29 nov 2007

Parábola filosófica

Vivían en la antigua ciudad de Afkar dos intelectuales. Casa uno rechazaba y menospreciaba el saber del otro. Porque uno de ellos negaba que los dioses existiesen, y el otro era creyente.
Un día se encontraron ambos en el mercado y, rodeados por su partidarios, empezarona a discutir acerca de la existencia de los dioses. Y, tras horas de acolarada disputa, se seprararon.
Aquella noche, el incrédulo fue al templo y se postró ante el altar, y pidió a los dioses que le perdonaran su antigua impiedad. A la misma hora, el otro erudito, que había defendido la existencia de los dioses, quemó sus libros sagrados, pues se había convertido en incrédulo.
Kahlil Gibran

27 nov 2007

Aviso

La Licenciatura en música de la Universidad de las Américas
con apoyo de las Licenciaturas en teatro y danza
presentan

La ópera
"El niño y los sortilegios"
de Maurice Ravel


Viernes 30 de noviembre 2007, 19 hrs.
Sábado 1 de diciembre 2007, 12 hrs.
Auditorio de la Udla
Costo: $50.00

19 nov 2007

Condillac: La Metáfora de la Estatua

Y también tuve miedo.
Miedo de las palabras que no cantan,
miedo de las imágenes que sobran
cuando tanto ser falta.
Roberto Juarroz “Poesía Vertical”

La mitología Griega se encuentra desarrollada en un ámbito de sensismo, donde los dioses padecen las mismas experiencias generadas en la sociedad. Los dioses son articulados con rasgos sobrenaturales que rebasan las potencias humanas pero al mismo tiempo son participes en el uso de las fuerzas naturales, las pasiones (a veces vulgares), las virtudes humanas. Esta visión teo-antropológica adhiere lo divino a objetos particulares, empíricos. Así, el desarrollo presocrático de la filosofía griega queda inmerso en relacionar aspectos inteligibles (principio vital) con objetos tangibles como fueron el aire (Anaxímenes 585 - 524 a. C.), en otros casos el fuego (Heráclito 544- 484 a. C.) y el agua (Tales de Mileto 639 ó 624 - 547/6 a. C.), teniendo su culmen con Demócrito (470/460 -370/360 a. C.), donde su modelo atomista de la realidad lo llevó hasta la conformación de una teoría gnoseológica dentro de sus tratados.

El mismo Demócrito nos muestra como La psyché (alma) del hombre estaría formada por átomos esféricos livianos, y el soma (cuerpo), por átomos más pesados. Las percepciones sensibles, tales como la audición o la visión, son explicables por la interacción entre los átomos de los efluvios que parten de la cosa percibida y los átomos del receptor (cualquier similitud con las teorías de la comunicación actuales es pura negligencia).

El empirismo gnoseológico ha transmutado a lo largo de la historia en diversas corrientes donde necesariamente debe señalarse su especial auge en el empirismo inglés (Bacón 1561-1626, Locke 1632-1704, Hume 1711-1776), en los cuales ya podemos observar la equivalencia entre nociones como idea-imagen-sensación. Esta concepción se transmite de forma fiduciaria a la ilustración francesa donde en muchas ocasiones la carencia de método filosófico es patente, condición del entorno político en que se desarrolla esta coyuntura.

Uno de sus principales exponentes fue Esteban Bonnot Abad de Condillac (1715-1780), su Ensayo Sobre el Origen del Conocimiento Humano es un intento de reducir las dos fuentes de conocimiento de Locke (la percepción y la reflexión), a una sola, que sería la sensación (un solo principio al igual que los griegos).

Condillac se propone deducir rigurosamente de un solo principio –es decir, de la primera percepción sensible- la generación de todas las facultades y operaciones del alma…descubrir la idea que debe ser el germen de todas las demás…Todo se deriva de la primera experiencia sensible pasiva ocasionada por la acción de los objetos…Las ideas (y el entendimiento) no son más que sensaciones transformadas . (1)

Así, dentro de su tratado de las sensaciones podemos ser testigos de su estilo pedagógico (que tal vez fue la ocasión para sus escasos resultado con el infante don Fernando) con su famosa metáfora de la estatua. Este curioso ensayo sale del mecanicismo con que realiza su análisis que a decir de algunos cae en la sequedad, deduciendo de lo anterior que se realizó con fines didácticos pero que ha sido motivo de crítica por la ingenuidad metódica con que llega a sus conclusiones.

El primer paso realizado por el Abad en su metáfora es presentar los supuestos necesarios para el vital experimento ante lo cual nos previene: “es muy importante colocarse exactamente en el lugar de la estatua que vamos a observar. Es preciso comenzar a existir con ella, no tener más de un solo sentido cuando ella solo tiene uno, no contraer sino los hábitos que ella contrae; en una palabra, es preciso ser solo lo que ella es. La estatua juzgará las cosas como nosotros solo cuando tenga todos nuestros sentidos y toda nuestra experiencia, y nosotros juzgaremos con ella solo cuando supongamos que estamos privados de todo lo que le falta…”.

Es indudable la influencia metodológica de Newton en este tipo de análisis característico de las ciencias físicas. Con variables de posición, tiempo, velocidad, intentaba establecer los supuestos para un acercamiento noético al ser humano, y con este mismo afán continúa: “imaginamos una estatua organizada interiormente como nosotros y animada por un espíritu privado de toda clase de ideas. Supusimos, además, que el interior de mármol no le permitiría el uso de ninguno de sus sentidos, y nos reservamos la libertad de despertarlos, según nos pluguiera, a las diferentes impresiones de que son susceptibles…”.

