28 dic 2007

¿Para qué?

Federico Reyes Heroles

Fecha de publicación: Diciembre 26, 2007 por Revista Per Se

Aunque se le creyera en retirada, Dios permanece entre las creencias humanas. Lejos de cualquier religión en particular, cabe la reflexión. ¿Los dioses ordenan nuestra vida?

“La razón me dice que Dios existe, pero también me dice que nunca podré saber lo que es” Voltaire.

No tengo ninguna filiación religiosa. Ello no me cauteriza frente al tema. Basta con mirar al firmamento o ver a un bebé nacer o leer sobre el DNA para caer en el asombro. Ese asombro es la puerta de entrada a los grandes misterios: la creación, la vida, la muerte y nosotros ahí con nuestra loca cabeza. Sólo un muerto, muerto del alma, podría quedarse inmune. Victor Hugo definía a Dios como lo evidente invisible. Pero las creencias y los usos que las religiones han hecho de ellas son un asunto serio. Hay quien piensa, y no sin razón, que las religiones lo envenenan todo (C. Hitchens, God is not Great). Buena parte de la violencia entre los seres humanos ha brotado de la pasión religiosa.

¿Pero entonces, qué hacer? Cruzarse de brazos y aceptar esa terrible fatalidad: la búsqueda de respuestas a los misterios conduce al dogma, al fanatismo, a la degradación. Sería aceptar nuestra impotencia para encauzar las grandes dudas y sus siempre tentativas soluciones. Se trata de una de las discusiones filosóficas más apasionantes y en las últimas décadas ha sido muy rica. Dios ha muerto, declaró Nietzsche (UNAM, ver la excelente introducción de Paulina Rivero Weber), con lo cual tambaleó los referentes no sólo filosóficos sino éticos. ¿Quién mató a Dios? En su loco afán por conocer, por establecer verdades independientes, el hombre destruyó los absolutos, Dios incluido. Pero si Dios no existe, razonaría Dostoievski, entonces todo está permitido. Sin ese absoluto, se argumentó, el hombre deambula en la oscuridad. Quién va a ser el guía, quién dará el rumbo. Para algunos ese absoluto se ha trasladado al valor inmanente de la vida. El rumbo no venía del exterior, de una fuerza superior, sino de adentro. Estaba dado por la propia Creación en la vida misma.

La tensión básica estaba sentada. En la búsqueda de verdades el ser humano sólo podía cancelar los dogmas, los absolutos y seguir su propia forma de leer el mundo. Con el avance de la ciencia en el siglo XX surgieron nuevos dilemas y posturas. Quizá una de las más conocidas por su claridad fue la de Bertrand Russell. El gran filósofo y científico inglés fue radical: la ciencia es incompatible con cualquier tipo de religiosidad. Dogma y ciencia están reñidos a muerte. La apuesta de los años sesenta fue ésa: el avance del pensamiento científico terminará desplazando a los dogmas religiosos. Pero en pleno inicio del siglo XXI las cifras no apuntalan tal dicho.

De los 6 mil 500 millones de seres humanos que habitamos el planeta, el 82 por ciento se declara religioso. Según los datos de Naciones Unidas, un 16 por ciento se declara sin religión y sólo un 3.7 por ciento, ateo. La diferencia no es menor: sólo los ateos niegan la existencia de Dios. De aquellos sin religión no sabemos si aceptan o no la existencia de Dios pero sin acudir a un dogma en específico. Pareciera que, en todo caso, lo que pudo haberse incrementado en el siglo XX fueron los ateos. Pero, es curioso, ese cambio tuvo que haber ocurrido en la primera mitad del siglo XX, cuando la gran explosión científica se dio en la segunda mitad. ¿Cuál fue el efecto de las guerras? No lo sabemos bien a bien. Lo que queda claro es que los satélites, el microchip o los celulares conviven perfectamente con las tradiciones religiosas. De hecho las nuevas religiones aprovechan las tecnologías para conseguir adeptos. Dios no está, como lo pensó Nietzsche, en retirada. De acuerdo con la Encuesta Mundial de Valores, un 86 por ciento de los habitantes del planeta cree en Dios.

Además la percepción de Dios está distribuida tanto en países islámicos como Marruecos, Paquistán o Egipto con porcentajes del 100 por ciento, como países católicos, en niveles de 80 por ciento. No hay exclusiva. Pero quizá la mayor sorpresa radique en que el desarrollo tampoco está reñido con esa creencia. El 96 por ciento de los estadounidenses cree en Dios, en Finlandia es el 83 por ciento. Sólo en Vietnam el porcentaje se desploma a menos del 20 por ciento. ¿Por qué? Las sorpresas continúan: las comunidades científicas, obsesionadas con las nuevas verdades o paradigmas, no son islas de no creyentes, por el contrario. Se ha comprobado que en Estados Unidos la gran mayoría de esos científicos son creyentes. Pareciera entonces que la indagación de los misterios no debilita la religiosidad sino que incluso la alimenta. Es fantástico revisar los testimonios de muchos científicos como Francis Collins o Francis Compton Crick, premios nobel vinculados a la indagación sobre el DNA, dando sus testimonios sobre cómo los grandes misterios, la ciencia y Dios, pueden navegar en la misma barca.

El dilema de Nietzsche ya no está allí. Lo que sí continúa vigente es la idea de que son esas figuras, los dioses en plural, los que actúan como grandes ordenadores de la vida. La industrialización, la urbanización, han acentuado un fenómeno de soledad, de búsqueda de un sentido en la vida. Una vez resueltas las necesidades básicas viene la pregunta, ¿para qué la vida? Víctor Frankl, el gran sicoterapeuta, estableció hace décadas esa neurosis provocada por la carencia de un sentido en la vida. Muchas sociedades ricas son víctimas del padecimiento. Las depresiones y los suicidios se multiplican. Hay nuevos flagelos del alma. Francia, España, Estados Unidos, los países escandinavos, todos registran esa nueva pesadilla que es la soledad. Se la ha denominado la era del vacío.

En estos días en que una parte del mundo celebra el natalicio de Jesús, vale la pena la reflexión sobre el fin último de las creencias. ¿Violencia o sentido en la vida, dogma guerrero o paz interior? ¿Religión y vida, para qué?


Federico Reyes Heroles: es un escritor y comentarista político mexicano nacido en la Ciudad de México en el año 1955. Es profesor y miembro del patronato de la Universidad Nacional Autónoma de México, presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana y presidente del Consejo Directivo de Fundación Este País. Es autor de diferentes obras narrativas, como Ante los ojos de Desiré, o Noche tibia, colaborador del Diario Reforma y comentarista en programas de radio y televisión mexicanos, como Entre tres.

Notas:
Fuente: http://www.reforma.com/

27 dic 2007

La filosofía hoy

La Sociedad Mexicana de Filosofía convoca a la elaboración de Ponencias para el V Congreso Regional “Filosofía hoy”, a realizarse el 26 y 27 de marzo del 2008, en la ciudad de Durango, Dgo.

1. La temática es:

ETICA
ESTETICA
ANTROPOLOGIA
GNOSEOLOGIA
ONTOLOGIA

2. La recepción de resúmenes (en Word y de un máximo de media página) queda abierta a partir de la publicación de la presente y se cerrará el día 26 de febrero de 2008. Adicionalmente deberá enviarse el currículo vital. La lista completa de trabajos aceptados se hará pública el 28 de febrero de 2008.


3. Durante el Congreso, cada ponente dispondrá de un máximo de 15 minutos para la exposición de su trabajo. Para la publicación dispondrá hasta de un máximo de 20 cuartillas a 12 puntos en Times New Roman, a espacio y medio.

4. El material de exposición (presentación de Power Point, diapositivas, etc.) del que harán uso, deberá mandarse junto con la ponencia a la fecha de cierre de la misma. (si es que utilizarán algún tipo de material).

5. Se publicarán las memorias del Congreso en un CD, y además un libro con los textos recibidos.
Responsable y contacto:
COMITÉ ORGANIZADOR

Cristian Villanueva cristian.villanueva@cfe.gob.mx
E. Ignacio Ruiz Coronado. sielaruiz@yahoo.com
Jorge M. Moreno Varela jmoreno@familia.cc

AFILIADA A LA FEDERACION INTERNACIONAL DE SOCIEDADES DE FILOSOFIA DESDE 1957. AFILIADA A LA SOCIEDAD INTERNACIONAL DE FILOSOFIA DEL DERECHO Y FILOSOFIA SOCIAL EN 1969

17 dic 2007

Pro-vocación para los filósofos

En Spes salvi, la más reciente Encíclica de Beneticto XVI, se encuentra este pasaje sobre los filósofos. Aún sin atender directamente al contexto de tal documento, el mensaje tiene fuerza, tambén para nuestro tiempo. Me parece no una censura sino una pro-vocación. Jorge L. Navarro.


En los antiguos sarcófagos se interpreta la figura de Cristo mediante dos imágenes: la del filósofo y la del pastor. En general por filosofía no se entendía entonces una difícil disciplina académica, como ocurre hoy. El filósofo era más bien el que sabía enseñar el arte esencial: el arte de ser hombre de manera recta, el arte de vivir y morir. Ciertamente, ya desde hacia tiempo los hombres se habían percatado que gran parte de los que se presentaban como maestros de vida, no eran más que charlatanes que con sus palabras querían ganar dinero, mientras que no tenían nada que decir sobre la verdadera vida. Esto hacía que se buscase con más ahínco aún al auténtico filósofo. Benedicto XVI. Spes salvi. n. 6

Para leer la encíclica completa, da click aquí.

Un filósofo lee la Encíclica sobre la esperanza

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Rodrigo Guerra López analiza «Spe salvi»

QUERÉTARO, domingo, 9 diciembre 2007 (ZENIT.org-El Observador).- La encíclica Spe salvi «desafía a la vida personal, a la razón y aún a la actividad política», opina el filósofo mexicano Rodrigo Guerra López. A propósito de la publicación de la segunda encíclica del actual Sumo Pontífice, Zenit-El Observador ha entrevistado al doctor por la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein Guerra López. Además de miembro de la Academia Pontificia para la Vida, el filósofo es especialista en el pensamiento de Karol Wojtyla; investigador de la Universidad Católica en Querétaro (UNIVA) y director del proyecto «Centro para la Investigación Social Avanzada» en México.

--¿Cuál es el contexto intelectual en el que se enmarca la aparición de la encíclica Spe salvi?


