: Juan Arturo Brennan
Fecha de publicación: Marzo 01, 2008 por Revista Per Se

Pintura con trasfondo filosófico

El libro “La imaginación estética en la mirada de Vermeer”, de la doctora María Noel Lapoujade, catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, tuvo entre sus presentadores a uno de lujo: el pintor yucateco Fernando Castro Pacheco.

Contadas son las ocasiones en que Castro Pacheco asiste a eventos públicos, pero esta vez no quiso desaprovechar la invitación porque, según dijo durante la presentación de la obra, “no sólo se presenta un magnífico libro, sino que son pocas las veces que se tiene oportunidad de platicar con una personalidad como es la doctora María Noel”.

El artista recomendó ampliamente la obra. “En lo personal (al leerlo) me produjo una emoción pocas veces lograda en un libro de filosofía, y conste que no me desagrada esta doctrina, de ninguna manera, pero la fisolofía manejada ágilmente por la doctora María Noel es de una belleza extraordinaria”, expresó.

“Todo el libro es de una belleza extraordinaria a propósito de Vermeer, que es un pintor al que he admirado desde hace muchísimos años. Lo admiré primero por medio de estampas y después pude conocer sus pinturas, lo que aumentó esa admiración que le tengo y tendré hasta mis últimos días”, subrayó.

Previamente la autora, en charla con el Diario, comentó que era un honor tener al maestro Castro Pacheco como presentador de su libro.

“No lo conozco en persona, aunque sé de su obra y brillante trayectoria”, manifestó la doctora.

“Le tengo un inmenso respeto, por lo que para mí es un gran orgullo y me siento honrada de que haya aceptado venir a esta presentación”, agregó.

La presentación del libro “La imaginación estética en la mirada de Vermeer” se efectuó la tarde de anteayer en el Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales (Cephcis) de la UNAM, ubicado en la colonia Industrial.

Samuel Ramos, del Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY); Genoveva de la Peña, de la Escuela Superior de Artes de Yucatán (ESAY), y Nicole Ooms, del Cephcis, fueron los otros presentadores del libro.

En “La imaginación estética en la mirada de Vermeer”, la doctora María Noel analiza la geometría de Euclides, de Leonardo da Vinci y de Durer; la concepción óptica de Huygens en relación con la de Descartes y, por último, la filosofía de Spinoza. Con respecto a la obra de Vermeer, sostiene que invita a una lectura filosófica, dado que en su pintura subyace una epistemología ético-estética.—

Autor: Rosa María Acosta Aragón.
Fecha de publicación: Febrero 29, 2008 por Revista Per Se