En la actualidad es común dentro de las ciencias particulares que versan sobre el hombre (llámese economía, sociología, comunicaciones) el uso de este tipo de supuestos para desarrollar teorías con un fundamento antropológico, no obstante en la Francia iluminista de 1700 resultaba novedoso este tipo de métodos, principalmente por el generalizado rechazo de todo lo que guardara relación con lo sobrenatural.

Ahora el siguiente paso para Condillac será demostrarnos como las ideas y entendimiento solo son una suma de sensaciones ya que están adheridos a las facultades, las cuales siempre parten de sensibles, así comienza por uno de los sentidos: “Creímos conveniente comenzar por el olfato, pues de todos los sentidos es el que parece contribuir menos al conocimiento del espíritu humano. Así, los conocimientos de nuestra estatua, limitada al sentido del olfato, sólo pueden extenderse a los olores. No puede concebir las ideas de extensión, de figura ni de nada que esté fuera de ella o fuera de sus sensaciones, ni tampoco las ideas de color, de sonido o de sabor”.

Mediante lo anterior se deduce que “limitada al sentido del olfato no puede conocer más que olores, la flor para ella es solo olor, la estatua no podría sospechar que existe algo a lo que se parezca, lo que llamamos materia”, por consiguiente se deduce “bastaría aumentar o reducir el numero de sentidos para que formuláramos juicios enteramente diferentes de los que hoy nos parecen tan naturales”.

Como ya hemos advertido, las nociones noéticas del Abad Condillac tienen como resultado una crítica a las concepciones antropológicas de corte metafísico, y obviamente el impulso de las corrientes materialistas en la Francia del siglo XVII, origen mediato del materialismo en el resto de Europa, así como también del desarrollo del método de las ciencias físicas vinculado a los estudios sobre el ser humano, principalmente al origen del conocimiento.

La importancia de esta metáfora puede ser nula por su valor metodológico para la filosofía en sí, pero al ser testimonio fiel de la evolución del empirismo en la Europa iluminista, es de gran trascendencia para la historia de la filosofía.

En este tenor, es necesario abstraer de la realidad actual esta antropología del mármol, que se distingue por el olvido del ser (humano) y sus notables consecuencias en sus múltiples dimensiones. La delimitación de las ciencias a un aspecto particular del estudio del ser humano (biológico, psíquico, físico) no conlleva la omisión del sustento ontológico, plataforma necesaria para la correcta edificación del conocimiento realista.

Cristian Villanueva
Fecha de publicación: Julio 09, 2007 por Revista Per Se

Notas:
1.- FRAILE, Guillermo, Historia de la Filosofía, Madrid, 1991, tomo 3.

18 nov 2007

Líneas generales en torno a la filosofía de Leibniz

Leibniz fue un científico y metafísico, nacido en Leipzig en el año de 1646 y murió en el año de 1716, su vida estuvo llena de ocupaciones y viajes, del mismo modo que de relaciones intelectuales, sin embargo pese a su muy ocupada vida siempre trató de mantener un espacio para dedicarse a sus meditaciones filosóficas. El pensamiento de Liebniz trata de ser un puente entre la philosophia perennis y la philosophia novi. Una especie de mediación y síntesis entre lo viejo y lo nuevo, entre la filosofía clásica y medieval con la nueva filosofía cientificista de la modernidad. Esta visión de Leibniz trata de considerar la filosofía antigua a la luz de los planteamientos de la nueva filosofía moderna. Para Leibniz la geometrización y matematización de la modernidad impide una visión general de la realidad, para ello, para completar ésta visión, hace falta de un conocimiento integral que pueda abarcar la totalidad, y no sólo se detenga en el espacio, el movimiento y la magnitud de los objetos.

Para Leibniz la filosofía mecanicista de Descartes, que sólo toma como objeto de su consideración la extensión y el movimiento, excluye de sí, todo intento de entender la realidad bajo la luz de una causa final, y trata de explicar todos los sucesos en su aspecto simplemente material y accidental. La filosofía otorga a esta visión manca de la realidad esa visión global faltante, la filosofía pretende ser un saber general que considere a su vez la causa final a la cual va dirigido todo acontecer, mientras que la ciencia se evocara tan sólo a la descripción de los hechos particulares.

Leibniz establece una rigurosa distinción entre el saber filosófico y el saber científico, ambos nos remiten a la naturaleza, pero cada uno de ellos considera aspectos distintos de ella. Mientras el saber filosófico indaga los principios universales y posee una visión finalista de la realidad, no ofrece un conocimiento especifico. Por su parte, el conocimiento científico, es conocimiento de la naturaleza en su aspecto mas evidente, más cognoscible, éste tipo de saber es cuantitativo y matematizable, no nos ofrece ni menciona los principios últimos de la realidad.

El error de Descartes al decir que la realidad externa al sujeto se hallaba constituida únicamente por la res extensa, y que por lo tanto se reducía a la extensión, el movimiento, la figura, y el número, es que todas estas son determinaciones extrínsecas de la realidad, son apariencias, la res extensa no explica todo el constitutivo de los objetos. Leibniz sostiene que existen elementos constitutivos de la realidad que se hallan por encima de la realidad físico-geométrica. Este elemento constitutivo es la Fuerza, para Leibniz el concepto de Fuerza precede al movimiento y a la extensión, y todo ello lo demuestra bajo formulas físicas, así de un error en la física cartesiana, Leibniz desprende todo un postulado filosófico y metafísico. Por lo que para él la Fuerza está más allá de la extensión y el movimiento.