--Rodrigo Guerra López: La nueva encíclica es un mensaje que rebasa por mucho la vida intelectual. Sin embargo, aparece en un contexto en que el pensamiento, en varias de sus rutas más recientes, se encuentra sumergido en un gran desencanto. Las promesas de la modernidad racionalista no sólo no se han cumplido sino se han vuelto en contra del propio ser humano. Por otra parte, el irracionalismo postmoderno intenta seducir la conciencia desde una aparente disidencia y ruptura radical, pero tampoco logra responder a las inquietudes constitutivas del corazón humano real. En esta encrucijada Spe salvi es un valiente anuncio sobre la posibilidad de un nuevo inicio para nuestra libertad, y desde ella, para nuestra razón.

--¿Qué significa «un nuevo inicio» para la razón?

--Rodrigo Guerra López. Significa que cada persona puede recomenzar siempre a través de sus decisiones vitales e intelectuales. La modernidad ilustrada ha manifestado su agotamiento. La postmodernidad, con todo y su énfasis anti-racionalista, recae por vías insólitas en las deficiencias que pretendía combatir. Muchos postmodernos son tardomodernos vergonzantes. Sólo la razón que se deja interpelar por la radical novedad e imprevisibilidad del acontecimiento cristiano puede evitar sofocarse, puede encontrar razones para no claudicar en su misión, para recomenzar en su itinerario y experimentar así verdadera esperanza, es decir, certeza sobre una Presencia que nos abraza y nos excede de manera continua, «performativamente», cambiando la vida, como dice el Papa.

--¿Es posible encontrar algunas ideas esenciales en la encíclica "Spe salvi" que sean significativas para los filósofos y para los políticos?


--Rodrigo Guerra López: Hay dos ideas fuerza en materia de filosofía y política, que me parecen como ejes que cruzan toda la encíclica, y que aparecen además de manera explícita en ciertos momentos. La primera idea consiste en afirmar que «la victoria de la razón sobre la irracionalidad es también un objetivo de la fe cristiana». Esta intuición profundiza en el mensaje esencial de la encíclica Fides et Ratio, escrita por Juan Pablo II.

La razón cuando reflexiona, analiza y argumenta poniendo entre paréntesis la fe cristiana aparenta «secularidad», aparenta «rigor» y «respeto por la autonomía de la ciencia». Sin embargo, vive en el fondo mintiéndose, cerrándose a reconocer el factor fundamental de constitución de lo real. El Papa enseña: «la razón necesita de la fe para llegar a ser totalmente ella misma». La fe no pervierte ni contamina a la razón sino que le ofrece un soporte para proceder con mayor «racionalidad» que antes.


La segunda idea consiste en mirar con atención que la encíclica insiste en que «nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado». Más aún, «si hubiera estructuras que establecieran de manera definitiva una determinada --buena-- condición del mundo, se negaría la libertad del hombre, y por eso, a fin de cuentas, en modo alguno serían estructuras buenas».
Dicho de otro modo: las estructuras buenas son importantes pero no bastan. El Reino que afirma Jesús es un don, no un proyecto estratégico de acción organizada. Esto significa que el poder no salva sino que requiere ser salvado a través de la radicalidad en el amor, en el perdón, en la reconciliación. «Jesús no era Espartaco», dice Benedicto XVI. Jesús y el Reino son irreductibles a cualquier proyecto organizativo por bien intencionado que sea. Sólo salvaguardando la irreductibilidad de Jesús, la dimensión social del cristianismo puede eventualmente desplegarse y colaborar a construir un mundo más humano.

--La modernidad parece haber fracasado pero no somos cabalmente concientes de lo que significa esto. ¿Qué nos dice la Spe salvi sobre esta inconciencia?


--Rodrigo Guerra López: El Papa nos dice que «es necesaria una autocrítica de la edad moderna en diálogo con el cristianismo y con su concepción de esperanza«. La crítica, entonces, debe ser desde la modernidad misma, que descubriendo sus límites y deseos constitutivos, puede llegar a advertir que es racional y razonable tener esperanza en Cristo antes que en los hombres del poder.


Así mismo, Benedicto XVI señala que es también necesaria «una autocrítica del cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces». Esto, me parece, es una fuerte llamada de atención a todos aquellos que privilegiamos algún modelo, algún estilo, algún carisma particular, por encima del evangelio y de la Iglesia integralmente considerada. No es el camino particular el que funge como criterio hermenéutico del evangelio y de la Iglesia, sino el evangelio y la Iglesia los que permiten interpretar adecuadamente el camino particular. Hay que volver a la raíz, volver a Jesús, y desde El, juzgar nuestra vida personal y comunitaria para corregir lo que haya que corregir, y así, recomenzar con alegría y esperanza auténticas.


--¿Qué riesgos tiene colocar nuestra esperanza en el poder?


--Rodrigo Guerra López: Los riesgos son múltiples. La vanidad y la autoreferencialidad del poder en la época moderna -tanto de las derechas como de las izquierdas- ha terminado sacrificando a los hombres y a las mujeres de nuestros pueblos. ¡Sobre todo a los más pobres, frágiles y excluidos! Esto es gravísimo. En ocasiones, la indignación ante estos escenarios ha generado reacciones violentas. En otras, la impotencia ante el abuso, provoca pasividad y desánimo.


El Papa Benedicto XVI nos señala a este respecto que la esperanza cristiana es la que precisamente «nos da el valor para ponernos de la parte del bien aun cuando parece que ya no hay esperanza». La injusticia, el dolor y la muerte siempre existirán en este mundo en algún grado, pero no tendrán la última palabra al final de la historia.


--¿La encíclica Spe salvi está destinada a ser un documento principalmente de estudio intelectual o es una invitación para la vida del hombre real?


--Rodrigo Guerra López: El estudio de la encíclica seguramente será provechoso para enriquecer la vida real. El Papa Benedicto XVI nos ofrece en este documento importantes indicaciones de orden existencial que nos recuerdan que el cristianismo no es una propuesta abstracta sino una Persona que se hace encuentro interpelando de modo concreto nuestra historia.


Hay algunos parágrafos particularmente bellos a este respecto. Me refiero en particular al momento en que señala que cuando uno experimenta un gran amor en la vida, se trata de un momento de «redención» (Cf. n.26). ¡Nada más verdadero que esto! Sin embargo, el corazón humano, si explora su estructura más profunda, desea no un amor finito sino un amor absoluto e incondicionado como el que sólo un Dios personal puede dar.


Es verdad que sólo quien ha sido tocado por el amor intuye lo que es propiamente vivir y esperar (Cf. n. 27). Por ello, la vida en su verdadero sentido sólo puede ser relación con Aquel que nos ha amado primero de modo incondicional, enseñándonos entonces a ser radicales en la responsabilidad por el otro, en el perdón al otro, en el sacrificio a favor del otro. Ser testigos de una relación así, de una amistad así, funda el camino educativo que permite reproponer vitalmente la alegría y la esperanza de la fe cristiana. Cualquier otra vía que eluda este «método» culmina en moralismo, es decir, termina legitimando la apacible e insolidaria vida burguesa.

© Innovative Media, Inc.

12 dic 2007

Conversación en México con Mauricio Beuchot

Entrevistamos a Mauricio Beuchot Puente, sacerdote dominico, filósofo e historiador, que se ha distinguido por sus trabajos historiográficos en el área de la filosofía y la teología novohispanas (1). Nos recibe en su despacho del Instituto de Investigaciones Filológicas, en el estupendo campus de la Universidad Nacional Autónoma de México…

Los edificios azules del Circuito cultural Mario de la Cueva constituyen una unidad singular, flanqueada por ríos de lava cristalizada, esculturas de condición abstracta y una vegetación abundante, que está todavía fresca por las lluvias, que este año de 2006 se han prolongado más de lo acostumbrado. En su despacho, una mesa de trabajo, la computadora y muchos libros.

Familia y primeros estudios


P. Cuéntenos, para empezar, algo de sus raíces…

R. Mi familia paterna, de origen francés, procede de Louisiana. Allí, en Saintmartinville, cerca Baton Rouge, la capital del estado, se asentaron los míos. Mi padre, que había nacido de en el seno de una de esas familias, pero en unas tierras que tenían en Honduras británica, trabajaba en EE.UU. y se trasladó a México a hacer una auditoria a la acería de Peñoles, que entonces era propiedad de los norteamericanos. Durante la auditoria conoció a mi madre, que trabajaba en una papelería y librería, a donde continuamente iba acomprar un borrador, una pluma… hasta que se quedó y se casaron.

Nací en la ciudad de Torreón, en el estado de Coahuila, México, el 4 de marzo de 1950. Hemos sido siete hermanos (seis varones y una mujer). Yo soy el mayor, y tenía que cargar con todos mis hermanos como si fuera un pelotón. Hacíamos muchas travesuras, y yo, como el mayor, tenía que cargar con toda la responsabilidad.

P. ¿Qué recuerda de la apacible vida familiar de esos años?

R. Mi padre, que era contador, tenía como afición o hobby la filatelia. Yo trataba de imitarlo y tenía también mi pequeño álbum, donde guardaba las estampillas y timbres que venían defectuosos, o que le sobraban. Creo que con él aprendí a clasificar, a ordenar, en definitiva a investigar. Recuerdo que todas las noches, un rato, me sentaba junto a su sillón (yo era muy pequeño), y escuchábamos el radio: él captaba en onda corta estaciones de Es- tados Unidos, en inglés, y yo oía ese idioma que no era el mío, pero era el suyo, una lengua extraña, no el español, de mi madre. Le gustaba la música clásica, una música extraña para mí, distinta de la música popular mexicana que se escuchaba en aquel entonces. Muy afable, mi padre consentía que estuviera yo junto a él, junto a su sofá, ordenando timbres y estampillas en nuestros álbumes filatélicos (por supuesto que sólo el suyo era de verdad).

P. ¿Dónde aprendió las primeras letras?

R. En el colegio de los jesuitas, de mi ciudad natal, la Escuela primaria «Carlos Pereyra». Llevaba el nombre de ese gran historiador mexicano, de mi estado de Coahuila. Allí me gustó la historia, que leía con mucho gusto y aprendía con la buena memoria que entonces tenía. Los jesuitas en aquel entonces fomentaban mucho la competencia entre los alumnos, y competía con los demás de mi curso para aprender de memoria los trozos principales de la historia patria.

