22 oct 2007

De Libero Arbitrio de san Agustín

Orígenes de la Obra

Esta obra de San Agustín surge con el propósito de dar respuesta al problema que desde muy joven lo atormentaba y por el cual se integra a los maniqueos: el origen del mal, su fundamento y sus causas; también trata sobre el sentido de la responsabilidad humana derivado del libre albedrío del hombre.

El problema vuelve a surgir gracias a las inquietudes que tiene un amigo suyo, de nombre Evodio, con él cual mantiene una serie de conversaciones a través de cartas. La obra es escrita al final de estas conversaciones, en forma de diálogo, constando de tres libros.

Es comenzada en Roma aproximadamente en el año 388 d.C.; continuada en Tagaste (aprox. 391 d.C.) y terminada en Hipona en el 395 d.C. razón por la que Evodio solo aparece una vez en el tercer libro.

El primer libro abarca los motivos que tiene el alma para pecar. Hace referencia a la ley eterna a la cual el hombre está sometido. Sin embargo puede abandonarla porque tiene libre albedrío, lo que le permite obedecer a las pasiones, siendo la concupiscencia ocasión de pecado, ya que su causa radica en la decisión del hombre.

En el segundo libro se intenta demostrar la existencia de Dios. También se habla un poco de la gnoseología agustiniana, del conocimiento sensible hasta el intelectual y abstracto. En este libro hace una división de los bienes (grandes, medianos o intermedios y pequeños).

Y por último, en el libro tercero, San Agustín va a tratar de enfocarse más en dar respuesta a los problemas que se originan al integrar la idea de libertad humana dentro de la obra hecha por Dios.

Contenido de la obra


San Agustín empieza la obra definiendo los dos tipos de males de los cuales se habla en la vida cotidiana para ubicar si de alguno de ellos el autor es Dios o alguien más. Estos dos males son: 1) cuando afirmamos que uno padece un mal; 2) cuando decimos que alguien ha obrado mal.

En el primer mal puede ser que Dios sea el autor porque siendo Él justo premia a los buenos y castiga a los pecadores.

Para el segundo mal el autor no podría ser Él porque Dios es bueno y de Él no puede venir ningún mal, ya que es perfecto. En este caso el autor es el hombre, porque gracias a su libertad puede elegir mal,”cada hombre que no obra rectamente es el verdadero y propio autor de sus malos actos…Y claro esta que no serían justamente castigadas si no procedieran de la voluntad libre del hombre.”*

El santo afirma que el mal no puede tener un carácter ontológico, debido a que Dios todo lo ha hecho y siendo Él infinitamente bueno y perfecto no pudo haber hecho el mal, que es una imperfección, una privación de un bien debido y el alejamiento de Dios. “[El mal] Es un defecto de integridad natural”.

¿Por qué resulta ser el hombre autor del mal si Dios es el autor del hombre? ¿Por qué no referir el mal a Dios? La respuesta que da San Agustín es que el hombre tiene el libre albedrío, una facultad que le permite escoger un bien o un mal revestido de bien, es decir, siempre escoge un ‹‹bien›› ya que en sí esta facultad es buena, porque fue otorgada por Dios y todo lo que Él da es bueno. Para poder entender mejor esto, el obispo de Hipona hace una división de los bienes en tres: grandes, pequeños y medianos. Los grandes son bienes que siempre lo son, por ejemplo: las virtudes. Los pequeños son bienes del mundo sin los cuales no se puede vivir rectamente. Y los bienes medios son las potencias del alma; son los que pueden hacer alguna vez el mal; por lo que aquí podemos ubicar el libre albedrío, ya que éste puede abusar de los bienes medios o pequeños, desordenando así la naturaleza de las cosas.

Los bienes grandes, las virtudes, son los que ayudan al hombre a escoger mejor, porque moderan el uso de los demás bienes. Este tipo de bienes nunca pueden caer en el exceso, mientras que los otros dos si. “De las virtudes nadie usa mal, de los demás bienes, es decir de los intermedios y de los inferiores [pequeños], cualquiera puede no solo usar bien, sino también abusar. Y de las virtudes nadie abusa porque la función propia de la virtud es precisamente el hacer buen uso de aquellas cosas de las cuales podemos abusar; pero nadie que usa bien abusa.”

Siendo así que la causa del pecado (el mal) es el libre albedrío cuando es motivado por la libídine (concupiscencia), ya que éste no puede actuar mal sin que se le presente primero el posible bien. “[La libídine] consiste en el amor desordenado de aquellas cosas que podemos perder contra nuestra propia voluntad.”

Para que el hombre no se pierda con la libídine, San agustín distingue dos tipos de leyes que orientan al hombre. Una de ellas, ley eterna, le ayuda a encontrar la voluntad de Dios, porque no está sujeta a la mutabilidad del mundo al buscar los bienes últimos. Agustín llega a definir la ley eterna como “aquella ley en virtud de la cual es justo que todas las cosas estén perfectamente ordenadas”.

La otra ley que menciona es llamada ley temporal. Esta ley varia dependiendo el tiempo y el lugar (puede ser entendida como la constitución de cada pueblo en la actualidad). Se vuelve justa para los hombres cuando esta fundamentada en la ley eterna.