De este descubrimiento de la Fuerza como fundamento, se desprende toda una tesis metafísica. Se deriva de ella el concepto de Mónada. Las mónadas son substancias, fuerzas primigenias, que dotan de sentido la realidad. La palabra mónada fue usada por un científico y filosofo renacentista; Giordano Bruno, y significa “unidad”, proviene del griego monaz. La realidad se encuentra constituida de centros de fuerzas, por substancias simples, que no poseen extensión, y por lo tanto, carecen de divisibilidad. Es decir, por mónadas, las cuales serán elementos constitutivos de todas las cosas. Para Leibniz todo es una mónada o un conjunto de mónadas, ella es a su vez, individual y única, no existen en la realidad monadas iguales en virtud a un principio, al que Leibniz llama principio de los indiscernibles. La mónada contiene en si la significación del universo, basta comprender la naturaleza de una mónada para comprender todo el universo. Las mónadas son pura actividad, están dotadas de percepción y de apetencia, corresponden a las actividades psíquicas del yo, la percepción consiste en tener lo múltiple en lo simple, mientras que la apetencia es la tendencia a pesar de una percepción a otra.

Entre las mónadas existen algunas que poseen apercepción y memoria, estas mónadas constituyen lo que son las almas, y pertenecen a un plano superior al de las mónadas materiales que carecen de apercepción y memoria. Existen algunas que además de apercibir y poseer memoria, tienen la capacidad de percibir las verdades racionales, a ellas corresponden el plano de las mónadas espirituales, las cuales se hallan en superioridad a las mónadas materiales y a las almas. Por último, existe una monada perfecta, la cual posee todas las facultades además de conocer el universo en su totalidad, ésta mónada es Dios. Por poner un ejemplo; supongamos que el universo es una habitación, y las mónadas son foquitos pegados a la pared de esa habitación, cada uno de los focos alumbra la habitación completa, y todos alumbran al mismo tiempo, así todos se alumbran unos a otros, del mismo modo la mónada es una revelación de la totalidad del universo desde su particularisima posición, pero entre los focos existen algunos que no se percatan [es imposible que un foco posea percepción, pero esto es un uso del termino que permite continuar con el ejemplo]de su luz ni de los demás focos a los que alumbran, esos son las mónadas materiales. Otros focos saben que están alumbrando y reconocen a los focos que alumbra, y además pueden recordarlos, poseen memoria, a estos corresponden las almas. Pero hay otros que además de esas cualidades, son capaces de formular argumentos de razón, a ellos corresponde el orden espiritual. En esto consiste la jerarquía de las mónadas.

Cuando Leibniz se refiere al espacio, menciona que éste no puede coincidir con la naturaleza de los cuerpos, para Leibniz el espacio no es una propiedad ontológica, no posee, por lo tanto, una consistencia real. El espacio es para Leibniz un fenómeno, es un modo en como se aparece ante nosotros la realidad, nace de la relación entre las cosas que nosotros captamos, el espacio vendría a ser un ens rationis, sin ser por sí mismo, sino las relaciones que percibimos entre las cosas que coexisten al mismo tiempo. Del mismo modo el tiempo tampoco es una realidad subsistente, es más bien un fenómeno, que surge de nuestra percepción de la consecución de las cosas, las cosas no sólo existe, sino además post-existen, es decir, se suceden.

La visión teológica de Leibniz ésta sustentada en un optimismo. En él se manifiesta el principio de razón suficiente, “nada existe sin que haya una razón suficiente para determinar el hecho, de que una cosa suceda de esta forma y no de otra”, toda la creación caerá bajo éste principio, Dios por lo tanto se encontrara fuera de las razones suficientes, pues si se encontrase inmerso en ellas, cabria la necesidad de una razón mayor a la de Dios. Este mundo en el que vivimos, es para Leibniz el mejor de los mundos posibles, ya que Dios, ser perfectísimo, ha elegido el mundo más perfecto de los mundos posibles, pero esta necesidad de Dios para crear el mundo, no es una necesidad metafísica, sino moral, en ella se propone realizar el mayor bien y la mayor perfección. Leibniz establece dos tipos de verdades; la verdad de hecho, y la verdad de razón. En las verdades de razón se halla manifestado el principio de identidad, en ellas su contrario es imposible, este tipo de verdades son las que se encuentran manifiestas en la matemática y la geometría, al igual que es el conjunto de verdades que se hallan contenidas en la mente de Dios. Las verdades de hecho refieren a sucesos contingentes, cuyo contrario no es imposible, ahora mismo me encuentro escribiendo, pero cabe la posibilidad que en cualquier momento deje de hacerlo, es posible que escriba y no escriba, es decir, que sea posible a mi acción su contrario. Este tipo de verdad se encuentra sometida al principio de razón suficiente.