P. ¿Cómo fue que se pasó al colegio de los redentoristas?

R. Después de los estudios primarios, en 1961 ingresé al Seminario San Alfonso María de Ligorio, de los padres redentoristas, en la ciudad de San Luis Potosí. Yo había sido monaguillo y tenía una cierta inquietud por ser sacerdote, pero no distinguía bien entonces entre ser diocesano o religioso. Los redentoristas tenían un colegio seminario con un nivel muy bueno de enseñanza. El noviciado estaba en un lugar en el campo, de nombre Tlalpizahua. A mí me pareció muy ameno, por ese contacto con el campo.

P. Así que, buscando concretar su vocación, probó primero con los redentoristas…

R. En efecto. Con los redentoristas estudié lo que corresponde a la secundaria y a la preparatoria, de 1961 a 1967, con vistas a entrar en el noviciado. Recibí una enseñanza humanística de gran calidad, de las humanidades en sentido clásico, sobre todo centrada en la historia y la literatura. Recuerdo que era una enseñanza muy buena la que ahí se impartía. El profesor de literatura, Padre Macario Barrón, había sido discípulo de Amado Alonso, creo que en la Universidad de Granada. Yo estoy muy agradecido a esa congregación.

P. Y llegó a la edad en que los adolescentes devoran los libros y escriben poesía…

R. También me llegó ese momento. Comencé con un gran interés por la literatura, tanto narrativa como poética. Después de unos pocos intentos en el cuento, entré de lleno a la poesía. Había realizado en el mencionado seminario redentorista estudios de lenguas, literatura e historia. Mucho latín y bastante griego. Se llevaban seis años de latín y tres de griego, a partir del cuarto año y hasta le sexto. Disfruté mucho la literatura clásica. Las fábulas de Esopo, las cartas de Cicerón, su De amicitia, el Somnus Scipionis, y varios de sus afamados discursos. El De bello gallico y el De bello civili, de Julio César. También me familiaricé con Virgilio, Catulo y Horacio. Tomé contacto con la preceptiva literaria, tanto retórica como poética. Igualmente con la literatura castellana y mexicana. Leíamos bastante de los escritores del Siglo de Oro. Me interesaban especialmente los barrocos, entre ellos, Góngora y Quevedo, sobre todo este último. De los modernos, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre y Pedro Salinas. Diariamente escribía poemas por esos años.

P. Poco deporte, por lo que veo…

R. No, no. Afortunadamente el deporte era obligatorio, y eso me ayudó a encontrar esparcimiento, y no clavarme sólo en los libros. También se promovían mucho las excursiones a la sierra, donde hacíamos caminatas muy largas.

P. En esos años todavía no estaba bien determinada su vocación…

R. Lo ha dicho usted muy bien. Al terminar las humanidades comencé mi noviciado con los redentoristas. Pasado ese año, entré en el bienio filosófico. Al concluirlo, mis formadores, que eran religiosos muy rectos y de gran corazón, y sólo buscaban el bien de mi alma y mi felicidad, me comunicaron que les parecía que mi vocación no encajaba con ellos. Me dijeron que ellos eran misioneros y que, como me gustaba tanto el estudio, no me veían en tierras de misión. Que me lo pensase bien; que quizá lo mío podía ser jesuita o dominico.

P. ¿Y qué hizo entonces? ¿Quizá mucho desconcierto?

R. Alguna perplejidad ciertamente. Sin embargo, no perdí la paz. Empecé a darme cuenta de que las diversas familias religiosas tienen diferentes funciones, lo que ahora llamamos el carisma de cada una. Había distintos carismas, y yo tenía que buscar el que constituía mi vocación más específica. Así que llegué a sentirme mejor de ánimo, porque si elegía bien podría rendir más con mi trabajo. Aunque ya conocía a los jesuitas de la primaria, que había cursado en un colegio de la Compañía, hice un año de escolasticazo con ellos, para probar, siendo todavía redentorista. Después, me dispuse a entrar en contacto con los dominicos. Había tenido ya alguna relación con dos frailes dominicos. Todavía recuerdo que me recibió un padre belga de nombre Rafael Gerard. Entre tanto, y para no retrasarme en mi formación, trasladé mis estudios al ISEE (que tenía su sede en el Seminario diocesano), mientras tomaba una decisión. Finalmente comprendí que lo mío era entrar en la Orden de Predicadores, tan amante del estudio. Hice entonces un año de noviciado con ellos, durante el curso 1971/72 y continúe después con los tres de Teología, otra vez en el ISEE.

La especialización filosófica y la ordenación sacerdotal

P. Es posible que ya por esos años se iniciase su gusto por la filosofía…

R. Mi encuentro con la filosofía fue tempranero, apenas adolescente. Cuando estaba con los redentoristas, un primo mío redentorista fue becado para estudiar en Lovaina. Había oído la palabra «filosofía», pero sólo entonces me llamó la atención. Ese mismo primo me decía que era el más alto saber humano y eso me motivó. Con quince años comencé a leer la Introducción a la filosofía de del jesuita Julio Dávila. Su texto fue mi primera lectura de este género. Leí también los ligeros cursos de José Rafael Faría Bermúdez, tomista colombiano; Las grandes corrientes de la filosofía, de Miguel Bueno, que sería compañero muchos años después en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Leí así mismo la Filosofía elemental de Jaime Balmes y las Corrientes actuales de la filosofía, de Enzo Paci; la Historia de la filosofía griega (la breve, no la larga) de Hunter Guthrie y varios de los Diálogos de Platón. Me enteré de algunas partes de la Enciclopedia filosófica de Georg W. F. Hegel. Igualmente accedí a varias obras de Sigmund Freud en la muy discutible editorial Iztaccíhuatl. Leí la Lógica de las ciencias de Francisco Larroyo y Miguel Ángel Cevallos, y la Historia de la filosofía de Wilhelm Dilthey. Poco a poco se iba consolidando mi afición por los temas filosóficos, si bien mis lecturas no obedecían propiamente a un plan orgánico ni me distraían de las demás actividades, que eran las fundamentales en esos años. Con todo, mis formadores atisbaron ya, como he dicho antes, que mi camino no iba por la vida pastoral misionera, que podría ser más feliz por otros derroteros y, sobre todo, que en ellos podría ser más útil a la Iglesia.

P. Esta afición no aminoró, sino todo lo contrario, en los años de búsqueda de su verdadera vocación religiosa…

R. Es cierto. Mientras buscaba mi lugar canónico, por así decir, y para no retrasarme en los estudios, me matriculé algún tiempo en el Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos, que tiene su sede en el Seminario Conciliar de México. El ISEE cuenta con una magnífica biblioteca, que ahora lleva el nombre de Héctor Rogel, en honor de su creador. Me gustó mucho el Santo Tomás de Frederick Copleston y, aprovechando que sabía latín, leí a San Agustín, Santo Tomás y San Buenaventura; y, como tenía fresco el griego, estudié a los presocráticos en la edición de Diels-Kranz, y devoré a Aristóteles. También pude leer las obras de Martin Heidegger sobre la poesía, en traducciones de Samuel Ramos y Juan David García Bacca. No obstante, prefería a Platón, y la línea platónica o neoplatónica, por ejemplo, a Plotino, a San Agustín, San Buenaventura y Raimundo Lulio. Tras un tiempo de gran entusiasmo por Duns Escoto –tuve la Summa de sus obras hecha por Jerónimo de Montefortino–, me incliné por Aristóteles y Santo Tomás. Como seguía con la poesía, me interesé también en la estética. Estudiaba los textos que nos daban en el ISEE: el Curso de filosofía tomista, de la editorial Herder (del cual eran autores Roger Verneaux, Paul-Bernat Grenet, Michel Grison, Jean-Marie Aubert y René Simon), la historias de la filosofía de Frederick Copleston y Guillermo Fraile. También a Jacques Maritain y a Étienne Gilson.

P. Su afán por la filosofía se consolidó al ingresar en la Orden de los Predicadores.

R. Cuando en 1971 me pasé de los redentoristas a los dominicos, me interesé aún más en la línea dominicana, como San Alberto, Santo Tomás y Eckhart. La poesía dejó notoriamente lugar a la mística, y la filosofía se hizo muy metafísica para mí. Siempre estuvo la escolástica, orientada a la teología a través de la metafísica. En mis estudios teológicos se notaba esa presencia de la mística junto a la escolástica (Meister Eckhart, Sor Isabel de la Trinidad, Réginald Garrigou-Lagrange).

P. Y en éstas tuvo lugar su salto a Europa.

R. En 1973 fui a Friburgo de Suiza, a profundizar mis estudios de filosofía, aunque por cuestiones de salud tuve que regresar a México en 1974. En aquella Universidad Católica, encomendada originalmente a los dominicos en un cantón suizo de habla francesa, me inicié en la filosofía analítica, con Joseph M. Bochenski (2) y Guido Küng. Allí estudié a Aristóteles y Santo Tomás con Marie-Dominique Philippe y Joseph Lorite, filosofía medieval con Louis Bertrand Geiger, autor de un tratado memorable sobre la relación en Santo Tomás, y con Rüdi Imbach, que ahora está en París y entonces era muy joven. Ya nuevamente en México, proseguí la teología (en el mismo ISEE) e hice estudios de filosofía en la UNAM. En la UNAM tuve grandes maestros: Adolfo Sánchez Vázquez, Eduardo Nicol, Mario Bunge, Jaime Labastida, José Antonio Robles, Hugo Padilla. Pero allí estuve como alumno sólo dos años, porque encontré la manera de revalidar mis estudios (me refiero a los estudios realizados en el studium generale de los dominicos) en el Instituto Superior Autónomo de Occidente, después Universidad del Valle de Atemajac, en Guadalajara, dependiente de la diócesis, y en ese Instituto saqué la licenciatura con una tesis sobre la Estructura y función de la metafísica de Aristóteles. Con ello pude entrar al postgrado (maestría y doctorado) en la Universidad Iberoamericana.