San Agustín afirma que el hombre sabio es quien conoce el orden de las cosas y por eso es el que mejor puede comportase. La inteligencia es un bien (aquí se vuelve a recurrir al argumento de la bondad infinita de Dios por lo que toda su obra también es buena) por lo que produce bienes. Esto es aceptado por Agustín y Evodio: “Agustín: -Pero al menos admitirás sin distingos que la inteligencia es un bien.

Evodio: Sí, y la considero un bien tan grande, que no sé que en el hombre pueda haber otro mayor…”

La inteligencia le permite conocer al hombre lo que es mejor para él, se podría decir que le presenta la ley eterna. La razón tiene que llegar a dominar todas las pasiones y puede hacerlo por ser más digna que ellas (al ser un mayor bien). “Pues es claro que no hay buen orden… allí donde lo más digno se halla subordinado a lo menos digno”.

Pero el hombre no nace siendo ni sabio ni necio, es decir, tiene que conocer, escoger que quiere ser: sabio o necio. El hombre está en un punto intermedio entre la insipiencia y la sabiduría, y el paso de una a otra no se da por ser sabio o necio primero, si no más bien, explica el santo, que es como pasar del sueño a la vigilia, no es lo mismo el dormir que el dormitar, siendo este el tránsito de uno a otra.

La capacidad de conocer es con los que nace el hombre. “En el momento en el que el hombre empieza a comprender el precepto, en ese mismo comienza a poder pecar. De dos modos peca antes de llegar a ser sabio: o no disponiéndose para comprender el precepto o no observándolo cuando lo ha comprendido.” Aquí se puede apreciar una diferencia con el pensamiento socrático sobre la práctica del bien, donde se planteaba que para obrar bien sólo era necesario conocerlo. San Agustín es más agudo en su pensamiento en este aspecto. Él afirma que no importa si uno ya conoce el bien, eso no es suficiente para un buen obrar, para esto es necesario que uno quiera hacerlo, que ese bien mueva a la voluntad del hombre. Es así que el sabio una vez siendo sabio puede dejar de serlo si permite que sus pasiones lo dominen, si se entrega a los bienes terrenales, que son mudables y no eternos.

Agustín remarca el hecho de que el hombre no puede por sí mismo mantenerse en el bien supremo, pues es débil, por eso tiene que recurrir a la ayuda divina.

Los bienes terrenales apresan a la voluntad del hombre, porque estos no dependen de él, el medio influye mucho para esto. Por ejemplo: uno puede escoger comprar un coche, pero que el coche termine en nuestras manos al final del año no sóo depende de nosotros, sino también de que ningún ladronzuelo nos los robe o algún borracho nos choque. Por otro lado lo bienes eternos son totalmente dependientes del hombre, por ejemplo: Ser honesto, ser bueno, sólo depende de uno, no del medio, porque no importando que las condiciones sean adversas uno siempre va a poder escoger, por difícil que sea, seguir siendo honrado o bueno.

En este punto sería prudente tomar la distinción que ve Juan Pegueroles en los términos de “Libertas” y “liberum arbitrium” en su obra “El pensamiento filosófico de San Agustín”. Pegueroles nota que cuando el filósofo africano se refiere a la pura potencialidad y facultad de decidir le da el nombre de liberum arbitrium y cuando hace referencia a la capacidad de estar en el bien, cuando Dios interviene en el hombre con la ayuda de la gracia para que el hombre pueda realizar el bien, Agustín nombra a la facultad Libertas. En palabras de Pegueroles: “El liberum arbitrium es condición necesario y suficiente del pecado y condición necesaria pero no suficiente de la salvación… Libertas es la ratificación consciente y voluntaria del dinamismo natural, es la voluntad del fin, no sólo como Bien, sino también como Verdad y Orden: Velle bene vivire.” (Pegueroles, Juan. “El pensamiento filosófico de San Agustín” Editorial Labor, S. A. España 1972. pág. 135-136.)

Es así que una de las razones que da San Agustín para justificar que Dios le dio al hombre el libre albedrío es para que pueda obrar bien, para que el hombre pueda vivir rectamente y así se le pueda juzgar con justicia al final de su vida.. “…si el hombre no estuviera dotado de voluntad libre, sería injusto el castigo e injusto sería también el premio. Más por necesidad ha debido de haber justicia, así en castigar como en premiar, porque éste es uno de los bienes que proceden de Dios.”

A lo que se refiere el obispo de Hipona es que si el hombre estuviera determinado a pecar, a equivocarse, si no tuviera la oportunidad de escoger hacer el bien, no sería justo que se le castigara por hacer el mal, puesto que estaría dentro de su naturaleza pecar, y así cuando pecara estaría cumpliendo con el orden que tiene su naturaleza. Y como Dios es justísimo no podría condenarlo por seguir su propio orden. Al darle la oportunidad de escoger salvarse, Dios le abre las puertas a la libertad. El hombre puede escoger salvarse o condenarse, es decir, se hace responsable de lo que hace. Permitiendo así que el bueno sea premiado y el malo castigado.
* Todas las citas de san Agustín están tomadas de “De libero arbitrio” Editorial BAC.

Alejandro Macías Flores

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El comentario es bastante pobre. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, que "Evodio solo aparece una vez en el tercer libro"? ¿Y la prueba de la exitencia de Dios presente en la obra? Además, si nos vamos a quedar con la edición de la BAC, estamos perdidos.

Anónimo dijo...

mmmmmmm creo que no saben de editoriales por lo que dicen la BAC es lo mejor que hay pero pues si quieren ponganse a leer porrua o algo asi

Anónimo dijo...

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