Jorge Alejandro Espinosa López

14 nov 2007

"En el XIX, Marx ya vaticinó la globalización"

El incombustible pensador marxista visita Barcelona para hablar de Europa y reflexiona sobre algunos episodios esenciales del siglo XX, critica los fundamentalismos de todo tipo y muestra la complejidad del fenómeno terrorista

Eric Hobsbawm tiene 90 años y es un referente indiscutible en el mundo de los historiadores. Autor de Historia del siglo XX. 1914-1991, Guerra y paz en el siglo XXI y su autobiografía Años interesantes, entre otros muchos títulos, defiende el poder de las ideas de Marx para analizar lo que ocurre en el mundo actual. Ayer, junto a Donald Sassoon y Josep Fontana, participó en un ciclo sobre Europa que organiza el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Así que pidió no hablar del Viejo Continente, pero trató de otras múltiples cuestiones.


- Weimar y Hitler. "Era inevitable politizarse en aquellos días. Vivía entonces en Alemania, y no podía ser socialdemócrata (eran muy moderados), ni nacionalista (era inglés y judío), ni me interesaba el sionismo. Así que me alisté en una asociación juvenil que, aunque se llamara socialista, estaba marcada por los comunistas. Asistí al colapso de la República de Weimar y participé activamente (lo que suponía correr muchos riesgos) en las elecciones de 1933 que ganó Hitler. Fue entonces cuando salí a Inglaterra y empecé a estudiar en Cambridge".

- Treinta años de guerra. "Con la guerra de 1914 terminó el mundo de la gran cultura burguesa. Vinieron después más de treinta años de guerras, revoluciones, inestabilidad y crisis, una época catastrófica. Cuando terminó la II Guerra Mundial entramos en una aceleración de la economía, la sociedad y la cultura que no ha cesado. No fue un salto, fue un crecimiento continuado. Internet lo ha transformado todo, y sólo tiene 15 años".

- El poder del marxismo. "Los marxistas creían que la clase obrera iba a crecer, cuando lo que ha pasado es que ha decrecido y que países como Estados Unidos o Inglaterra incluso se están desindustrializando. La lucha política basada en la lucha de las clases ya no es muy efectiva. Pero Marx sobrevive en su concepción materialista de la historia y en su análisis del capitalismo. En el siglo XIX ya vaticinó la globalización, y cuando se celebraba el 150 aniversario del Manifiesto Comunista, las crisis económicas del sureste asiático y de Rusia en 1997 y 1998 confirmaban sus predicciones. El poder del marxismo sigue intacto. No así muchas ideas políticas de Marx que obedecían, más que al análisis, a sueños de igualdad".

- La revolución rusa. "El socialismo triunfó en países atrasados y su obsesión fue modernizarlos. En la Unión Soviética la idea era desencadenar una rápida industrialización, y si para hacerlo era necesario recurrir a procedimientos autoritarios, pues adelante. No quiero justificar los campos de trabajos forzados, que son injustificables, pero los logros fueron extraordinarios. Durante la II Guerra Mundial, la Unión Soviética no sucumbió, sino que derrotó al enemigo más poderoso: el ejército alemán. No lo hizo movilizando a las masas. Lo consiguió porque era un país industrializado con notables avances tecnológicos y con gente preparada. El modelo para conseguir una industrialización tan rápida fue el de la economía de guerra. El precio fue no lograr que la economía tuviera una dinámica propia".

- Putin y los gánsteres.
"No se comprende sin la crisis de 1991. Entonces se vio claro que el afán de hacer de Rusia un Estado capitalista a toda velocidad era incluso más difícil que industrializar un país atrasado. Fue tal el cataclismo que Putin por lo menos ha conseguido que el Estado funcione. Si la economía cayó en manos de los gánsteres, lo que ha conseguido es que éstos obedezcan al Estado".

- Los fundamentalismos. "Afecta a todas las religiones. En el caso islámico, la revolución que triunfó en Irán tenía una fuerte voluntad de consolidar un Estado, centralizarlo y modernizarlo. Los fundamentalistas judíos son desde 1967 los más acérrimos defensores de Israel y reclaman sus ambiciones imperialistas. Y no hay que olvidar el giro fundamentalista de los católicos con los últimos papas y de las comunidades protestantes en Estados Unidos".

- El terrorismo islamista. "Su poder militar es mínimo. El atentado en Nueva York no llegó a desestabilizar la ciudad salvo durante unas horas. Hay que subrayar que hay lugares (Afganistán, Pakistán, el Oriente Medio) donde los grupos terroristas juegan políticamente un papel importante, y no se los puede despreciar. Otra cosa es el terrorismo islamista en nuestros países. Responde a una reacción antiimperialista, y no quieren que en sus países se imponga el capitalismo occidental. En Inglaterra, los terroristas reaccionan también contra la religión heredada de sus padres, más moderada. Suelen pertenecer a las élites, y su educación es superior a la media de sus países".


JOSÉ ANDRÉS ROJO - Barcelona - 13/11/2007 (http://www.elpais.com )

12 nov 2007

La lección de Alejandro Rossi

El pequeño y con frecuencia mezquino mundo cultural mexicano parece haber valorado finalmente la dimensión de Alejandro Rossi, el escritor a quien este año se le otorgó, con casi treinta de retraso, el Premio Villaurrutia [por su novela Edén, publicada aquí en España por Lumen, 2007]. Por encima de los grupos y las banderías, Rossi es ya un autor consagrado. El respeto que se le profesa es fruto de una lúcida y exigente actividad intelectual que comenzó en 1951, cuando aquel joven errabundo de casi veinte años de edad, mitad italiano, mitad venezolano, llegó a México y aquí encontró sus dos vocaciones entrelazadas y sucesivas: la filosofía y la literatura.