P. En este momento vino la ordenación sacerdotal.

R. Fui ordenado el 3 de abril de 1976. Como preparación para la ordenación, hice un retiro con unas benedictinas de Cuernavaca, junto a la capital, que me sirvió muchísimo y me hizo darme cuenta reposadamente de la gran ilusión que tenía. Todavía voy cuando puedo a ese monasterio de benedictinas, y parece que recupero esa ilusión aun hoy. Me ordenó Monseñor Lomelí, obispo auxiliar que vivía en el Seminario Conciliar de México.
La Iberoamericana y primeros pasos en la UNAM

P. Con el sacerdocio recién estrenado, se reincoporó a la docencia e investigación.

R. Después de mi ordenación como sacerdote dominico, reanudé mi docencia, esta vez en el ISEE, de 1976 a 1979, y en la Universidad Iberoamericana, primero en la licenciatura, de 1976 a 1978, y, desde ese último año, en el postgrado, hasta 1988. En la Iberoamericana hice mis primeras grandes amistades del mundo académico mexicano: el P. Dr. José Rubén Sanabria, que conocía del ISEE, Miguel Mansur, Jaime Ruiz de Santiago, Miguel Ángel Zarco, Medardo Plasencia y tantos otros. Todos ellos me ayudaron. Organizábamos seminarios de discusión, donde lo pasábamos muy bien y aprendíamos mucho. Elegíamos un autor y leíamos lo más que podíamos de él ese semestre y discutíamos sus ideas. De ese modo fuimos un grupo de amigos muy unidos y a la vez un grupo de ardua discusión filosófica.

P. Pero había que acabar los grados académicos…

R. Es verdad. En 1978 obtuve en la Ibero la maestría, con una tesis sobre la Análisis semiótico de la metafísica, dirigida por el Dr. Jorge A. Serrano, y en 1980 obtuve el doctorado con la tesis El problema de los universales, que dirigió el Prof. Fernando Sodi Pallares. La última, la de doctorado, fue publicada como libro en la UNAM, en 1982. Como puede apreciar, desde el primer momento hice una opción intelectual, que no abandonaría ya más y que ha resultado fecunda, gracias a Dios. Desde el tomismo el salto a la filosofía analítica.

P. Y enseguida, el paso a la Universidad Nacional Autónoma de México…

R. Mientras tanto, sin dejar la Iberoamericana, comencé a enseñar en el postgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Corría el año 1979. En ese postgrado de la UNAM enseñé primero filosofía medieval. Reconstruía, si así se puede hablar, la filosofía medieval a partir de la filosofía analítica. Expresaba con lógica matemática la lógica de los medievales. Era una historia de la filosofía en registro analítico. Llamó la atención mi familiaridad con la filosofía analítica, que yo comenzaba a cultivar tanto de la mano de Santo Tomás, como de mis maestros suizos Bochenski y, sobre todo, de su discípulo Guido Küng. Por ello me llamaron, en ese mismo año de 1979, al Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM. Entré como investigador en Filosóficas, donde estuve hasta 1991, año en que me cambié al Instituto de Investigaciones Filológicas, que me ofreció la coordinación del Centro de Estudios Clásicos.

P. En esos años también se despertó su interés por la Filosofía colonial.

R. Debo esa línea de investigación al gran maestro Leopoldo Zea (3). Recuerdo que me dijo en cierta ocasión: «Haga algo por México. Usted es medievalista y nos puede rescatar toda la parte escolástica novohispana». Se lo agradecí mucho, y de este modo, además de ser filósofo medievalista y filósofo analítico, comencé a traducir y a estudiar los filósofos novohispanos. El Dr. Enrique Villanueva, que ese momento era director de Filosóficas, se interesó también en este legado escolástico, y me permitió tener dos proyectos de investigación simultáneos: uno de carácter analítico y otro sobre los filósofos escolásticos novohispanos.
Interés por la Metafísica

P. Sin embargo, nunca abandonó la metafísica.

R. En 1967, con diecisiete años, oí a uno de mis profesores redentoristas, el padre español Enrique García Santamaría, que la metafísica era la disciplina que daba el conocimiento más perfecto y que era la más perfectiva del hombre y la más perfecta en sí misma. En 1968, cuando estudiaba filosofía en el ISEE del Seminario Conciliar de México, en espera de definir mi vocación, me di cuenta de que la búsqueda del sentido era la búsqueda del sentido del ser. La formulación de esto la encontré en el opúsculo de Martin Heidegger, traducido por Juan David García Bacca en 1944, titulado La esencia del fundamento, donde recoge la famosa frase de Leibniz: «¿Por qué el ser y no más bien la nada?». Era el sentido del todo. Fue un acto de universalización. Desde entonces me enamoré de la metafísica. La estudié en Aristóteles, en algunos manualistas tomistas como Régis Jolivet, Paul-Bernard Grenet, Johannes-Baptist Lotz y Ángel González Álvarez, y además leí a Martin Heidegger y a Nicolai Hartmann. Pero, ya en 1969, cayó en mis manos la proclama antimetafísica más tremenda del positivismo lógico. Además de todos los enemigos que la metafísica había tenido: empiristas, kantianos y tantos otros, ahora tenía a los positivistas lógicos y analíticos del lenguaje. Era el artículo de Rudolf Carnap: La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje, publicado por el Centro de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, después Instituto, en el que pasaría yo doce largos años (1979-1991). Me tranquilizó y me ayudó el artículo de Luis Villoro, después gran amigo mío en dicho Instituto, que llevaba por título: La crítica neopositivista de la metafísica, en la revista Diánoia de 1968. Entonces comprendí que no podía aceptar y cultivar la metafísica de modo acrítico, sino tomando en cuenta a sus atacantes, por lo menos a los más serios. Por ese entonces me lo parecieron los positivistas y analíticos. Por ello empecé a interesarme por la filosofía analítica, desde mi filosofía tomista, como ya le he dicho.

P. Nunca abandonó el tomismo.

R. Es cierto. De 1970 a 1973 seguí profundizando en el tomismo, aunque leía a Ludwig Wittgenstein, a Bertrand Russell, a Alfred Jules Ayer y a Peter Geach. Durante el curso 1973-1974, en Friburgo, pude estudiar lógica matemática con un asistente de Bochenski, estadounidense-polaco, apellidado Novack, y filosofía analítica con el suizo Guido Küng, que ya he citado. Estuve poco tiempo en Suiza, por cuestiones de salud, pero esa estancia me sirvió para encaminarme a una ulterior profundización de esos temas. Allí capté que el problema más importante, no sólo lógico, sino también metafísico, había sido y era el de los universales. Bochenski había tratado de modo nuevo ese asunto a fines de los 50, en una visita a la Universidad de Notre Dame, en Indiana, en polémica con Alonzo Church (platónico) y Nelson Goodman (nominalista). Bajo su dirección, Guido Küng había elaborado una tesis doctoral sobre ese problema y la había publicado en alemán (4) y en inglés, ésta última edición ampliada (5). En ese momento comprendí que la filosofía analítica podía ser compatible con la metafísica, a pesar de los derroteros que había tomado la lógica desde los tiempos de Carnap (6). Es más, me había percatado ya de que la filosofía analítica se había vuelto contra la metafísica, como lo hacía ver Gabriel Ferrater Mora en su obra Cambio de marcha en filosofía (7).

P. Así, pues, de regreso a México continuó con la lógica matemática.

R. De regreso en México, estudié dos años (1974-1976) en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en estrecho contacto con la Iberoamericana. Hice un par de años de filosofía, aunque no terminé en la UNAM, sino que me pasé a la Iberoamericana, porque allí me dieron trabajo, cuando era director del Departamento de Filosofía el Mtro. Miguel Mansur. En Revista de Filosofía, de la Ibero, del año 1975, publiqué un trabajo sobre Rudolf Carnap y su crítica a la metafísica. Uno de los mayores promotores de la ontología era, por aquellos años, Willard van Orman Quine. Apoyándome en él trabajé los universales, y publiqué un artículo en Teoría, revista de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en ese mismo año de 1975, invitado por mi amigo Adolfo García de la Sierra, quien era becario de José Antonio Robles y adjunto de Mario Bunge. Estos dos profesores también cultivaban la metafísica dentro de la analítica; el primero, en el preciso tema de los universales y el segundo, desde la filosofía de la ciencia. Ambos me animaron a esa aventura metafísica («compañero de la aventura metafísica», me llamaba Bunge en la dedicatoria que me escribió en un ejemplar de su obra Causalidad). Asesorado por el propio Bunge, escribí un artículo sobre su metafísica científica, que vio la luz en la Revista de Filosofía de la Ibero, en 1977.

Siguieron otros artículos sobre los universales, a propósito de Ludwig Wittgenstein, John Langshaw Austin, Meter Frederick Strawson, Gustav Bergmann, pero también sobre la filosofía de la religión en esa corriente. Igualmente sobre el conocimiento, y especialmente sobre la cada vez más pujante metafísica en ese estilo de filosofar. De 1979 a 1983 publiqué artículos comparando los principales temas de la metafísica en el tomismo y en la filosofía analítica. Así surgieron dos libros: Filosofía analítica, filosofía tomista y metafísica (8) yLógica y ontología (9). Otra serie de artículos, de talante analítico, cuajó en el libro Conocimiento, causalidad y metafísica (10).

P. Se hallaba usted en la vertiente de la lógica matemática.

R. En efecto. Dado que una fuente de crítica a la metafísica era el positivismo lógico o filosofía analítica de cierto momento, y dado que se resaltaba mucho el análisis lingüístico, me polaricé hacia la lógica matemática y la filosofía del lenguaje, sobre todo de corte analítico. Así estudié en 1978 el problema de la metáfora y del lenguaje poético y, en 1979, presenté, en el Congreso Nacional de Filosofía, algo sobre la semiótica del lenguaje en primera persona. Mientras tanto había trabajado en una elaboración sistemática de algunos temas de semiótica, y pude dar a las prensas mi tratado Elementos de semiótica (11), que fueron muy bien acogidos por el público especializado.

P. ¿Qué conclusiones había alcanzado por entonces?

R. Que, en cuanto a la metafísica, el problema era semántico: cómo asegurar el sentido a sus enunciados y su referencia mediante algún tipo de verificación. Pero pasó el verificacionismo de Carnap, y llegó el falsacionismo y demarcacionismo de Karl Popper. Entonces el enemigo fue el conductismo de Burrhus Frederic Skinner, que daba una explicación del lenguaje muy cerrada. Por ello le opuse una psicología mentalista, intencionalista, que aceptaba entidades mentales. Me opuse a Quine, el extensionalista y conductista, y fui a los intencionalistas como Chisholm, Searle, etc. Pero también me di cuenta de que hacía falta recuperar la tradición escolástica (no sólo medieval, sino post-medieval) de la filosofía del lenguaje. De esta forma estudié algunos puntos de filosofía del lenguaje en los medievales, que desembocaron en el libro La filosofía del lenguaje en la Edad Media 12. Seguí escribiendo artículos de índole histórica, que fueron reunidos en Aspectos históricos de la semiótica y la filosofía del lenguaje (13).
Traducciones y recuperación del legado medieval y renacentista

P. Filosofía analítica y metafísica, y también edición de textos.

R. Como ya le he comentado, trabajaba la metafísica escolástica, que ponía en diálogo con la analítica. En 1970 había comenzado a estudiar la Metafísica de Aristóteles; y, desde 1972, algunos de sus comentaristas escolásticos, como San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Reuní esos trabajos, junto con un panorama del desarrollo de la metafísica en la filosofía analítica, en el libro Estructura y función de la metafísica (14). En 1981 salió otro libro El problema de los universales, al que había dedicado mucho esfuerzo desde hacía tiempo (15).
P. También ha trabajado originales casi desconocidos, rescatándolos del olvido…
R. En efecto. En 1973 había conseguido el texto del comentario a la Metafísica de Aristóteles hecho por Francisco de Araújo, dominico español de los siglos XVI-XVII, que enseñó en Salamanca. Lo fui estudiando poco a poco, y pude publicar cuatro monografías entre 1987 y 1994 (16). Araújo me parece importante, porque hace una excelente síntesis de las doctrinas tomistas y porque es, por así decir, el defensor de Cayetano frente a Suárez, que ya empezaba, por la misma época, a ser el escolarca de la Compañía de Jesús.

P. Fue también el período de las traducciones y de los estudios sobre la filosofía novohispana.

R. Tiene razón. Así traduje del latín los Tractatus o Súmulas de Pedro Hispano y gran parte del Ars Logica de Juan de Santo Tomás. Igualmente los Comentarios lucidísimos a las Súmulas de Pedro Hispano de Tomás de Mercado, y su Tratado de los predicamentos. De Fray Alonso de la Vera Cruz, el Libro de las falacias y el Tratado de los tópicos dialécticos. Publiqué tres libros, con Walter Redmond: La lógica mexicana en el siglo de oro (17),Pensamiento y realidad en Alonso de la Vera Cruz (18) yLa teoría de la argumentación en el México colonial (19). Y otro libro con Jorge Iñiguez, titulado El pensamiento filo- sófico de Tomás de Mercado: lógica y economía (20). Con Walter Redmond, que fue contratado por Enrique Villanueva, formé un equipo magnífico. Redmond, que era ya un gran lógico, se había interesado por los lógicos novohispanos de la mano del argentino Ignacio Angelelii, entonces profesor en la Universidad de Austin, en Texas.

P. Imagino que, además de los libros y publicaciones, fueron años de nuevas amistades…

R. Fueron años estupendos y de mucho trabajo, pero también de grandes amistades. En el Instituto de Investigaciones Filosóficas conocí y traté a varios buenos filósofos analíticos, como Luis Villoro, Alejandro Rossi, Fernando Salmerón, Hugo Margáin, Enrique Villanueva, José Antonio Robles, Raúl Quesada, Carlos Ulises Moulines, Mark Platts, Raúl Orayen, Javier Esquivel, León Olivé, Alejandro Tomasini, Guillermo Hurtado. El principal trabajo que teníamos, además, por supuesto, del proyecto de investigación de cada quién, era el seminario de los miércoles. En ese seminario de los miércoles cada uno exponía un trabajo, principalmente sobre la investigación que realizaba; había un replicante especial, y todos participaban en la discusión. Duraba dos horas, la primera hora se dedicaba a la lectura del trabajo por parte del investigador en turno y a la primera discusión que hacía el replicante; en la segunda hora todos los asistentes participábamos en la discusión, que a veces era muy acalorada. Lo más curioso es que, si el replicante no destruía casi todas las tesis del texto, parecía que no había trabajado bien; y entonces todos la emprendíamos contra todas las tesis del texto. Como se ve, eran discusiones al estilo de la filosofía analítica, con mucha garra, pero también me recordaban las disputas escolásticas, porque, hay que decirlo, se llevaban con mucha lógica y teoría de la argumentación.

P. Se ha referido usted al tomismo como la estructura fundamental de su pensamiento. ¿En qué medida puede decirse esto?

R. Mi pensamiento es tomista. Un tomismo que procura actualizarse, renovarse, ser dinámico. En diálogo con diversas doctrinas contemporáneas. Desde él trato de estructurarme la realidad. El Aquinate me ayuda, sobre todo con sus principios y sus ideas maestras, a articular mi pensamiento. Me da la categorización de lo real. ¿Anacronismo? ¿Nostalgia del pasado? No lo creo. No me interesa rescatar la parte caduca, la más vinculada al tiempo en que se dio, como la «ciencia» de aquel momento: ni natural ni social. Pero sí me interesa recoger y potenciar muchos conceptos y principios que pueden revitalizar incluso esas ciencias. En especial la metafísica, claro que al trasluz de las discusiones recientes, como las de la filosofía analítica y después las de la postmodernidad. Lo mismo la lógica. Donde veo más riqueza es en la ética tomista, que aún tiene mucho que decir, sobre todo en su aplicación a lo económico, político y social. A ello quiere responder una monografía que publiqué hace quince años, titulada La filosofía social de Santo Tomás (21).

P. No parece que Santo Tomás de Aquino esté muy de moda en México…

R. Tiene razón. Era necesario poner al alcance de muchos los textos del Aquinate. En esta línea de servicio está la antología de Tratados de Santo Tomás (22), que se ha vendido bien y que ha contribuido a famliarizar a los lectores curiosos con algunos pasajes básicos de Aquino. También era necesaria una introducción a la filosofía de Santo Tomás. Había ya algunas muy buenas, como la de Frederick Copleston, Cornelio Fabro, Raúl Echauri, James Weisheipl y otras; pero quise hacer algo nuevo. Esto fue la Iniciación a la filosofía de Santo Tomás de Aquino, que tuvo dos ediciones en la UNAM (en el Instituto de Investigaciones Filológicas, en 1992) y otra de la Escuela Nacional Preparatoria (en 1994), esta última indicando que podía servir para los estudiantes de bachillerato, que eran los más necesitados de esta guía para introducirse en el tomismo. Además, los estudiantes podían apoyarse en Ensayos marginales sobre Aristóteles (23).

Semiótica y hermenéutica

P. A esto ha respondido su dedicación a la semiótica, el estudio del signo en general, que ahora ha tenido tanta difusión. ¿Cómo se ha dado esta trayectoria?

R. Muy relacionada con la lógica y, todavía más, con la filosofía del lenguaje, se encuentra la semiótica. Aunque en algunos momentos se ha tratado en la lógica o en la filosofía del lenguaje, la semiótica es más amplia y engloba a las dos. Ella trata del signo en general, y ellas versan sobre sistemas determinados de signos.

P. Díganos muy brevemente qué es la semiótica.

R. Es la disciplina que estudia el signo en general; no solamente el signo lingüístico, sino toda clase de signos (semáforos, banderas, flores, símbolos culturales...). Al lado de la semiología de Saussure, y casi contemporáneamente, Peirce fundó la semiótica. Uno de los que más la han desarrollado, Charles Morris, la divide en sintaxis, semántica y pragmática. La primera estudia las relaciones de los signos entre sí (la coherencia); la segunda, las relaciones de los signos con los objetos (la correspondencia); y la tercera, las relaciones de los signos con los usuarios (el uso).
P. Bueno, ya nos hemos enterado, más o menos. ¿Qué hizo usted en este campo?
R. A esa inquietud responden mis Elementos de semiótica, que ya he citado antes. Alli reuní las lecciones que dicté en la Iberoamericana en la asignatura «Semiótica y filosofía del lenguaje», de 1977 a 1979. Tuvo reedición en la Universidad Veracruzana, Xalapa, 1993. Fue uno de los primeros textos, en México, en tratar a Charles S. Peirce (24), destacando su importancia y dedicándole un amplio capítulo. También fue uno de los primeros textos en ofrecer un capítulo sobre la semiótica tomista, siguiendo la guía de Juan de Santo Tomás. Volví a tratar sobre Juan de Santo Tomás (Juan Poinsot), en relación con Domingo de Soto y Francisco Araújo, en Significado y discurso. La filosofía del lenguaje en algunos filósofos escolásticos post-medievales (25). Otros temas de semiótica, en concreto sobre el lituano Algirdas Julius Greimas, se trabajaron en Signo y lenguaje en la filosofía medieval (26).

P. Pero, también, otro campo al que ha dedicado sus esfuerzos es la hermenéutica, en la que ha realizado una aportación que cada vez se va reconociendo más, a saber, la hermenéutica analógica. ¿Cómo sucedió esto?

R. Se coloca en la línea de mi diálogo con el pensamiento contemporáneo desde el tomismo. De hecho, como indica su nombre, una hermenéutica analógica está inspirada en Santo Tomás, que fue el gran defensor de la analogía, hasta el punto de ser el campeón del pensamiento analógico (no en el sentido que se emplea hoy en la tecnología electrónica). Claro que la noción de analogía es muy antigua y viene desde los presocráticos, concretamente de los pitagóricos, que la veían como proporción matemática. Estos la aplicaron a la filosofía, como buscando un ideal de proporción, armonía y orden. De ellos pasó a Platón, que la aplicó en sus mitos, todos tan poéticos. De él la recibió Aristóteles, que le dio un andamiaje teórico formidable. Se transmitió a la Edad Media, en que tuvo su gran defensor en Santo Tomás, y fue combatida por los franciscanos como Juan Duns Escoto y Guillermo de Ockham. En el renacimiento, el Cardenal Cayetano le dio cierta formalidad. Atravesó el barroco, decayó en la modernidad, sobre todo en la Ilustración y durante el reinado del positivismo, pero fue recuperada por los románticos y ha llegado hasta la actualidad. En tiempos recientes ha encontrado un resurgimiento muy importante. Por eso me pareció que era necesario incorporar la noción de analogía, tan rica, a la hermenéutica. Esta última es, por así decir, el instrumento conceptual de la posmodernidad. Pero han proliferado posturas sumamente equivocistas, es decir, relativistas, subjetivistas, escépticas y nihilistas. Tampoco se trata de volver al univocismo de los positivismos o cientificismos. Por eso era conveniente una postura analogista en hermenéutica, esto es, una hermenéutica analógica, que rescatara del caos del irracionalismo sin imponer un orden rígido racionalista. Y eso es lo que nos brinda la idea del pensamiento analógico, que, como se ve, tiene una gran tradición, desde la más remota antigüedad, y llega hasta ahora. En esta línea, mi Tratado de hermenéutica analógica, hacia un nuevo modelo de interpretación (27). Tengo un libro sobre la hermenéutica en la Edad Media, de 2003, y otro de más reciente En el camino de la hermenéutica analógica (28).