México no fue un puerto más en una odisea que ya para entonces incluía su Italia natal, Francia, España, Venezuela, Montevideo, Buenos Aires y California. En México, Rossi quemó sus naves, y no se equivocó. La capital del país era entonces una fugaz fiesta intelectual en la que departían decenas de artistas, escritores, pensadores e investigadores de cuatro generaciones: el Ateneo (Alfonso Reyes y Vasconcelos); la generación de 1915 y “Contemporáneos” (Cosío Villegas, Novo, Pellicer), la de 1929 (Paz, Revueltas, Efraín Huerta), y un contingente nacido en los años veinte y principio de los treinta, en el que ya descollaban los filósofos del grupo Hiperión: Luis Villoro, Jorge Portilla, Fernando Salmerón, entre otros, discípulos todos de José Gaos, verdadero héroe de la filosofía, figura tutelar en la legendaria escuela de Mascarones. Quizá por su extranjería, en aquella década formativa Rossi esquivó las exploraciones ontológicas de sus compañeros (la llamada “Filosofía de lo Mexicano”) y de la mano de Gaos se inclinó un poco por la fenomenología y algo más por la metafísica, al grado de asistir a un curso con el mismísimo Heidegger, en Friburgo. Su siguiente estación fue Oxford, capital de la moderna filosofía del lenguaje, donde enseñaban luminarias como Gilbert Ryle. “La casa conceptual la encontré allí –escribe Rossi–, en los cuadrángulos oxonienses, en las lecturas sucesivas de Austin y Wittgenstein.” De vuelta a México, siempre en el marco de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Rossi contribuyó centralmente a la puesta al día del Instituto de Investigaciones Filosóficas: impartió cátedras deslumbrantes, fundó (con Villoro y Salmerón) una revista de primer nivel internacional (Crítica), emprendió investigaciones novedosas sobre problemas de lógica y semántica, y publicó un clásico sobre el tema: Lenguaje y significado (1969).

José Gaos decía que su vida había transcurrido “a caballo entre dos vocaciones, la historia y la filosofía”. Rossi ha estudiado críticamente las imbricaciones, no siempre felices, de esa condición dual en su maestro, pero lo interesante de su caso es la derivación –absolutamente lograda y originalísima– de la filosofía hacia la literatura, de la filosofía en literatura. Cronológicamente, ocurrió al cumplir los cuarenta años, cuando empezó a publicar en la revista Diálogos (dirigida por Ramón Xirau), y más tarde en Plural, una serie de relatos sorprendentes, inclasificables, bajo el título de Manual del distraído. En aquellos textos –¿cómo llamarlos?– de literatura filosofante, los lectores identificaron de inmediato la aparición de una voz única. Cada relato era una lenta, cuidadosa, irónica, inteligente decantación de experiencias, objetos, personas, lugares, atmósferas, lecturas, ideas. La urdimbre callada e invisible de la vida diaria, al fin revelada. Tras la publicación de esa obra en 1978, en los ochenta Rossi ahondó en el mismo género con los textos reunidos en Un café con Gorrondona, pero en los noventa dio un giro inesperado: publicó La fábula de las regiones (1997), seis relatos magistrales emparentados lejanamente con las historias y geografías de García Márquez, pero mucho más íntimos: no cuadros torrenciales del poder ni intrincadas alquimias de realismo mágico sino sutiles acuarelas impresionistas, perfiles de almas melancólicas, crepusculares, estoicas, espectrales. Cartas credenciales, su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, fue también el título de una colección que incluye retratos de compañeros inolvidables (Juan Nuño, Jaime García Terrés, Octavio Paz, Hugo Margáin), revaloraciones conmovedoras y profundas de José Gaos y José Ortega y Gasset, un texto maravilloso (“Agua del tiempo”) sobre “la inagotable presencia” de Borges (en su vida, en nuestras vidas), y perfiles afilados y generosos de diversos amigos. Todos estos libros integran las Obras reunidas de Rossi, publicadas en 2005, en una hospitalaria edición, por el Fondo de Cultura Económica. Quienquiera que las lea advertirá que la amistad no es sólo un tema que permea sus textos: es la atmósfera que los enmarca, está en la ética intelectual que despliegan, esa diligente atención que prestan y que exigen. Sus textos son conversaciones corteses y elegantes, pausadas y rítmicas, una marea argumental que va y viene buscando con denuedo la claridad, la precisión y, sobre todo, la distinción. Tanto o más que el objeto de una reflexión, lo que uno lee, lo que uno toca, casi, en ellos, es –como diría el propio Rossi– “la tremenda tarea de pensar”.