El futuro

P. Tratando de hacer una reflexión valorativa acerca de sus trabajos y de su trayectoria, ¿cómo ve ahora su caminar? ¿Qué ha alcanzado en él?
R. Me he cuestionado acerca de lo que he hecho y de lo que pienso que podría hacer en mi labor filosófica. ¿Qué he hecho hasta ahora como filósofo? Ningún descubrimiento aparatoso, tal vez alguno mediano, como el de presentar y defender tesis tomistas mediante instrumental nuevo. Y, sobre todo, más que propuestas novedosas, he hecho trabajos de síntesis, de comprensión, como cuadra a alguien que aprende algo y ha estado tratando de entender a un autor o clarificando un problema. Me he planteado, creo que valientemente, algunos problemas fundamentales, y he tratado de responderlos desde mi tradición tomista, pero tomando en cuenta las dificultades que le oponen otras corrientes nuevas, singularmente la filosofía analítica y la hermenéutica. He tratado inclusive de integrar coherentemente cosas de una y otra al tomismo. He hecho muchos trabajos históricos y expositivos; pero no he dejado la sistematicidad, sobre todo en los trabajos en que he abordado, según dije, problemas capitales. Por otra parte, siempre he tratado de defender la filosofía tomista, y quizá es allí donde he podido aportar algo, ya que en el límite en el que se liman exageraciones de los otros e insuficiencias propias es donde suele encontrarse algo nuevo, de una manera dialógica y hasta dialéctica. Ciertamente he contrastado el tomismo con algunas de las principales escuelas o modos de pensamiento actuales (existencialismo, estructuralismo, marxismo, analítica y postmodernidad). Pero, de manera para mí más importante, he buscado desde el tomismo responder a problemas actuales o perennes que vuelven a plantearse, haciendo caso de las dificultades que ponen los contemporáneos o aprovechando sus herramientas conceptuales. Tal vez en este cotejo y en este intento de revitalizar el tomismo (enfrentándolo con escuelas –aunque defendiéndolo siempre– y con problemas actuales) resida lo más «novedoso» de mi labor. Pero dentro del propio tomismo no he producido ninguna teoría nueva, sino que le he integrado teorías nuevas, de la filosofía contemporánea, en la medida en que puede incorporarlas de manera congruente y sin caer en el sincretismo.

He expuesto, defendido y a veces criticado teorías o tesis tomistas. En cuanto a lo criticable, o bien dejo lo que es obsoleto o erróneo, o bien simplemente trato de contextualizarlo en su momento histórico, para hacer ver por qué no tiene vigencia ahora. Y siempre trato de fomentar y potenciar lo rescatable, que es mucho. He trabajado sobre todo filosofía del lenguaje, lógica, metafísica, y un poco de antropología filosófica y de filosofía moral y social. En todos esos ámbitos he hecho trabajo de historiador. Pero también labor sistemática. Principalmente en el caso de la lógica y la metafísica, mi trabajo ha sido expositivo y tirando a la defensa del tomismo. Así pues, ha sido preponderantemente histórico, más que descubridor, pero no ha renunciado a ser sistemático. En algunos casos he dado valor ancilar a la historia de la filosofía, para aclarar un problema; en otros, la he cultivado como interés exclusivo. En todo caso, ha predominado el trabajo histórico, pero de una historia reflexiva, argumentativa, que trata de aprender lecciones y de valorar los argumentos para responder a los problemas. Y en ese sentido también es una postura aporética, claro que buscando además ser sistemática, con la mesura y el equilibrio que en ello tuvieron Aristóteles y Tomás de Aquino.

P. ¿Qué considera lo más sistemático de su producción?

R. Podría decir que lo que me parece más sistemático y propositivo es la hermenéutica analógica. Ahora tiene mucha presencia, en la llamada tardomodernidad o posmodernidad. Pero está tensionada hacia la equivocidad del relativismo. No se trata de recuperar el cientificismo univocista de la modernidad, por eso fue necesario acudir a la analogía que está entre las dos, pero no es algo simplista, sino que tiene toda una tradición en la historia del pensamiento, lo cual es su mejor garantía de que es algo serio y consistente. Ahora comienza a dar algunos frutos, y espero que siga sirviendo al pensamiento actual.

* * *
Nos despedimos. En México ha caído la noche… Más allá del remanso de paz de la UNAM, el tráfico, la vida y el bullicio de Insurgentes y Universidad.

Napoleón Conde Gaxiola Escuela de Pedagogía Universidad Intercontinental México, D.F. napoleón_conde@yahoo.com.mx
Napoleón Conde Gaxiola*
*Doctor en Filosofía, profesor en la Escuela de Pedagogía de la Universidad Intercontinental, de México, D.F.

Notas:

1. Nació en Torreón, México, el 4 de marzo de 1950. Se ordenó sacerdote dominico el 3 de abril de 1976. Se doctoró en la Universidad iberoamericana, el 29 de febrero de 1980. Obtuvo el Premio UNAM en investigación en Humanidades en 2000. Magister in Sacra Teología por la Orden de Predicadores en 2006. 2. Joseph Maria Bochenski nació en Czuszów (Polonia), en 1902. Estudió en la Universidad de Poznan (antes Posen), en Polonia. Entró la Orden de Predicadores en 1927. Se doctoró en Filosofía la Universidad de Friburgo en Suiza, en 1931, con una tesis titulada Die Lehre vom Ding an sich bei Straszewski (1848-1921). Estudió teología en la Universidad Pontifícia de Santo Tomás de Roma, doctorándose en 1934. En Roma enseñó Lógica hasta 1949. Después de la Guerra Mundial, en 1945, se estableció en Suiza, enseñando Historia de la Filosofía del siglo XX, en la Universidad de Friburgo. Entre 1964 y 1966 fue designado rector de la Universidad. Publicó una importantísima Historia de la lógica formal, traducida al español en 1967. Falleció en Friburgo en 1995. 3. Leopoldo Zea nació en 1912 en la Ciudad de México. En 1943 obtuvo la maestría en la UNAM con una trabajo titulado El positivismo en México; el doctorado en 1944, con el tema Apogeo y decadencia del positivismo en México. En 1947 fundó en la Facultad de Filosofía de la UNAM el Seminario sobre Historia de las Ideas de América. De 1959 a 1961 dirigió la revista Historia de las Ideas en América. En 1965 publicó El pensamiento latinoamericano, y en 1983 Filosofía de lo americano. Falleció en la Ciudad de México en 1984. 4.Ontologie und logistische Analyse der Sprache. Eine Untersuchung zur zeitgenössischen Universaliendiskussion, Springer Verlag, Wien 1963. 5.Ontology and the logistic analysis of language. An enquiry into the contemporary views on universals, Reidel, Dordrecht 1967. 6. Rudolf Carnap nació en Wuppertal (Alemania) en 1891. Fue miembro del Círculo de Viena y uno de los representantes más característicos del positivismo lógico. En 1930 abandonó la Universidad de Viena y pasó a la Universidad de Praga. En 1936, huyendo de la presión nazi, pasó a los Estados Unidos, trabajando sobre todo en las Universidades de Chicago, Princeton y Los Angeles. Ya en América se caracterizó por ser uno de los representantes más conspicuos del empirismo lógico. Falleció en Santa Mónica (California), en 1970. 7. Alianza Editorial, Madrid 1974. 8. Ediciones de la Universidad Iberoamericana, México 1983. 9. Ediciones de la Universidad de Guadalajara, Guadalajara 1986. 10. Ediciones de la Universidad Veracruzana, Xalapa 1987. 11.UNAM, México 1979. 12.UNAM, México 1981. 13.UNAM, México 1987. 14. CEOP, México 1980. 15.UNAM, México 1981. 16. Publiqué Metafísica. La ontología aristotélico-tomista de Francisco de Araújo, UNAM, México 1987; Metafísica y persona en la filosofía de Santo Tomás, Publicaciones de la Universidad de Querétaro, Querétaro 1991; La esencia y la existencia en la Edad Media y su influjo en la filosofía analítica, UNAM, México 1992; y Metafísica, lógica y lenguaje en la filosofía medieval, Publicaciones y Promociones Universitarias, Barcelona 1994. 17.UNAM, México 1985. 18.UNAM, México 1987. 19.UNAM, México 1995. 20.UNAM, México 1990. 21. Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1987. 22. SEP, México 1986. 23.UNAM, México 1985. 24. Charles Sanders Peirce nació en Cambridge (Massachussets), en 1839, y allí falleció en 1914. Se graduó en la Química en la Universidad de Harvard, dedicándose a la geodesia y astronomía. De 1879 a 1884 fue profesor de Lógica, a tiempo parcial, en la Universidad Johns Hopkins. Publicó muy poco en vida. Su obra más conocida es Studies in Logia, que data de 1883. Dejó manuscritos cerca de cien mil folios. Se le considera fundador del pragmatismo. 25.México 1988. 26. 1993. 27. UNAM, México 1997, que ha tenido ya dos ediciones. 28. Editorial San Esteban, Salamanca 2005.

10 dic 2007

Francisco de Vittoria y la justicia

La célebre Escuela de Salamanca, de filosofía y teología, tuvo en el siglo XVI a Francisco de Vitoria como el gran maestro e iniciador. Nació en Burgos en 1492. Allí ingresó a la orden dominica y estudió gramática y filosofía. Terminó los estudios filosóficos en París y realizó los de teología; obtuvo el doctorado en 1522. Enseñó en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, y luego ganó la cátedra de prima de teología en Salamanca, en 1526. Desde ese año hasta su muerte, en 1546, se dedicó a la enseñanza, con la que llenó de brillo esa universidad. Solamente interrumpieron su docencia actividades irrenunciables, como el asistir a las Juntas de Valladolid (1527), donde se trató el caso de Erasmo de Rotterdam. Más que con sus escritos, ya que no publicó nada en vida, influyó con su enseñanza en la cátedra. Así renovó la filosofía y la teología, y fue uno de los mejores pensadores de su siglo. A través de sus numerosos y connotados alumnos, entre los cuales estuvieron Domingo de Soto, Melchor Cano y Alonso de la Veracruz (este último enseñó en México), sus teorías quedaron plasmadas en la problemática de América y en las Leyes de Indias.

En 1557 se publicaron en Lyon, por el editor Charles Boyer, las Relecciones de Vitoria, esto es, los apuntes de sus lecciones solemnes, que ya circulaban manuscritas entre los estudiantes. En el siglo XX se publicaron sus Lecturas o comentarios al Cuarto Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, y a toda la Suma de teología de Santo Tomás. De entre sus Relecciones, han tenido merecida fama "De la potestad de la Iglesia", "De la potestad civil", "De las Indias, I" y "De las Indias, II, o "Del derecho de guerra".

En París estuvo trece o catorce años, en un momento crucial en el que en esa universidad, que era la más importante, reinaban tres tendencias, a saber: el nominalismo, el humanismo renacentista y el tomismo, que empezaba a luchar por su restauración y renovación. Los maestros nominalistas habían sido grandes cultivadores de la lógica y muy dados al empirismo; de ahí venía una revolución en la física, que culminaría con Galileo y la ciencia moderna. Fueron, asimismo, los que influyeron en los filósofos de la modernidad, como Descartes, Leibniz y Locke. Los humanistas se levantaban contra los abusos de los nominalistas, ya decadentes en ese momento, y pugnaban por un estudio directo de Aristóteles, Platón y la cultura grecorromana, además de un cultivo del buen estilo latino. Y el tomismo, que padecía una decadencia parecida a la de los nominalistas, empezó a beneficiarse de las aportaciones de unos y otros. Fue Vitoria precisamente uno de los que ayudaron a realizar esa confluencia. Por ejemplo, de sus profesores nominalistas supo recoger las ideas de los derechos subjetivos, de la potestad o autoridad como otorgada a los gobernantes por Dios, pero a través del pueblo, con lo que el pueblo podía quitársela en casos de tiranía o mal uso. De los humanistas supo recoger los nuevos instrumentos filológicos y un latín más cuidadoso y pulido.

Vitoria se distinguió por preferir los problemas candentes y de actualidad en su momento, los cuales afrontó con valentía y honestidad. Tal fue el caso de la problemática de las Indias. De hecho, su maestro John Mair, escocés que enseñaba en París, fue el primero en hacer una reflexión sobre la licitud de la Conquista, cosa que publicó en su comentario de las Sentencias, editado en 1510. Vitoria abordó esa temática en 1539, en sus dos Relecciones sobre las Indias, ambas de ese año.

Fue constante su preocupación por la justicia. De hecho, dejó entre sus obras un tratado De las leyes, muy conectado con otro que se hacía usualmente, De la justicia y del derecho, y que solía ser un comentario a la parte de la Suma de Santo Tomás en la que se abordaban estos temas. En su obra sobre las leyes, Vitoria recalca el cometido que tienen de guiar al ser humano a la consecución del bien común y de la justicia.

En su Relección titulada De la potestad civil, enseña —hay que repetirlo— que el poder o la autoridad son conferidas al gobernante por Dios, pero a través del pueblo, con lo cual es el pueblo el que directamente le concede dicha autoridad, y puede quitársela cuando hace un mal uso de ella. También habla allí de que las naciones cristianas deberían tener una instancia jurídica común, lo cual le ha valido ser considerado como uno de los iniciadores de la idea de una comunidad de naciones y, por ello, como uno de los pilares del derecho internacional. Insiste en que las leyes también obligan a los legisladores y a los mismos monarcas, de modo que nadie puede estar exento de ellas ni manipularlas; con ello, pugna por un estado de derecho. Y sobre la desobediencia civil, en caso de un mandamiento injusto, dice que sólo puede ser válida cuando no acarree un mal mayor sobre la sociedad.

Las dos Relecciones de Indias abordan el problema de América. La Relección I sienta los principios generales de la solución vitoriana, y la II se centra en el problema de la licitud de la guerra hecha a los indios. Aunque con algunas vacilaciones y tropiezos, dada la dificultad del problema, Vitoria examina los títulos ilegítimos y los títulos legítimos. Descarta las ideas tradicionales de que el Emperador era el señor del mundo y de que el Papa tenía potestad temporal sobre los reinos de la tierra. Rechaza la incapacidad de los indios para gobernarse (su "amencia"), diciendo que es increíble, y solamente justifica la guerra en aras de la predicación del Evangelio. Para ello utiliza dos principios que ahora forman parte de los derechos humanos: el derecho a comunicar libremente las ideas, y el derecho a viajar y a asentarse dondequiera, aunque con la salvedad de no lesionar el bien común del país en cuestión.

Tales son los rasgos principales, reducidos a su mínima expresión, de la doctrina eticopolítica de Francisco de Vitoria, sobre todo en lo tocante a la justicia. La justicia fue su mayor preocupación, dado que solamente en ella se cumple el bien común de la sociedad, que es la causa final por la que se han congregado en ella los individuos y la única que puede dar sentido a la convivencia política.

Mauricio Beuchot

6 dic 2007

Leopoldo Zea

(Advertencia: es un artículo antiguo, sin embargo vale la pena leerlo.)

Acabamos de perder a uno de los pilares de la filosofía mexicana: Leopoldo Zea. Fallecido el día 8 de junio, a los 92 años de edad, era el decano de los filósofos en México. Él mismo se destacó por haber luchado constantemente por el reconocimiento de la filosofía mexicana y de la filosofía latinoamericana. Pero, tal vez lo más importante, no para enfrentarse simplemente a la filosofía europea, sino para que ésta no desconociera las otras formas de filosofar que se dan en ámbitos diferentes. Ésa fue la conciencia que Zea nos dejó.

Nacido en la ciudad de México, en 1912, estudió —un poco tardíamente— la carrera de filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y tuvo como principal maestro y mentor a José Gaos, el célebre profesor español, que, a causa de la Guerra Civil Española, vino en 1940 a estas tierras y fue de los que impulsaron y mejoraron la enseñanza de la filosofía. El propio Gaos, al que le gustaba calificarse de "transterrado", tuvo un gran aprecio por México, y promovió el que se estudiara la historia de la filosofía de nuestro país, y aun participó en las discusiones que se tenían acerca de si era posible una filosofía mexicana. Esas discusiones eran sostenidas por miembros del grupo "Hiperión", al que pertenecía el propio Zea, junto con otros filósofos como Emilio Uranga, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Joaquín Sánchez MacGregor y otros.

Gaos orientó a Zea para que estudiara la filosofía mexicana, como lo hizo en su célebre trabajo El positivismo en México (1943); pero fue más allá, y, además de seguir trabajando aspectos de la historia del pensamiento mexicano, como el positivismo y el liberalismo (Apogeo y decadencia del positivismo en México, 1944; Esquema para una historia de las ideas en Iberoamérica, 1956; El pensamiento latinoamericano, 1965; Filosofía y cultura latinoamericanas, 1976; Simón Bolívar, integración en la libertad, 1980; América Latina en sus ideas, 1986), abordó la reflexión acerca de la posibilidad de una filosofía mexicana y latinoamericana, su naturaleza, etc., en libros como América como conciencia (1953), América Latina y el mundo (1965), La filosofía americana como filosofía sin más (1969), Dependencia y liberación en la cultura latinoamericana (1974), Dialéctica de la conciencia americana (1976), Latinoamérica en la encrucijada de la historia (1981), Discurso de la marginación y la barbarie (1988). Son sólo unos pocos de sus textos que nos pueden servir como ejemplos.

En las clases de Zea aprendimos, en primer lugar, que una filosofía mexicana y latinoamericana era posible y válida, porque abordaba principalmente los problemas propios de América Latina, distintos de los de Europa (la dependencia, la negación, la falta de identidad, etc.), y, en segundo lugar, que la filosofía mexicana o latinoamericana era tan valiosa como la europea, y que podía tener el mismo nivel, a pesar de la diversidad de los ambientes. Algo que nos enseñó, y que a mí me hizo pensar mucho, es que se pueden adoptar métodos o modos de pensamiento provenientes de Europa (fenomenología, existencialismo, análisis, hermenéutica, etc.) y usarlos para pensar nuestros problemas; con esa aplicación a lo nuestro se dará algo tan diferente y peculiar, que podremos llamarlo filosofía mexicana o latinoamericana. Ya no sería algo puramente europeo, pero tenía que existir esa intencionalidad de producir pensamiento para México o América Latina.

Creo que eso nos marcó profundamente, y nos abrió la posibilidad de soltarnos a pensar, a filosofar por cuenta propia. Nos dio el ánimo de centrarnos en nuestros propios problemas, y tratar de responderlos desde una cierta generalidad (que en eso consiste, en el fondo, la filosofía), y a echar mano de los métodos o instrumentos conceptuales propios o ajenos, que el resultado, ya que es hecho por filósofos mexicanos y latinoamericanos, será una filosofía latinoamericana, sin más. Zea nos dio la capacidad de una filosofía nuestra, que vaya más allá de la repetición vacía y de la adaptación folclórica, al igual que más allá de una actitud resentida con el pensamiento europeo y, por lo mismo, estéril. En ese sentido fue un gran maestro, que enseñó a filosofar. Y merece nuestra gratitud y reconocimiento. Esa filosofía nuestra va surgiendo y avanzando poco a poco. Estoy seguro de que ella es el mejor tributo y homenaje que podemos rendir a la ímproba labor de nuestro recordado maestro, el cual señaló y sentó sus condiciones de posibilidad.

Mauricio Beuchot

5 dic 2007

Miss filosofía

4 dic 2007

Algunas definiciones en torno al tiempo

I

El tiempo y su relación con el movimiento: Aristóteles.

Referiremos brevemente la definición de tiempo en Aristóteles. La noción de tiempo se hace expresa en la Física[1], en el libro IV de la página 264 a la 288. Aristóteles trata de responder si habrá que ubicar al tiempo dentro de lo que es o de lo que no es, y estudiar después cual es su naturaleza. Para ello menciona que es una tarea difícil, pues el tiempo esta compuesto de lo que ya no es, el pasado, y de lo que aun no es, el futuro, y parece difícil que lo que no tenga ser, se halle en parte en el ser. Por lo tanto, si ha de existir algo divisible en partes, será necesario que sus partes existan también.