Como de distinguir se trata, puedo describir con una sola palabra la reacción que han suscitado en mí, desde siempre, los textos de Rossi: asombro. Dejo a un lado los temas mismos, que nunca conciernen a los grandes y falaces esquemas explicativos que vulgarmente asociamos con la filosofía. “Me interesan –dice Rossi– más las fisuras insidiosas de la vida cotidiana, obra de roedores, no de demiurgos.” Sobre esas texturas de la realidad, Rossi hilvana, en cada página, a veces en cada párrafo, formas nuevas, en verdad primigenias, de nombrar a las cosas. Yo suelo leerlo con un lápiz para subrayar, no sin envidia, los adjetivos. Recuerdo unos cuantos, al azar: Jerusalén como “espacio teológico”, el “inabarcable” Borges, la “pedagogía amplia” de Gaos; la tinta azul, de “hipnótico Königsblau”, en la que escribe; el “innecesario” autor de algún texto. Otro genio suyo, peculiar, son las imágenes, asociaciones y metáforas: Gaos vivía “atado al potro de la traducción”, alguien trabajaba “con esmero de armero antiguo”, la “cabeza de pájaro alerta” de Russell, las librerías de viejo como “cuevas de la imaginación”, o “la mezcla prehistórica de olores” en las calles del centro. De su cuidado artesanal con el lenguaje soy testigo (o víctima): siendo secretario de redacción de Vuelta (revista de la que fue cofundador y director asociado por los primeros números) Rossi me habló para detener el envío a la imprenta porque necesitaba corregir una coma. No en balde tituló “La página perfecta” otro memorable ensayo sobre Borges. Muchas de las suyas lo son también.

Un lector ingenuo pensaría que el estilo es un ornamento en Rossi. Su estilo, en realidad, es indistinguible de su actitud ante el mundo, una disposición que cabe en una sola palabra, la misma con la que bautizó a aquella revista: Crítica. En su filosofía literaria, en su literatura filosófica, advierto un trasunto del viejo conflicto entre barbarie y civilización que desveló a tantos personajes trágicos y clarividentes de Hispanoamérica. La barbarie, en el mundo del pensamiento, es el “barullo insoportable” en el que vociferan las “razones de autoridad”, las “certezas rotundas”, los “sueños olímpicos”, las “neblinosas concepciones de mundo”, los “nacionalismos vulgarones”, de “naftalina local”, los “prestigiosos trucos ideológicos”, los razonamientos bobos, ramplones, acartonados; las “metafísicas oscuras”, las falsas revelaciones. La civilización, en filosofía, está en la crítica, esa “intensa satisfacción de desmontar una tesis, tal vez venerable, y dejarla reducida a sus huesos lógicos y lingüísticos”.

“Pertenezco a una generación –dice en alguna parte– enamorada de minucias, incapaz, me parece, de inventar un mito poderoso o un símbolo de la condición humana.” Los pensadores que en su generación sucumbieron a los mitos poderosos del siglo XX sacrificaron lo más preciado: la pasión por la verdad objetiva y con ello, en última instancia, la obra personal. Rossi, en cambio, ha conservado la mirada escéptica de quien está de vuelta de las ilusiones pero conserva “la fe del carbonero”, no tanto en la fe misma –supongo que es agnóstico– sino en la realidad del mundo y, sobre todo, en su inagotable misterio. La curiosidad lo salva. Ha construido, si no me equivoco, una verdadera preceptiva intelectual y literaria. Hay una lección moral en su crítica feroz y su melancólica ironía. ¿De dónde salió este autor? Su piedra filosofal está en los lenguajes cruzados de su vida, una condición de extranjería existencial que es la médula de su libro más reciente: Edén. Vida imaginada, mezcla de nueva cuenta inclasificable entre la ficción y la realidad. Es hora de celebrar esa vasta lección de excelencia intelectual que es la obra de Alejandro Rossi.


Enrique Krauze

7 nov 2007

Diversas acepciones de la palabra epistemología

La palabra “epistemología” se ha vuelto un tanto equívoca. Aunque dicha palabra se aplica básicamente a cuestiones relacionadas con el conocimiento, no deja de haber diversos enfoques que especifican el modo en que se trata del conocimiento. En este pequeño ensayo se buscará enunciar y delimitar algunos enfoques sobre la epistemología.

1. Sentido etimológico de la palabra Epistemología.

La palabra “epistemología” proviene del griego epísteme, y quiere significar un tipo de conocimiento que se adquiere por medio del razonamiento, por medio de la reflexión. Al mismo tiempo, mediante ese razonamiento y esa reflexión, se intenta buscar el fundamento y razón de ser de las cosas. De acuerdo con lo anterior, el conocimiento basado en la epísteme se distingue del conocimiento basado en la doxa, ya que ésta última se refiere a la opinión común y corriente que se basa en un conocimiento superficial de las cosas, sin llegar a su fundamento o razón de ser,


“Con esta distinción entre la opinión y el conocimiento fundado, inicia Platón su filosofía. distingue lo que él llama doxa, opinión (la palabra doxa la encuentran ustedes en la bien conocida paradoxa, paradoja, que es lopinión que se aparta de la opinión corriente) y frente a la opinión, que es el saber que tenemos sin haberlo buscado, pone Platón la episteme, la ciencia, que es el saber que tenemos porque lo hemos buscado (p. 16)”.[Manuel García Morente. Lecciones preliminares de Filosofía. Ed. Porrúa. México 1985 undécima edición]

La gnosis (saber o conocimiento) griega, incluía tanto un saber de doxa (opinión), como un saber de epísteme (cocimiento fundamentado). La doxa es una opinión que, como tal, es dispersa y plural, que se remite al parecer individual e intransferible de yo, tú, él, es decir, de cada persona en particular, de modo que siempre habrá divergencias que dan lugar a la paradoxa (la paradoja) de opiniones encontradas y contradictorias. En cambio, la epísteme es el saber que, en cuanto que busca la razón de ser, va a los fundamentos de lo investigado, tiende a la convergencia, a la unidad y a la universalidad, en donde yo, tú, él, podamos estar de acuerdo. Así, la palabra epistemología muchas veces se vierte al español como “conocimiento científico”, y de ese modo para los griegos, la sabiduría que incluye la filosofía es todo saber basado en la epísteme; de ahí que para el mundo griego la filosofía incluya a todas las ciencias.

2. Sentido amplio de la palabra Epistemología

En otras ocasiones la palabra epistemología designa un conjunto de saberes relacionados con el conocimiento. De esta manera, en los programas curriculares de algunas licenciaturas universitarias se incluye una área de estudio denominada epistemología, que incorpora materias como:

a) Lógica, que estudia el orden adecuado de los pensamientos.
b) Metodología, que estudia los diversos métodos, así como sus características.
c) Técnicas de investigación, que se ocupa de estudiar las maneras específicas de cómo aplicar un método para la investigación.

3. La Epistemología en sentido general como Gnoseología.

La palabra epistemología se utiliza algunas veces como sinónimo de teoría del conocimiento o gnoseología. En este sentido la epistemología se encargaría no tanto del conocimiento científico, sino del conocimiento en general, abordando temas como el de la verdad, la certeza o la evidencia. Por otra parte, en esta tercera acepción de la palabra epistemología se comprenden corrientes filosóficas que han tratado el tema del conocimiento como: el racionalismo, el empirismo, el idealismo, el realismo y el escepticismo, entre otras. Finalmente, en esta tercera acepción, se suele hablar de epistemología general.

4. La Epistemología en sentido particular relacionada con una ciencia

A veces se habla de los fundamentos epistemológicos de una ciencia, así, por ejemplo, se habla de los fundamentos epistemológicos de la psicología, de los fundamentos epistemológicos de la biología, de los fundamentos epistemológicos de la bioética, etc. En este aspecto, los mencionados “fundamentos epistemológicos” serían aquellos sobre los que el científico de una determinada ciencia reflexiona críticamente, con la finalidad de delimitar el objeto de estudio de su ciencia o de precisar mejor los métodos y técnicas de investigación que más favorezcan el estudio de dicho objeto científico, o también para clarificar los principios que su ciencia admite como fundamentos básicos. En esta cuarta acepción, se habla de epistemología particular.

5. La Epistemología como Filosofía de la Ciencia.

En un sentido amplio, la epistemología se llega a entender como sinónimo de filosofía de la ciencia, y en este aspecto, la epistemología sería el estudio de la realidad en cuanto conocida científicamente, e incluiría las diversas posturas que la filosofía ha esbozado en relación con la ciencia, principalmente en lo que se refiere a su valor y sentido, lo cual llevaría al análisis de la historia de la ciencia, rebasando con esto a la epistemología tanto general como particular.

Carlos Ramos Rosete.

6 nov 2007

Líneas generales en torno a la filosofía de Christian Wolff.

Christian Wolff nación en Breslau en 1679 y murió en el año de 1728, gozó de enorme fama en Alemania, la mayor parte del sector culto en ese país fue simpatizante de la filosofía de Wolff, pese a que es un punto de referencia en la ilustración alemana, se le ha estudiado poco y sólo conocemos de él los escasos comentarios que a él se refieren.

Wolff conoció la filosofía de Descartes y su influencia se hace patente a lo largo de su filosofía, también conoció la filosofía de Liebniz, filosofía que también lo influyo de manera destacable, con este último mantuvo un acercamiento a base de correspondencia hasta la muerte de Liebniz en 1716. La influencia cartesiana en Wolff se manifiesta en su tesis doctoral la cual llamo: De philosophia practica universali método mathematico conscripta. Para el año de 1710 apareció una obra en cuatro volúmenes llamada: los principios de todas las ciencias matemáticas. Entre el año de 1713 y 1715 escribio: Elementa matheseos universae. Y en 1716, Lexicon mathematicum.

La primera obra filosófica de Wolff nos remite a 1713, a la cual dio el nombre de: Pensamientos racionales acerca de las fuerzas del intelecto humano y su correcto uso en el conocimiento de la verdad. Esta obra obtuvo tanta fama que se llegaron a reimprimir hasta ocho mil ejemplares, y la obra se continúo imprimiendo aún después de su muerte. La obra fue adoptada como manual de filosofía de casi todas las universidades en Alemania. Después se incrementa el volumen de obras escritas en alemán, de hecho la mayor parte de la terminología filosófica que prevaleció y prevalece en la lengua germana se debe en gran parte al aporte de Wolff.

Él decía que el procedimiento científico más riguroso es el de los conceptos a-priori. Pero sostenía también que las observaciones y experiencias pueden, a su vez, sustentar teorías científicas. Wolff expresa que hay dos tipos de ciencias: las racionales y las empíricas, con lo que cabe hacer la distinción también de ciencia teórica y ciencia práctica.

Las ciencias teóricas son la ontología, la cosmología, la psicología racional, y la teología natural. Las ciencias racionales prácticas son la filosofía práctica, el derecho natural, la política, y la economía. Dentro de las ciencias empíricas teóricas, podemos encontrar la psicología empírica, la teleología y la física dogmática. En la última clasificación de las ciencias, las empíricas prácticas, se hallan contenidas las disciplinas técnicas y la física experimental. Y el propedéutico a todas estas ciencias es la lógica, la cual se apoya, siguiendo el orden del pensamiento racional en el principio de no contradicción. Y en el orden del pensamiento empírico, en el principio de razón suficiente.