Aunque en el tiempo ya vimos se puede dividir en partes, una de sus partes no es y otra no ha sido. A lo que añade que el todo [el tiempo] esta constituido de partes, pero no parece que el tiempo este constituido de horas que se añadan infinitamente. Aristóteles menciona; Algunos dicen que el tiempo es el movimiento, y parte de aquí para hacer toda su demostración. Aclara, sólo hay movimiento o cambio en la cosa que esta cambiando, pero el tiempo esta presente por igual en todas las cosas, además todo cambio es más lento o más rápido, pero lento y rápido son categorías de tiempo, por lo que descarta la posibilidad de que el tiempo sea movimiento. Pero asume que sin movimiento no hay tiempo. Luego, es evidente que el tiempo no es un movimiento, pero no hay tiempo sin movimiento, percibimos el tiempo junto al movimiento. Por lo que el tiempo es algo perteneciente al movimiento. Luego añade; pero como lo que está en movimiento se mueve desde algo hacia algo, y toda magnitud es continua, el movimiento sigue a la magnitud. Porque, por ser continua la magnitud es continuo el movimiento, y el tiempo es continúo por ser continuo el movimiento.

También añade refiriéndose al tiempo; cuando percibimos el ahora como unidad…entonces no parece que halla transcurrido algún tiempo, ya que no ha habido ningún movimiento. Pero cuando percibimos un antes y un después, entonces hablamos de tiempo. Porque el tiempo es justamente esto: número del movimiento según el antes y después. Por lo que podemos afirmar que el tiempo no es movimiento, sino en cuanto este movimiento tiene número y por número podemos entender no sólo lo numerado y numerable, sino también aquello mediante lo cual numeramos. Y pues bien, el tiempo es lo numerado y el movimiento aquello por lo cual numeramos.

II

El tiempo y la historia como eterno retorno: Nietzsche.

Nietzsche como ateo no podía aceptar la visión lineal de la historia, ya que esta visión lineal de los sucesos de la historia, es la aportación más importante que el cristianismo podía dar a la ciencia histórica. Por ello, Nietzsche adopta una vieja visión del tiempo, visión que se remonta a la época clásica, la consideración de la temporalidad como un eterno ciclo que se repite a sí mismo, es una manifestación de origen griego, los griegos creían que el tiempo se encontraba henchido en un eterno circulo, en el cual los sucesos se repetían sujetos a un fatum o destino ya predicho.

El problema del acontecer histórico en Nietzsche es el problema del sentido de la realidad, es también la pugna entre lo Apolíneo y lo Dionisiaco, entre la naturaleza humana y la norma impuesta. La visión lineal de la historia demanda un Génesis y un Apocalipsis, exige que toda la realidad en su devenir este dirigida a un punto final el cual entrega sentido a todo suceso acontecido, pues qué motivo tendrían las cosas para ser de ésta forma y no otra, si al final de los tiempos no se les exigiese cuentas y se les develase el sentido al cual estuvieron encaminadas. Si se plantea la historia de manera lineal es necesario que se introduzca el problema del Absoluto, será necesario admitir en la historia el orden divino y lo definitivo, es decir someter el espíritu Dionisiaco ante el opresor espíritu Apolíneo.

Para Nietzsche toda la realidad se encuentra tirada por dos principios, el Apolíneo y el Dionisiaco. Para él, ambos principios convergían de manera armónica durante el momento clásico de la Grecia antigua, la desvinculación entre ambos principios coincide con la decadencia de la tragedia griega que comienza con Euripides y termina con Sócrates, ambas consideraciones se encuentran asociadas a dioses de la mitología, lo Apolíneo representa al dios Apolo quien es la manifestación del poder, la norma o la “forma”. Es el principio de orden y estructuración, se iguala con la noción de verdad y sobre todo de moral. Contrario al espíritu Dionisiaco, que es representación del dios Dionisos, el cual era una deidad campesina asociada al vino, éste representa el éxtasis vital, representa al hombre, ese hombre que vive apegado a la tierra, a la mundaneidad del mundo, no es el principio moral o normativo, sino el principio de la vida.

La visión lineal de la historia es someter este ímpetu de la vida misma, éste apego del hombre terrenal por la norma moral, norma que no le pertenece al hombre, sino que le es impuesta de manera exotérica, que se le manifiesta como la revelación del sentido. La teoría del eterno retorno anula el problema del sentido histórico. Para Nietzsche la historia no es fuente de sentido, para él la libertad humana no es inherente a la historia. Por ello, el tiempo y la historia se manifiesta en un circulo, lo mismo que ocurre hoy ocurrirá mañana, y aunque pueda objetarse que Nietzsche limita la libertad al someter al hombre en ésta dinámica circular, cabe enfatizar nuevamente, que para él la libertad no se halla determinada por la historia, ni es inherente a ella, el hombre puede desprenderse de esa necesidad que le reclama la historia. Sólo el hombre sujeto a lo dionisiaco es capaz de asumir el absurdo de la historia, la eterna repetición de los sucesos, sólo él es capaz de cargar sobre su espalda el fatum que lo condiciona, sólo él puede ver que la realidad no tiene orden, es ella un caos.

III

El tiempo como modo de pensar la realidad: Kant.

Después de completar la demostración del espacio en la Estética trascendental Kant se dispone a demostrar que también el tiempo es una categoría a-priori, es decir que tanto tiempo como espacio son formas de la sensibilidad, formas bajo las cuales ordenamos todo contenido sensible que se hace patente ante nuestra conciencia, y que es una condición necesaria para hacer juicios en geometría que sean tanto sintéticos, así como también a-priori.

Esta labor la lleva a cabo bajo un análisis de cuatro puntos, con los que pretende demostrar el carácter lógico del tiempo, lo cual es llevado a cabo en lo que denomina la exposición metafísica del tiempo. Los cuatro puntos a los que se refiere Kant son los siguientes:

1.El tiempo no es un concepto empírico. No obtenemos el concepto tiempo de la experiencia, ni mucho menos por una actividad de abstracción. Observo que dos cosas ocurren, y que una le sucede a la otra. Pero yo no podría entender lo sucedido, o comprender la demostración si no tuviera ya cierta noción del tiempo. Aunque comúnmente hablamos de medir el tiempo, y por ello, expresamos frases como; falta poco tiempo para llegar a casa o falta mucho tiempo para recibir los regalos de navidad, no por eso llegamos a suponer que el tiempo es una realidad empírica, o que éste sea un proceso que caiga a nuestros sentidos, pues no existe ningún proceso de tiempo, sino más bien, todo proceso supone un tiempo, además que hay una variedad de procesos, pero no figura en ninguno de ellos el proceso del tiempo

2.El tiempo es una idea necesaria. Uno no puede imaginar un mundo que no este en el tiempo, un mundo donde nada suceda ni antes ni después, podemos pensar que nada sucede y que nada existe, pero no podemos imaginar que esto suceda y que exista sin tiempo.

3.el tiempo no es un concepto discursivo, sino una intuición a-priori. Podemos hablar de diferentes segmentos y periodos de tiempo, pero tales segmentos y periodos son partes de uno y el mismo tiempo, no sus constituyentes. El tiempo no está constituido por la suma de unidades temporales discretas, ya que sumar unidades de tiempo significaría que una unidad de tiempo sigue después de otra; pero en el concepto “sigue después” se presupone ya el tiempo[2]. Podemos pensar en distintas partículas de tiempo, o varios segmentos de tiempo, pero estos sólo tienen sentido en cuanto son partes o segmentos de un tiempo mayor, el tiempo no es la suma de todas sus partes, y si asumimos que estas unidades de tiempo pueden ser sumadas sucesivamente una después de otra es porque tenemos una noción del tiempo mayor a las de sus partes, noción a la que dice Kant es a-priori.


4.El tiempo no es un concepto sino una intuición. En un concepto se hallan contenidos una infinidad de seres, así en el concepto computadora, se hallan contenidas cientos de computadoras, éstas distintas en color, modelo, tamaño, potencia, pero todas englobadas en un concepto. Pero el tiempo no es un concepto, porque supondría que en él existen cientos de modos de ser del tiempo, pero todos sabemos que el tiempo es único. Cuando consideramos sólo un lapso de tiempo lo hacemos refiriéndonos a un tiempo esencial y global, el lapso de tiempo es sólo el límite a un tiempo mayor en el cual éste se halla contenido.

En la exposición trascendental del tiempo, Kant postula al espacio y tiempo como formas necesarias bajo las cuales ordenamos el contenido de la realidad. Esta exposición trascendental se basa en las condiciones de cambio, nada puede cambiar sin que se presuponga el tiempo, el cambio es que predicados contradictorios se prediquen de un mismo objeto, pero esta predicación contradictoria sólo podrá ser posible si se predica de manera sucesiva y no simultanea, es decir, en el tiempo, y sobre todo entendiendo a éste como forma a-priori de intuición. El tiempo por su parte, es necesario en la aritmética, para sumar, resta, o dividir, los números se construyen por la sucesión aditiva de unidades en el tiempo, por ser una intuición a-priori determina los juicios sintéticos a-priori con respecto a los números.

El tiempo tiene solamente una dirección, hacía el frente, y los diferentes puntos en el tiempo no pueden ser simultáneos, sino que han de seguir uno después de otro. La realidad tendrá que dárseme a conocer mediante percepción sensible, y la percepción sensible es una vivencia, esta vivencia se ordenara en la sucesión de las vivencias, en la enumeración, en el sucesivo 1,2 ,3 de los números, y por lo tanto, del tiempo. El tiempo es la forma de las vivencias internas y externas, mientras el espacio sólo de las externas. Todos los objetos sensibles, todas nuestras experiencias siempre estarán sujetas a leyes matemáticas a-priori, y esto es posible porque tiempo y espacio, base de las matemáticas, no son algo que conozcamos de la experiencia, sino que son formas de nuestra facultad de percibir las cosas. Kant acaba con el residuo de realismo aristotélico, para llegar a una concepción de ser y realidad, en la que las cosas no existan por sí mismas, sino que dependan del sujeto.

[1] Aristóteles; Física, Editorial Gredos, Madrid, 1995, 503 pp
[2] Hartnack, Justus; La Teoría del Conocimiento de Kant, Cátedra, Madrid, 2006, 165 pp.

Jorge Alejandro Espinosa.