Para Wolff la ontología es la ciencia del ser posible, implica en ella hacer un rescate de ciertas nociones aristotélico-tomistas. Acepta la validez del argumento cosmológico, que dice que Dios es la suprema inteligencia que justifica el orden del mundo. En teodicea Wolff es una mezcla del optimismo de Liebniz y el racionalismo de Descartes, asume que el mundo es una enorme maquina, cuya perfección se manifiesta en la armonía de sus partes. Asume que el mundo es contingente, y que su mecanicidad no excluye la intervención divina y la libertad humana. La relación entre alma y cuerpo, la responde usando la tesis de la armonía preestablecida de Liebniz, Dios creo el mundo de manera tan perfecta que alma y cuerpo actúan de manera sincronizada, tanto que Dios programo de manara tal al mundo que bien puede ausentarse de él.

Wolff sostiene que el objeto de la filosofía es la felicidad humana, solo el conocimiento nos puede otorgar el progreso de la humanidad.


Jorge Alejandro Espinosa López.

5 nov 2007

Encuentros con Ortega y Gasset

Quisiera referir brevemente dos recuerdos de Ortega y Gasset. Siguen en mi memoria como dignos de recordación.


El primer recuerdo se remonta al mes de agosto de 1951. Nos encontramos en la ciudad alemana de Darmstadt, donde en bien ceñido marco se celebran anualmente conferencias sobre un tema determinado. Aquel año versaban sobre el tema “El hombre y el espacio”. Entre los hombres de ciencia y arquitectos que habían sido requeridos a hablar, nos contábamos Ortega y yo. Después de mi conferencia, que llevaba el título “Edificar, habitar, pensar”, un orador empezó a disparar violentos ataques contra lo que yo había dicho y afirmó que mi conferencia no había resuelto las cuestiones esenciales, que más bien las había “despensado”, es decir, disuelto en nada por medio del pensamiento. En este momento pidió la palabra Ortega y Gasset, cogió el micrófono del orador que tenía a su lado y dijo al público lo siguiente: “El buen Dios necesita de los “despensadores” para que los demás animales no se duerman”. La ingeniosa salida hizo cambiar de golpe la situación. Pero no era sólo una salida ingeniosa, era sobre todo caballeresca. Este espíritu caballeresco de Ortega, manifestado también en otras ocasiones frente a mis escritos y discursos, ha sido tanto más admirado y estimado por mí pues me consta que Ortega ha negado a muchos su asentimiento y sentía cierto desasosiego por alguna parte de mi pensamiento que parecía amenazar su originalidad. Una de las noches siguientes volví a encontrarle con ocasión de una fiesta en el jardín de la casa del arquitecto municipal. En hora avanzada iba yo dando una vuelta por el jardín, cuando topé a Ortega solo, con su gran sombrero puesto, sentado en el césped con un vaso de vino en la mano. Parecía hallarse deprimido. Me hizo una seña y me senté junto a él, no sólo por cortesía, sino porque me cautivaba también la gran tristeza que emanaba de su figura espiritual. Pronto se hizo patente el motivo de su tristeza. Ortega estaba desesperado por la impotencia del pensar frente a los poderes del mundo contemporáneo. Pero se desprendía también de él al mismo tiempo una sensación de aislamiento que no podía ser producida por circunstancias externas. Al principio sólo acertamos a hablar entrecortadamente; muy pronto el coloquio se centró en la relación entre el pensamiento y la lengua materna. Los rasgos de Ortega se iluminaron súbitamente; se encontraba en sus dominios y por los ejemplos lingüísticos que puso, adiviné cuán intensa e inmediatamente pensaba desde su lengua materna. A la hidalguía se unió en mi imagen de Ortega la soledad de su busca y al mismo tiempo una ingenuidad que estaba ciertamente a mil leguas de la candidez, porque Ortega era un observador penetrante que sabía muy bien medir el efecto que su aparición quería lograr en cada caso.

El segundo recuerdo trae a mi memoria la gran casa abierta de un médico en los altos de la Selva Negra, donde una mañana de domingo, en un círculo de numerosos oyentes cruzamos con fuerza, pero con bella mesura, nuestros más afilados aceros. Estaba en discusión el concepto del “ser” y la etimología de este vocablo fundamental de la filosofía. La discusión puso de manifiesto lo muy versado que Ortega estaba en las Ciencias. También me puso de relieve una especie de positivismo que no me cumple juzgar, ya que conozco muy pocos escritos de Ortega y sólo en traducciones. La tarde de ese mismo día nos proporcionó a mi y a todos los presentes la impresión más recia y duradera de la magna personalidad de Ortega y Gasset. Habló de un tema que ni estaba previsto ni había sido formulado y que puede, sin embargo, cifrarse en el titulo “El hombre español y la muerte”. Cierto que lo que nos dijo le era familiar desde hacia largo tiempo, pero el cómo lo dijo nos desvela cuanto más avanzado estaba que sus oyentes en un campo que ahora ha tenido que traspasar. Cuando pienso en Ortega vuelve a mis ojos su figura tal como la vi aquella tarde, hablando, callando, en sus ademanes, en su hidalguía, su soledad, su ingenuidad, su tristeza, su múltiple saber y su cautivante ironía.

Martin Heidegger